Los Años Hablan

Salmo 71:9:No me deseches en el tiempo de la vejez; cuando mi fuerza se acabare, no me desampares”. Job 32:7:Yo decía: Los días hablarán, y la muchedumbre de años declarará sabiduría”.

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Hago una combinación de estos dos textos. ¡Oh yo sé que a muchos, y yo no quisiera, les llegará el momento amargo y tengan que reconocer que han omitido a Jesucristo, que el tramo que han andado sin él es demasiado largo! Han pasado de largo el “día aceptable, el día de salvación”.

¿A los que ha desperdiciado así la gracia se le han cerrado todas las puertas de esperanza? Ciertamente no, pero lo pasado, pasado está. Ya no se puede hacer nada con él. Volver atrás es como caminar sobre cenizas o sobre un cadáver. Y tampoco uno puede andar echando vistazos a otrora. Pero los años hablan. Y muy alto. A veces silenciosamente. Y hacemos bien en oír la voz de los años. Los años vividos son irrecuperables. Se funden en uno. Somos uno con ellos. Somos más pasado que presente, que es un instante. Somos más de ayer que de mañana.


Hay un imposible. El pasado no se puede arreglar pero sí el presente. Si se oye la voz de los años. Si no nos tapamos los oídos. No se puede suplicar a Jesús que vaya a los días pasados en los cuales no lo tuvimos en cuenta y bendiga nuestras obras, y lo que fuimos en aquellos tiempos. No, ya esos tiempos pasaron y no podemos pedirle que nos visite hace cinco o diez años porque ya no estamos allí, ya nos fuimos. Desde entonces todo ha cambiado. Las pinturas no son iguales. Hay muchos árboles nuevos y compiten con los otoñales. Los niños crecieron. Los jóvenes cambiaron. La muerte se ha llevado a muchos. Adiós. Aquellos días fueron consumidos, se han gastado. No queda ni una hora. El tiempo nos abandona. Lo único que puede Jesús hacer con nuestro pasado es purificarlo. Y nos deja que nos golpeen los recuerdos. Y si él se vuelve sobre las nubes del tiempo y cabalga sobre corceles de verdades hacia atrás es para, hisopo en manos, limpiar la historia. Nuestra historia. O desde lejos componerla, de modo que dé la ilusión que hemos vivido derecho. ¿Todo el tiempo? No. Y eso nadie lo sabe. Ni lo cree. Ni nosotros mismos.

Pero, ¿está usted preparado para el tiempo en que diga que ya no tiene contentamiento? ¿Qué hará cuando sus fuerzas se le acaben y la muerte, guadaña en mano se aproxime a su cuello? ¿Podrá pedir el amparo de Dios habiendo sido un ingrato con él? Esa es una amarga realidad experimentada por aquellos que han entrado a la gracia de Cristo en la senectud. Miran hacia atrás y dicen ¡ay, cuánto tiempo perdido, si yo pudiera volverlo a vivir! Pero no es posible, ¿qué les queda de aquellos tiempos si no es humo? La existencia fue una fogata. Encendida con pasiones. Ya las carnes son blandas. Los músculos cuelgan fláccidos. Atroces manchas pintan aún lo más rescatado, aquello que era orgullo de la hombría o la feminidad. Nos damos lástima, se está perdiendo la batalla. No valen los afeites y tintes. El deterioro continúa. Y ridículos son esos esfuerzos por pararlo. E inútiles. El tiempo aplasta. Y los años dicen: “Ya ves, teníamos razón”.
Y el corazón también envejece y más que la piel. E impotente, paulatino, lento, todavía quiere hacer las proezas del mal. Imbécil. ¿No te das cuenta, músculo perverso? Y hasta al espíritu se le doblan los pliegues. ¿Dónde están los goces, qué frutos tienen ahora de esos viejos pecados? Sólo recuerdos amargos y remordimientos de conciencia. Y muchas cosas por las cuales avergonzarse (Ro 6.21). ¿No se avergüenza usted de los pecados de su juventud?


Yo sé de algunos ancianos que recuerdan con nostalgia sus pecados, que desearían volver a tener las fuerzas y las gracias de los años mozos para combinarlos con la malicia de la vejez y volver a disfrutar con más intensidad los pecados cometidos, y de nuevo llevarse a los labios la copa del deleite sensual, y saborear los mismos pecados que cometieron otros o los que ellos no pudieron cometer, y lamentan de corazón no haberlos hecho. ¡Oh miran con nostalgias los días pasados, pero para pecar, quieren tener más fuerza, para ser más codiciosos, más hijos del infierno que lo que ya son! Si Dios les concediera ese imposible regresarían sobre sus pasos para hacer las obras de su padre el diablo, para dar más satisfacción a los demonios. Pero bendita sea la misericordia divina que ya los años no les permiten envejecidos, irse "a la provincia apartada" como hacen los jóvenes, y vivir perdidamente, malgastando su dinero y el cuerpo con rameras. (Esas sublimes bellezas del “hijo pródigo” eran rameras).
Y ¿qué me dice de esas figurillas encorvadas, gastadas y ya perdida la belleza de la juventud por la edad cierran los ojos ante el espejo, se olvidan de todo y desperdician las cuantas y pocas gotas de vida que les quedan deshonrando sus canas, sus esposas, sus hijos y hasta los nietos? No se dan cuenta lo cerca que ya tienen la muerte y habiendo provocado a Dios cuando eran jóvenes no les basta.
Cuidado usted amigo que los pecados de un anciano son peores que los de un joven, son más graves y serán mayormente castigados por cuanto su experiencia es mayor y el disfrute para lo bueno o para lo malo es superior, los pecados son más completos y más perfectos. Se puede gozar y pecar casi a la perfección, e ir a la condenación en esa diabólica perfección.

Usted y yo somos irremisiblemente viejos. Viejísimos.Yo puedo orar, "no me abandones en tiempo de la vejez cuando mi fuerza se me acabe" (Salmo 71.9). ¿Y usted? ¡Si Cristo salvara alguno que lee esta exhortación, si Dios se le adelantara al ángel de la muerte, si el Espíritu Santo entrara en algún corazón viejo antes que se pare para siempre! ¿Pecará con las pocas fuerzas que le quedan? ¿Alzará pesadamente su calcañar contra el Amado Hijo de Dios? ¿Bailará usted con su artritis las canciones del pecado? ¿Se gozará con aquellos bebedores que zahieren con sus dichos y risas, o canciones, a Dios? ¿Extenderá sus manos temblorosas al fruto prohibido? ¿Llevará a sus labios secos el licor neurótico de la juventud?

En el N. T. hay un anciano llamado Simeón a quien el Señor le había revelado que no se moriría hasta que no viera con sus ojos la salvación. ¡Cuántos años de espera, de oración! (Lucas 2. 26). Cada vez que veía un niño se preguntaba ¿será ése? Iba a todos los nacimientos, estaba atento a la providencia. Hasta que vio al niño Jesús entonces dijo, "ahora Dios, despide a tu siervo en paz”. Ya me puedo morir, en otras palabras, ya no temo a la muerte, y los terrores del sepulcro no me preocupan, me siento feliz y seguro para entrar a las entrañas de la tierra, a la región de los espíritus y los espectros porque ya tengo tu salvación, he abrazado a Cristo”. Podrá morir pero en paz porque se lleva con ella a Jesús. Así tranquilo murió Martín Lutero. Recuerde que los años hablan y el que los escucha no es un tonto. Todo lo opuesto. Corra, como pueda, a donde está su Salvador. En él siempre se halla “el rocío de la juventud”, es rubio pero tiene sus cabellos “negros como alas de cuervo”, y el profeta cuando le pasaba Dios el trono dijo que se llamaba “Anciano de días”. Jesús es el Salvador de viejos y jóvenes.


Pero también tengo algo para aquellos que son más jóvenes, que no han llegado a ser ancianos, los que tienen el privilegio de escuchar el evangelio de Cristo y ha podido ser salvos desde su niñez o juventud y están luchando para no serlo. ¡Alto! Dices, "no quiero malgastar mi vida en una iglesia". Te aconsejo que vayas a un anciano y le preguntes si él que ha vivido las dos vidas considera que los años vividos para la carne, para el mundo, son los mejores. Ve a esos ancianos que peinan canas santas y pregúnteles cómo juzgan los años que pasaron sin el Señor y cometieron toda clase excesos de pecados contra él. Pregúntales cómo se sienten y lo que piensan de aquellos tiempos… y los años hablarán. Probablemente alguno te diga "malgasté mi vida y mi dinero"; otro te dirá "fui un estúpido y mis amigos también".


También esta Escritura me sugiere una palabra para aquellos ancianos que son apóstatas, que han dejado a Dios. Estuvieron en la gracia y cayeron de ella. Ve y pregúntale a alguno cómo le ha ido en las dos vidas, a todos, cuando fueron fieles y ahora que son infieles, cuando fueron creyentes y ahora incrédulos, cuando fueron santos y ahora que son profanos. Habla a alguno de esos hipócritas y si tienen algún grano de honestidad te dirán con melancolía, con envidia, "nunca hagas lo mismo que yo, los mejores años de mi vida fueron aquellos que pasé en la iglesia". ¡Qué serios, qué alegres, qué honestos, nunca tuve amigos como aquellos jóvenes, no he conocido muchachos ni muchachas como aquellas! Desde que perdí la fe se me abrió un hueco en el corazón que no he podido llenar ni con el mundo, ni con el sexo, ni con bailes, ni con alcohol, yo soy un hombre con un gran vacío en el espíritu, desde que soy un incrédulo la sombra fatal va conmigo dondequiera que voy, perdí el sentido de vivir y el gusto por los años, deambulo, tropiezo, no he sido más feliz, sino menos, perdí a Cristo y no he hallado un sustituto para él.


De todos modos si eres joven y arrogante y no pueden convencerte los testimonios de los ancianos, tengo para ti una última apelación. ¿Qué confianza es ésa en que te apoyas que llegarás a la vejez? Dices, "soy fuerte, tengo muchos años por delante, mi cuerpo es joven". Sí, ¿y eso quiere decir que llegarás a viejo? ¿Tú crees que los ancianos sólo se mueren? ¿Crees que la muerte viene sólo con los numerosos días? ¿No hay enfermedades incurables que atacan a los niños? ¿Le da fiebre sólo a los ancianos, sólo ellos sufren de dolores?, ¿Le salen tumores sólo a una madera vieja y sólo a ella le come un cáncer las entrañas? ¿Mueren en accidentes solamente los viejos? ¿Son ellos los que más muertes aportan a las estadísticas? Pregúntale a los seguros de autos y te dirán lo opuesto. Sn los jóvenes los que más fácilmente mueren en accidentes automovilísticos. Puedes muy bien ser cortado a la mitad de tus días y salgas de este mundo cuando no lo esperas ni lo quieres, y bajar desde aquí sin la salvación. Rodar al pozo que no tiene fondo. ¿Adónde irán tus sueños, tus proyectos, tu carrera, tu futuro? ¿Dónde está tu futuro? Los años hablan, óyelos, porque dicen muchas cosas provechosas, y el que esto escribe, sabe lo que habla porque está lleno de días.

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