El futuro no se vende, y con ello las bendiciones de Dios


GENESIS 25:29-34

“Y Esaú dijo: He aquí, estoy a punto de morir; ¿de qué me sirve, pues, la primogenitura?”.

Este episodio está contado aquí no para explicar por qué los edomitas no son el pueblo escogido por Dios, aunque eran hijos del primogénito de Isaac sino Jacob. El Espíritu Santo lo ha dejado para estudio de la apostasía. Lo que pasa es ridículo e insensato. Tonta la proposición de Jacob de comprar una primogenitura con un plato de comida y necia la aceptación y horrible la conclusión, que “así menospreció Esaú la primogenitura”, demasiado seria para lo que allí está ocurriendo, como si en verdad fuera un negocio. Esaú no parece haber considerado nunca que aquello hecho en su juventud fuera verdad; no le hizo caso, no lo tomó en serio, porque sabía que su padre jamás reconocería lo que había hecho, porque una primogenitura se puede quizás robar, pero no vender; y él finalmente la perdió porque otro la tomó en su lugar, lo suplantó no porque haya tenido alguna fuerza jurídica la venta.
Sin embargo, no es un juego entre los dos, no se nota ningún fingimiento en Esaú que haga pensar que estaba engañando a Jacob como si tuviera los dedos cruzados, se porta como un niño grande y da por lo que no vale casi nada todo lo que tiene, sus bendiciones celestiales, el privilegio de haber nacido primero y heredar lo mejor que su padre tuviera, y las promesas divinas. Se porta como un bellaco, hombre entontecido, siente, piensa y habla no como un hombre cabal, no es él mismo, es otro, en un estado anormal y fuera de su juicio. Su madre no lo hubiera reconocido y su padre menos, ambos se hubieran desencantado de él y si le hubieran mirado los ojos habrían visto que estaba como loco, que no era realmente Esaú, hipnotizado por un enrojecido caldo caliente, fijando en la comida sus ojos como si eso fuera lo único importante en lo que tenía que pensar, desear y obtener, haciéndose la boca agua con un plato de comida vulgar, hablando de morirse por él como si le fuera imposible vivir un minuto más si no se satisfacía con él.
No se moriría si no lo comía, al contrario, por mucho que lo deseara viviría si no lo comía. Pagaría no con dinero sino con bendiciones celestiales, con su reputación, con privilegios, con oportunidades, con fama, con historia y renombre; todo eso para satisfacer un placer gástrico, un efímero deleite corporal. Si es el propósito del Espíritu enseñarnos eso, no da ninguna solución, nos deja espantados, airados, boquiabiertos, con un increíble sabor amargo sin saber si reír, salir llorando, murmurando o acusarlos a ambos de ser un par de tontos e ir donde el padre y contárselo todo para que los corrija con una vara bien gruesa para que aprendan a no comprar ni vender las cosas sagradas. Como lo que Cristo ha hecho por ellos y el Espíritu Santo, y la iglesia, la fidelidad a Dios, la santidad del cuerpo y del matrimonio y el honor ante los hijos, y muchos más, no son cosas que se puedan subastar o poner a la venta.

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