jueves, 30 de septiembre de 2010
Estoy buscando una aguja en un pajar
jueves, 23 de septiembre de 2010
Los que suben al pináculo de la iglesia
“9 Y le llevó a Jerusalén, y le puso sobre el pináculo del templo, y le dijo: Si eres Hijo de Dios, échate de aquí abajo; 10 porque escrito está: A sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden; 11 y, En las manos te sostendrán, para que no tropieces con tu pie en piedra. Respondiendo Jesús, le dijo: Dicho está: No tentarás al Señor tu Dios” (Lucas 4:9-12).
No se metan en una situación de riesgo pensando que Dios enviará a sus ángeles como socorro y todo saldrá bien. Los que suben alto, hasta el pináculo de la Iglesia, tengan cuidado el diablo no los eche abajo; en esos momentos cuando se hallen en la cumbre, arrodíllense y oren porque allá arriba soplan los vientos más fuertes que abajo, que en la vida del cristiano ordinario.
Nunca como antes deben ser prudentes y velar y orar que cuando se ha crecido en utilidad. Hay pasos a esas alturas que no deben dar, hay decisiones que no deben tomar, ni siquiera pensar en ellas; no hagan ningún movimiento que los saque afuera de la seguridad de la Iglesia porque caerán al vacío y no recibirán ningún angelical socorro por desobedientes. Al borde de una caída nunca deben permanecer. Eviten el desierto, la soledad ministerial, porque en ella pululan las espantosas visiones de la carne, del mundo y de Satanás.
Hay terrenos en las alturas religiosas que bordean los territorios de los dominios del diablo y cruzar esa frontera es un peligro, ya no habrá ángeles que los protejan, y la caída y los tropezones con las piedras será un destino casi seguro. Es decir que consiste en no acercarse al borde del peligro. En rechazar la oferta, y es el momento de retroceder porque casi siempre el diablo hace la proposición cuando ya es casi seguro que responderán afirmativamente y no podrán negarse. Aléjense.
No piensen que la fe les puede alcanzar para volar, tal vez tengan menos que la que necesitan y sus alas sean cortas o sin saberlo estén dañadas. No se enojen contra Dios si no envía su socorro porque serán ustedes los únicos culpables por no haber guardado las distancias. Mejor renuncien a esa altura si comprueban por experiencia que allá arriba hay muchos diablos; es preferible una dimisión sin haber cometido pecado que ser echado abajo deshonrosamente; las inseguridades financieras que se padecen por bajar las escaleras y decir adiós a las cumbres, salir honrosamente por la puerta del pináculo del templo, son menores que las que siempre acompañan al caer al precipicio, sin contar la multitud de hermanos y amigos que cuando oigan la explosión de vuestro testimonio se acercarán morbosamente para explorar, desencantados o furiosos, el cuerpo muerto.
lunes, 20 de septiembre de 2010
Santidad pastoral
Éxodo 28:38
“Y estará sobre la frente de Aarón, y Aarón quitará la iniquidad de las cosas sagradas que los hijos de Israel consagren en todas sus ofrendas santas; y la lámina estará siempre sobre su frente, para que sean aceptas delante del Señor”.
No hay favor más grande que me haya hecho Jesucristo en toda mi vida que haberme limpiado de mis pecados con su sangre, ni más inmerecido que lo continúe haciéndolo. Ninguna otra cosa deseo tanto como ser puro, perdonado y justificado de mis iniquidades. Es una exigencia de mi vocación y un grito de mi salvación. Como ministro sé que me puedo olvidar de toda bendición real sobre mi trabajo si no vivo santamente porque el Dios que me emplea no oirá mis oraciones, ni prosperará mis labores sin poder hacerme "participante de la naturaleza divina". Separado de él nada podré hacer.
Spurgeon dijo: “Ninguna otra cosa Dios bendice tanto como nuestra semejanza con Cristo”. Después de haber pasado casi toda mi vida predicando la palabra de Dios puedo asegurar que Spurgeon tiene razón. Creo que yo habría sido más bendecido en el ministerio si hubiera sido más santo, si hubiera imitado más al apóstol Pablo como él imitaba a Cristo, si mis muchos trabajos, desvelos y estudios hubieran sido más santificados.
Cuando cierro mis ojos y me pregunto por qué no he tenido un ministerio más exitoso, aparte de la soberanía de Dios, no ha sido porque haya trabajado y sufrido poco, sino por mi falta de santidad, que no ha sido completa, y casi concluyendo mi carrera tristemente le pido al Señor que perdone mis “antiguos pecados” (II Pedro 1:9) "en las cosas santas", las que durante toda mi vida de servicio he consagrado a él. Muy poca cosa pude hacer cuando mis oraciones tenían estorbos. Y me asombro que hubiera podido hacer algunas cosas sin que Dios me haya quitado el trabajo. El origen de nuestra frustración y mediocridad es la falta de santidad en el trabajo.
Tal vez yo no sea la única melancólica excepción. Las oraciones debieran hacernos más santos, el estudio de la Biblia, la teología, la historia del cristianismo, las preciosas biografías que hemos leído, los cánticos de alabanzas, la escritura de artículos y libros, la consejería pastoral, el altar familiar; pero todo eso apenas hará prosperar una iglesia sin santidad pastoral, ni terminar la carrera y ni siquiera con buen testimonio.
Pudiera haber soberanas bendiciones sobre un sermón con el Espíritu Santo ausente pero lo más lógico y bíblico es que lo que previene el crecimiento de la iglesia es la falta de santidad de ella y de los líderes, del pastor principalmente. Las ofrendas sagradas, quizás él no lo note, están contaminadas. No ha seguido frecuentemente el consejo de Pablo “examinaos a vosotros mismos” (II Corintios 13:5). Algo hay deficiente en su lectura bíblica, sus estudios, preparación de sermones, predicación, vida pastoral, trato con los hijos o común acuerdos maritales con su esposa cuyas ejecuciones cerrada la puerta en secreto, el Señor que está en secreto mira con desaprobación.
Los seminarios y los colegas del ministerio nos enseñan a ser grandes en la obra de Dios, y nos inspiran a serlo, pero no a ser santos. Nos califican por los conocimientos y nos gradúan con buenas notas sin poder medir, porque no pueden, cuánto en esos años de estudios hemos crecido en semejanza con Jesús; y ninguna otra cosa adquirida nos ha de traer más prestigio y progreso que eso, ni garantía para no haber corrido en vano y terminar la carrera con gozo.
La historia completa de nuestro ministerio bien conocida por el Señor pudiera no ser otra cosa que una honesta biografía de la misericordia y paciencia de Dios, y la supervivencia de un ministro que milagrosamente continuó sin caídas. La lámina “santidad a Jehová” ha continuado sobre nuestra frente más como una meta que como un logro. ¡Quién pudiera aspirar a ser recibido en gloria con estas palabras “bien buen siervo fiel, sobre lo poco has sido fiel”!
El gran día final revelará el verdadero valor de cada ministerio por la aprobación o desaprobación de Dios, que es la regla para medir el valor de un trabajo porque sólo él conoce verdaderamente las motivaciones y limpieza de nuestras ofrendas sagradas cuando persuadimos a los hombres, pero sólo a él "le es manifiesto lo que somos" (II Corintios 5:11).
viernes, 17 de septiembre de 2010
Es mejor ser un buen laico que un mal pastor
“Al entrar El en la barca, el que había estado endemoniado le rogaba que lo dejara acompañarle. Pero Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho por ti, y cómo tuvo misericordia de ti” (Marcos 5:18, 19).
Jesús sabía que cuando los familiares vieran el cambio operado en él, y los vecinos lo mismo, podrían entusiasmarlo para que se convirtiera en apóstol, evangelista o predicador. Supongo que por eso le encargó que circunscribiera su auditorio a la familia, y que con ella tendría un rotundo éxito. Los hijos, la mujer, los primos, y si como Pedro, la suegra estaba por allí, también predicarle a ella. Fue preciso el Señor cuando le dijo “ve a tu casa y los tuyos”. No le dijo que fuera de puerta en puerta por todo el barrio o que izara un púlpito en la cuadra siguiente, ni que ingresara a un seminario y se hiciera pastor. Muchos pecados perdonados no implican un llamamiento al ministerio. Una gran conversión no implica un llamamiento al ministerio.
Algunos piensan enseguida que Jesús los llama por el impactante testimonio de salvación que tienen. Contemplan maravillados como la gente dice amenes y aleluyas cuando les cuenta cómo Jesús les quitó las cadenas, los sacó del cementerio y los llenó del Espíritu Santo, y se animan para estar todo el día y toda la noche contando eso, aconsejando al público y dándoles pistas de como reproducir la experiencia que él tuvo. Y hacen mal. Dios no los llamó para eso. Son otros los que tienen que hacer ese trabajo porque son ellos los que tienen vocación y llamamiento. No se debe convertir la conversión en vocación.
Jesús le dio la misión de predicar no a una iglesia sino a la familia; ¡y vaya, a todo el que quiera oírlo pero no con un nombramiento oficial de pastor! Hablarles a todos los que les interesen su cambio; y si es posible unirlos a la comunidad cristiana, que es la iglesia. Los grandes testimonios de conversión no son únicamente para el púlpito sino para la vida doméstica. El llamamiento al ministerio es otro distinto del de salvación. Fíjate en algunos graduados en teología y otras materias administrativas, condecorados por seminarios que no exigen llamamiento celestial, que salen a buscar una iglesia donde pastorear sin que Dios les haya asignado alguna. Hubieran hecho mejor siguiendo el consejo de ganar a la familia, y salvarla, y dar apoyo al ministro local que los bautizó porque, aunque es una frase tópica, es mejor ser un buen laico que un mal pastor.
martes, 14 de septiembre de 2010
Mentalidad victoriosa
“No temáis. Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán” (Mateo 28:10).
Si hubieras estado allí oyéndolo habrías recibido la mentalidad victoriosa que Jesús quiso que sus amados hermanos tuvieran, por la esperanza misma, para que enfrentaran por el testimonio suyo, sin miedo, la muerte. ¿Has observado cuántas veces en estos últimos capítulos se dice: No temáis? No temáis a la muerte, ya podéis cantar y vivir sin sustos y malos presentimientos porque morir será una experiencia distinta con sabor a salvación, si podéis verme a mí en ella.
No penséis que entráis a las sombras ni que caeréis en un pozo sin fondo porque dirigiréis vuestros pasos hacia una mansión de luz. Es sorbida en victoria (1 Co. 15:54).
Cámbiele el nombre a la muerte y llámenle partida, sueño, pero nunca término, porque es vía. ¿Te asusta ir adonde está Jesús? Ya no es un monstruo sino un ángel de luz, ya no llores, ella te sonríe, te besa. Es amable porque nos hace el favor de deshacernos de este viejo tabernáculo (2 Co. 4:16-5:9).
Ya no hay que temer a nada, ni a ella, ni a la vida, ni al presente o al porvenir, ni al pecado o a la condenación. Las cosas peores no están por venir sino las mejores. Si puedes mirar a través del velo, acepta este hecho de victoria, cree sus palabras e imita la fe de sus grandes santos, tu camino será dorado, más brillante cada vez, hacia arriba nunca hacia abajo, hacia lo seguro, lo real, donde brota la luz del universo: Dios.
¿Qué nos resta aquí? ¿Pobreza, desilusión, traición, olvido, enfermedad y muerte? El que nos trazó el camino lo ha hecho todo para que alcemos nuestra cabeza y lo miremos a él. Ya puedes mirar y verás que la línea que cada cual se trazó convergió en él. Estás más cerca de tu salvación que cuando creíste. No pienses en quienes dejas sino en quienes te darán la afectuosa bienvenida; piensa en ello con una mentalidad victoriosa. Al final del ascenso está Jesús.
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