Madurando con teología práctica

Acerca de esto tenemos mucho que decir, y es difícil de explicar, puesto que os habéis hecho tardos para oír. [12] Pues aunque ya debierais ser maestros, otra vez tenéis necesidad de que alguien os enseñe los principios elementales de los oráculos de Dios, y habéis llegado a tener necesidad de leche y no de alimento sólido. [13] Porque todo el que toma sólo leche, no está acostumbrado a la palabra de justicia, porque es niño. [14] Pero el alimento sólido es para los adultos, los cuales por la práctica tienen los sentidos ejercitados para discernir el bien y el mal. [6:1] Por tanto, dejando las enseñanzas elementales acerca de Cristo, avancemos hacia la madurez, no echando otra vez el fundamento del arrepentimiento de obras muertas y de la fe hacia Dios, [2] de la enseñanza sobre lavamientos, de la imposición de manos, de la resurrección de los muertos y del juicio eterno. [3] Y esto haremos, si Dios lo permite”. (Hebreos 5:11-6:3; LBLA).

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Cuando escribe, en el fondo del pensamiento del autor de Hebreos se encuentra la apostasía hacia las ceremonias de la ley de muchos de sus conciudadanos. La inmadurez doctrinal y teológica es el factor más lamentable que permite la misma, inclusive antes que las presiones sociales de los judaizantes. El tono que el escritor usa, más que como un amargo reproche que revele desencanto de su corazón pastoral, son palabras de condescendencia, diciéndoles que se va a adaptar a las limitaciones de ellos, por cuanto no han aprendido tanto como se esperaba ni de acuerdo al tiempo que pasó, debiendo ser ya maestros...tanto tiempo. Una paráfrasis de su intención sería: “Hay doctrinas profundas que pudiera mencionarles ahora mismo, pero me siento limitado por el pobre aprovechamiento de ustedes, quisiera confirmarles con mejores pensamientos en esta salvación tan grande”.

Observa que el ideal de un maestro es el progreso teológico de la congregación, si es que los hermanos muestran interés y no son lentos en el aprendizaje, como fue este caso que fueron tardos para oír, o lo que es lo mismo que aprender. No por una deficiencia auditiva sino por negligencia en lo que se les enseñaba, porque quizás no tomaban notas escritas o no reflexionaban en lo escuchado, o no escudriñaban la Escritura cada día para ver si estas cosas eran así. Aunque yo quiera defender el tono con que dijo el autor estas palabras siempre sale a la superficie la decepción que como maestro bíblico siente, que está impedido de escudriñar con ellos las cosas más difíciles, aun lo profundo de Dios, porque no aprendieron bien las más fáciles. Y supongo que en algún momento sintió haber corrido en vano parte del tiempo que había empleado en instruirlos.

Además, el ideal de un pastor o de un maestro bíblico es la reproducción, no solamente que su clase aumente en número de alumnos sino que los que enseña queden preparados como maestros, convertirlos en tales, debiendo ser ya maestros después de tanto tiempo, si bien no para que cada uno comience una nueva clase, al menos para que pueda enseñar a otros en las materias que aprende y por ese medio se expanda la iglesia; aunque aquí no se refiere a una clase sino a toda la congregación.

Sin embargo para que un hermano pueda enseñar a otros necesita cumplir con un requisito, alcanzar madurez teológica, que es algo más que emocional o mental, aunque estén incluidas. Y puedes estar seguro que no es tanto un asunto de personalidad sino de carácter, de inteligencia y conocimientos. Esa es la madurez a la que el autor se refiere cuando les dice que ellos no pueden ser maestros porque como los niños sólo pueden beber leche y no alimento sólido, y un maestro tiene que ser capaz de saber y creer las cosas difíciles de explicar como son la Santa Trinidad, la providencia divina, la elección eterna, la condenación de los injustos, etc. Y esas cosas difíciles de entender y de explicar son las que hay que saber bien y explicar bien tanto para no creer herejías destructoras como para evangelizar a un mundo escéptico, postmodernista y racionalista. Como pueden ver, la trascendencia y permanencia de la iglesia tiene que ver mucho con las clases bíblicas, la capacitación de todos sus miembros, y el monto de teología que allí haya. Así que un maestro tiene que ser un varón perfecto que va a la perfección (madurez) y que ha dejado las cosas de niño y no es un niño fluctuante por todo viento de doctrina porque las suyas las conoce bien.

Ahora bien lo que lo convierte en un gran maestro para la iglesia y el mundo es la elaboración teológica que hace con los conocimientos adquiridos, no sólo la adquisición líquida de la doctrina sino la incorporación de ella a su vida de fe y con la cual crece en experiencia cristiana, que es lo que da a entender la palabra “inexperto”, o que “no está acostumbrado a la palabra de justicia”, que es una traducción menos convincente. La aplicación de la teología a su vida lo hace madurar en fe, verificar la utilidad de la palabra de Dios, y le da autoridad, no como los escribas, para aconsejar, exhortar, animar y consolar y lo hace un personaje más beneficioso que cualquier psicólogo experto en consejería personal y familiar.

El maestro debe ser un experto en trinchar la palabra de justicia. Y como bellamente dice el autor, por la práctica de esas doctrinas los alumnos y el propio maestro adquieren la capacidad para establecer una línea divisoria entre el bien y el mal, porque la misma Palabra se lo enseña y hace que instruido por ella apruebe lo mejor. Actualmente en este mundo postmodernista, moralmente relativista, es desesperadamente necesaria la enseñanza doctrinal en la iglesia porque si sucumbe moralmente lo hará definitivamente. No puede perseverar una iglesia moralmente deficiente. El concepto de lo bueno y lo malo no son dejados a la elección personal sino a lo que la Palabra de Dios diga, y eso se sabe cuando la iglesia sobre su contexto histórico hace teología práctica. Es imprescindible la práctica o el uso de “los oráculos de Dios”, la enseñanza de ella de modo práctico y la insistencia del maestro en que sea aplicada a la vida cotidiana para que sus discípulos resplandezcan como luminares dentro de esta generación, como la de otrora, maligna y perversa.

Si lees más abajo, donde se hace un pequeño catálogo de doctrinas básicas para un curso de catecúmenos, te das cuenta que Cristo es el fundamento de esa teología elemental que comienza con la fe y el arrepentimiento y que gracias a él y por sus méritos un pecador puede recibir el bautismo, que si es hebreo sustituye todos los bautismos o abluciones de la ley, y si es gentil es lo mismo, un bautismo para arrepentimiento de obras muertas, bien sean las obras de la ley para la vida eterna o las obras pecaminosas de los gentiles.

Y que gracias a él se puede aspirar a una mejor esperanza (7.19), la resurrección de entre los muertos y pasar sin problema, mediante la justificación por la fe, por el juicio eterno. La única imposición de manos que aún quedaba en pie de todas las que se practicaban dentro del culto levítico, es la de recibir el Espíritu Santo como una aprobación del Nombre de Jesús y que la verdad apostólica viene de los judíos; y posteriormente se utilizó para la consagración a Dios de sus ministros ordenados.

Esas doctrinas son elementos de salvación, con ellas evangelizaba la iglesia al mundo, y lo espantaba como Pablo a Félix (Hch 24.25), y formaba a los nuevos creyentes porque eran parte de los temas con los cuales esa comunidad apostólica procuraba ganar a judíos y gentiles, e iba formando su pequeño manual y catecismo doctrinalmente práctico.

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