12:38-40
Jesús acusa a los escribas
(Mt. 23.1-36; Lc. 11.37-54; 20.45-47)
38 Y les decía en su doctrina: Guardaos de los escribas, que gustan de andar con largas ropas, y aman las salutaciones en las plazas,39 y las primeras sillas en las sinagogas, y los primeros asientos en las cenas;40 que devoran las casas de las viudas, y por pretexto hacen largas oraciones. Estos recibirán mayor condenación.
Esta es una porción estrecha de una larga advertencia que Jesús hace a sus discípulos sobre el comportamiento de los escribas; y en los otros dos evangelios incluye también a los fariseos que hacían las mismas cosas porque eran seres iguales, con las mismas enfermedades del carácter. Aquí no se toca ninguna falta doctrinal o error de interpretación de estos exégetas de la ley sino la forma en que practicaban su religión, por dentro y por fuera; por dentro mentiras y por fuera pretensión; expresándola no con grandes y buenas obras sino haciéndole cambios a su ropa clerical; quiero decir que estos falsos ministros de Dios se descubrían por su exageración religiosa, agrandando las cosas más de lo normal, y lo hacían de modo que fueran distinguidos por la forma de vestir. Otro modo de decirlo es que se inflaban.
Jesús miraba más allá del vestuario que se ponían y juzgaba que los cambios que le habían hecho, era con el propósito de expresar teóricamente lo que en realidad no poseían, una vida piadosa. No que se mostraran más elegantes que los demás hombres sino más ridículos, y dándoles el mal ejemplo a los demás al enseñarles que la exteriorización de la religión es una equivalencia de la vida espiritual; cuando eso es falso. En la ropa no radica la santidad, la fe, el amor a Dios ni la oración; esas son cosas que se alojan en el alma y no en el cuello de la camisa, en la corbata, en el traje, en un manto sagrado o en una sotana.
Si así fuera, ¿cómo juzgaríamos acaso como malos ministros, a Juan el Bautista que se vestía a la usanza profética antigua, como un tipo pasado de moda; y al propio Jesús que para identificarlo, quien no lo conocía, tenía que preguntar dentro del grupo quién era? Dice a sus discípulos en Mateo 5:40, que no amen sus ropas, ni se vistan con "vestiduras delicadas" como los cortesanos y reyes (Luc. 7:25). El mismo no se vistió como los lirios del campo ni imitó la gloriosa ropa de Salomón porque superándolo en sabiduría la ropa no interesaba, y cuando la gente lo oía, comentaba “he aquí más que Salomón en este lugar” (Mt. 6:28,29; 12:42). Otros en cambio tenían mucha ropa y poco cerebro. La diferencia consistía en lo que él era no en lo que aparentaba, no en la imagen que ellos se proponían reflejar en la sociedad y por ella ser reconocidos. Él se vestía de forma sobria, como una persona honorable pero sin ostentación y quizás con intención de anunciar su sacerdocio universal (Jn. 19:23,24). Jesús nunca se vistió de modo diferente a como lo hacían todos los judíos, ni diseñó un uniforme especial para que fuera usado por sus apóstoles como un atuendo clerical.
El problema de estos señores fariseos radicaba profundo en sus corazones donde se encontraba su yo personal puesto que toda aquella simulación que se extendía desde el vestuario hasta las insinceras prácticas religiosas. Es de buen cristiano saludar a todo el mundo, porque eso lo dijo el Señor (Mt. 5: 47), no solamente a unos y a otros no, a los hermanos de la iglesia y no a los extraños, a los ricos y no a los pobres, a los importantes y a los desconocidos. Ellos no amaban tanto saludar sino ser saludados, nombrados en voz alta en la plaza del mercado público llena de gente, abrazados y besados en aquel lugar; sobre todo si eran muchos los que les conocían, de modo tal que dieran la impresión de ser gente importante y famosa a quien todos admiraban.
Además de eso esperaban que se les reservara en las sinagogas asientos en primera fila y en las cenas el sitio más importante junto al dueño de la casa. Y para llegar al colmo de esa vida fantástica religiosa que deseaban proyectar se añadía el hecho que con el pretexto de consolar a las viudas, ricas por supuesto no a las pobres que sufrían desoladas y sin consuelo, iban a sus casas a comer con frecuencia y recibir de ellas compensaciones de cualquiera clase, y para eso se mofaban de Dios haciendo largas oraciones (v. 40) que nunca llegaban a él porque no salían del tejado. La palabra que usa el Señor aquí que se ha traducido pretexto indica especialmente apariencia y show; es decir algo fingido que en vez de estar en la presencia de Dios actúan como si se encontraran en un teatro.
Jesús dijo que la longitud misma de sus oraciones también alargaba su condenación, porque mientras más grande sea el fingimiento religioso y se tome a Dios, a Jesucristo y al Espíritu Santo como pretexto para sacar provecho, más grande es el castigo merecido. El propósito de Jesús no era meramente condenarlos a ellos sino instruir a sus discípulos a que detestaran esa clase de conducta pública y sirvieran a Dios con humildad y hasta donde él les permitiera extender sus influencias para la gloria de su Nombre, no para prestigio y adorno personal y hacer crecer la importancia. Mucho daño se le hace al evangelio cuando la gente, más perspicaz de lo que uno cree, percibe el doble estándar en la vida del ministro y que su oficio no es glorificar a Dios y servir a sus semejantes, sino incrementar con farsa su reputación, caerle bien a todo el mundo y vivir bien, no como un obrero digno de su salario (Mt. 10:10; 1 Ti. 5:18), sino como aquellos chinches a costa de sus feligreses.
