Divina Interrupción

Hechos 10:44-48 (LBLA)

Mientras Pedro aún hablaba estas palabras, el Espíritu Santo cayó sobre todos los que escuchaban el mensaje. [45] Y todos los creyentes que eran de la circuncisión, que habían venido con Pedro, se quedaron asombrados, porque el don del Espíritu Santo había sido derramado también sobre los gentiles, [46] pues les oían hablar en lenguas y exaltar a Dios. Entonces Pedro dijo: [47] ¿Puede acaso alguien negar el agua para que sean bautizados éstos que han recibido el Espíritu Santo lo mismo que nosotros? [48] Y mandó que fueran bautizados en el nombre de Jesucristo. Entonces le pidieron que se quedara con ellos unos días.

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No cayó en frío el Espíritu Santo, los que oían el sermón ansiaban tener vida, estaban creyendo en él y apetecían y deseaban, algo nuevo hasta entonces, ser perdonados en él sólo por la fe, sin hacer buenas obras.

I. La súbita entrada del Espíritu Santo en escena

El Espíritu desciende de forma inesperada, Pedro no hizo intentos para que bajara, ni siquiera pensaba en él, fue sorprendido con su descenso; del mismo modo que los que le acompañaban, se quedaron atónitos. No se percibe ningún esfuerzo de Pedro por convertirlos, la caída del Espíritu es voluntaria, no se hallaba en el programa del predicador y ninguno estaba orando por él. Dios tiene un plan con su obra en el mundo y no hay que ayudar a sus intenciones.
Otro detalle importante acerca de aquel culto es que ninguno de los miembros de aquella audiencia era proclive, porque hubiera visto anteriormente, a las manifestaciones del Espíritu Santo al hablar en lenguas. Las lenguas no fueron inducidas, a no ser por Dios, que se las dio como prueba de que también les había dado el Espíritu Santo.
Si los gentiles hablaban en lenguas sería porque Dios les había concedido el arrepentimiento para vida; quizás se edificaban con ellas, hablaban misterios, pero el propósito de hablarlas fue para que supieran que los gentiles también habían sido aceptados por Dios. Pedro y sus acompañantes habían sido llevados hasta allí por Dios, con el propósito que llegasen a esa conclusión, que el evangelio no era sólo para los judíos sino también para el mundo entero. Los circundantes, porque entendieron o por la actitud de aquellos hombres, se dieron cuenta que estaban alabando Dios. Algo había ocurrido dentro de ellos. En este momento se estaban convirtiendo al Señor Jesús. ¡Cuánto necesitamos que nuestros cultos tengan esta divina interrupción!

II. La proposición de bautismo

Pedro no estaba ávido por bautizar a nadie, pero se dio cuenta que aquel grupo de gentiles tenía derechos espirituales a formar parte de la iglesia cristiana mediante el bautismo (v.47). La iglesia estaba creciendo con aquella clase de gente. Quizás estas palabras. puede acaso alguno impedir el agua para que sean bautizados éstos que han recibido el Espíritu Santo también como nosotros, estén dirigidas principalmente a él mismo cuya sólida estructura judía estaba siendo quebrantada. Hacia donde él se abría los demás también debían abrirse, eran las indicaciones de Dios hacia donde la iglesia debía abrirse. Donde Dios extiende sus brazos ellos también deben extender los suyos. Sin mucha dilación fueron bautizados y la iglesia gozosa los recibió en su seno.
Pedro mandó bautizarlos en el nombre del Señor Jesús; no para excluir deliberadamente a las otras dos personas de la Trinidad, sino para acentuar el hecho de que en ese nombre habían sido salvados y por medio de ese nombre habían recibido el Espíritu Santo que constataba la conversión de ellos. La fórmula de bautismo que se expresa en la Gran Comisión (Mateo 28.18-20), es mucho más completa y aparece así no para que la iglesia la usara sino porque la estaba usando. Es el resultado de una teología avanzada, de una experiencia más amplia con las tres personas de la Trinidad, ahora vistas en perspectiva dentro del ministerio misionero en la conversión de los escogidos. Las palabras del Señor Jesús prematuramente, son también tardíamente las de la iglesia. Dios en sus tres personas es honrado en la conversión de cada creyente que se bautiza. El Señor Jesús seguía hablando con doctrinas a la iglesia.

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