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martes, 14 de julio de 2020

El viejo de la ventana, Ifdy, y Spiderman


Un día como hoy 11 de julio, hizo su entrada en esta sociedad norteamericana, la hija del viejo de la ventana; la niña no traía pasaporte porque no le hacía falta, ni tampoco saltar cercas para entrar al país, venía desde el cielo como embajadora de la gracia de Dios, por expresa voluntad del Altísimo. Los padres están de acuerdo que su bellísima hija fue enviada a la pareja de refugiados, por la providencia en ese tiempo, para adornar la vida de la familia y enseñarles que Dios es todo suficiente, y que llegaba al seno del hogar como quien dice, con un pan debajo del brazo. El viejo de la ventana y su mujer, como todos los inmigrantes que llegan a este generoso país, había salido de Cuba, desplumado, sin un centavo en el bolsillo, y venía acá con poquísimos recursos. La madre salió embarazada, casi al bajarse del avión en el aeropuerto internacional de Miami, y eso significaría que, sin seguro médico, la joven pareja tendría que arreglárselas como pudiera, para recibir con fe, el envío de incalculable valor. El viejo, que todavía no era viejo, se asustó por la salud de la madre, y la situación de cómo sería costeado el proceso de embarazo, los médicos, y el hospital. Un hombre bueno en Cristo consiguió un médico de vocación, que no había estudiado para vivir mejor sino para curar enfermos y salvar vidas, tuvieran o no para pagarle. La atención médica a su señora fue generosa; y en cada visita el padre y la madre le preguntaban cuánto les costaría el proceso. Siempre el médico le daba largo a la respuesta y decía “ya veremos”. Hasta el día en que la pareja se apareció en la consulta con una canasta y la hijita dentro y le pidieron al galeno que le diera la cuenta, y el generoso médico le dijo que solamente una postal en Navidad, era eso todo lo que iba a cobrar. La pareja menesterosa se llenó de asombro y alivio. Cuando se presentaron los dolores del parto corrieron para el Hospital. El parto fue difícil y ambas estuvieron en peligro de muerte. Los médicos salvaron tanto a la madre como a la criatura. Cuando pusieron la niña en brazos de la madre, dijo ¡qué recortadita! Y le dio el primer beso y la primera mirada como un ángel femenino, enamorada de su niña; la puso a su lado en la cama a su calor, con una ternura y suavidad que ningún hombre podría imitar ni comprender. Al salir del hospital le dijeron al padre que sólo tendría que pagar mensualmente una cantidad que no llegaba a los cien dólares.

Dios prosiguió con el destino de la pequeña familia. El joven fue entrevistado por un obrero de la convención bautista que trabajaba en Maryland, que buscaba un pastor para esa iglesia. Y, ya, en un camión cargado con sus pertenencias, al volante una joven amiga, los padres, con los dos niños se dirigieron a ese estado, empleándose así él, como pastor de la Primera Iglesia Bautista de Maryland. La Iglesia tenía una pequeña faja de terreno donde había una antigua casita llena de cucarachas (echaron al basurero unas cien), sin que ninguna pidiera la conmutación de la pena capital cuando vieron al fumigador.
En ese estado estuvieron 18 años. La niña se quedaba con el padre mientras la madre salía a trabajar. Le dejaba ya lista la nutritiva papilla para que la alimentara. Cuando el ministro se hallaba en la oficina leyendo y escribiendo, la niña no se alejaba de su vista, y si tenía que hacer alguna visita pastoral, se iban juntos, lo mismo que al mercado, donde la subía en uno de los carros disponibles para la mercancía. En una ocasión la cajera que le cobraba, la encontró tan bonita, que habló con su jefe para que hiciera un buen descuento por su cara linda, y además le regalaron un biberón, que la empleada chupó antes de colgárselo al cuello a la niña. La chiquitilla creció que era un encanto y no había en Maryland, entre centro y suramericanos, otra igual, que le llegara en lindura a los talones. Esa navidad el gobernador pidió que se hiciera un certamen infantil de belleza y la niña cogió el primer premio porque se comprobó que había sido hecha a mano, como con un par de tijeras, y la expresión de la madre cuando la vio ¡qué recortadita!, hizo pensar al jurado que, en efecto, había sido hecha, no en una fábrica común, sino a mano y solamente con tijeras. El premio consistió en un viaje al paraíso infantil, al parque de diversiones, Disney World.

Cuando se acercaba el día para comenzar en la escuela, tenía miedo, el padre le preguntó, en su cama, por qué, y le contestó que no sabía inglés. No tengas miedo, lo vas aprender mejor que yo. En la actualidad, aunque tiene el sello “made in USA”, habla dos idiomas, el inglés literario y el español doméstico con el cual le va a costar “las mil y una noche” turcas para poder leer esta historia. Comenzaron las clases y la llevaba y la recogía en su carro y si le decía al padre que tenía una urgencia, él la bajaba del carro y hacia pis. Había un maestro que después del desayuno salía con un palillo en la boca, y la niña le tenía horror porque pensaba que podría comérsela. Así tuvo que dejarse ver su padre, estuviera lloviendo o no, hasta que perdiera de vista al maestro, y con los días, poco a poco cogió confianza y al fin le volvió el alma al cuerpo. Le enseñaron a mirar el futuro, le clavaron en la mente un título universitario, y la chiquilla lo tomó en serio y siguió devorando libros hasta graduarse en la universidad. Para desarrollar su apetito por la lectura, le compraron muchos libros infantiles y llegó a tener una buena colección de ellos, supongo que más de doscientos, algunos firmados por los autores con los cuales se escribía, y cuando ya no los necesitó y estaba aburrida de leerlos, los empaquetó para los países pobres de Centroamérica, aunque el dictador nicaragüense, que no le gustaba para nada la lectura, cuando llegó el cargamento, lo cambió a los guerrilleros por mariguana, y tabaco molido, para cachimbas.

En uno de los mercados una empleada le dijo al padre que había visto su rostro en la televisión, en el programa M.A.S.H. (Mobile Army Surgical Hospital, sobre la guerra en Corea), y que parecía el doble de Alan Alda, aunque él prefería parecerse a Clint Eastwood, el terror de los pistoleros. Alan Alda supo que tenía como una copia latina de su persona, y le pidió que le enviara una foto, y así lo hizo, y ya que le gustaban tanto sus episodios, le pidió que si quería servir de doble como médico de la unidad militar. Le dijo que quería llevar a su hija para que se divirtiera, si eso fuera posible entre granadas y balas. Y no hubo problemas y viajó con ella hasta Corea. La pequeña le cayó en gracia al sargento, a todo el pelotón, y la chiquilla se moría de risa con Alda.

En cuanto al padre, lo único que conocía de medicina era el yodo, las aspirinas y la vitamina C. ¡Estupendo!, dijo el jefe del grupo médico y que era suficiente esa preparación para atender los heridos, que el resto de la carrera de medicina lo aprendería a marcha forzada huyendo de las explosiones, si se guardaba de los bombardeos y de alguna bala perdida. Aldito, que por conveniencia se declaraba agnóstico, le decía al viejo del efficiency, que era jovencísimo, que con los deseos que tenía era suficiente, para darle un diploma de doctorado en ciernes. Nunca se le murió ningún herido porque cuando ya estaba en las últimas empezaba a gritarle a Alda, que llegaba en un santiamén, le ponía algún anestésico, le extraía las balas, aunque el pobre hubiera sido prácticamente cosido por una ráfaga. La niña, estaba orgullosísima de su relación con Alda, y crecida un poco quiso poner en práctica lo que aprendió con él, el arte fingido de hacer creer a los televidentes que era rigurosamente cierto el papel que ella interpretaba. La quisieron contratar para una serie en Netflix, y como era conservadora en asuntos morales, no aceptó la oferta ni quiso firmar los papeles.
En todo el continente americano la conocen como Ifdy, una contracción de Ifdaías, nombre judío que el padre escogió de las crónicas bíblicas, por cierto, masculino, que fue como una predestinación de su carácter firme, y que puso de mal humor a los árabes Arafat y Osama bin Laden, pero los alemanes estaban felicísimos; algunos estuvieron en su boda con Mark Wohlschlegel. Un reportero del Washington Times, no del Post, que no le creía ni una palabra; y vinieron a su boda en Miami, estuvieron en el efficiency alquilado, tomaron muchísimas notas y fotografías y las publicaron.
El director del F.B.I. pidió que le dieran unas copias para que el Congreso y el Senado y la malhumorada señora Nancy Pelosi los leyeran. Netflix supo la maravillosa historia de la niña e insistió en hacer un guion para una película.  Pero como siempre, empezó con su estira y encoge, aunque al fin cedió, y publicó la historia de la hija del viejo de la ventana, ya mujer y casada con un abogado. Tuvieron tres hijos. El primero Gideon, sensible y jovial chiquillo, admirador de los superhéroes y que tolera al abuelo de la ventana. El segundo lo parió en Irlanda del Norte y se llama Cullen, y como está embarazada, le han sugerido que lo inscriba con el nombre Tértulo, un picapleitos que por sus triunfos en todos los juicios que ha tenido diciendo medias verdades, se ha hecho famoso hasta en el imperio romano. Tiene mucho dinero, hecho ganando juicios a favor de los que brincan la cerca de la frontera y por eso es conocido en toda Latinoamérica. Ha hecho una fortuna así, aunque insiste en que no ama el dinero, sino sólo que le gusta y lo respeta. Miguel de Cervantes Saavedra le escribió y le dijo, amigo Mark, “poderoso caballero es don dinero”, y le pidió una copia del cuento del viejo del efficiency alquilado.

El abuelo de la ventana, un filántropo, ha hablado con los asiáticos para que acorten la pandemia y pueda regresar en su carro a Miami Spiderman, tomarse unas fotos juntos e invitar a Gideon su nieto, el hijo mayor de su hija, enseñarlo a manejar y a usar la resistente telaraña para encaramarse en cualquier edificio de Virginia o de Washington, D.C. y atrapar a los que cometen fechorías y ponerlos un buen tiempo en la sombra.  Y esta historia, que punto por punto es cierta, se la regalo a mi única hija estadounidense, hoy día de su cumpleaños.

Les, quieren mucho, papi y mami.

viernes, 10 de julio de 2020

El viejo de la ventana y el aplauso del cangrejo


Hoy es el cumpleaños del hijo del viejo de la ventana. Le pregunté cómo habían venido a parar a este país, hace tantos años. El viejo, que en aquel entonces era joven, y su mujer también; le dijo a ella que estaba cansado de que le tuvieran la vida regimentada. Mirando a su hijo le preguntó y le dijo a su joven esposa, yo no quiero que el niño se crie aquí, sino que tenga juguetes, ropa, comida y sea libre para pensar como quiera, ¿te irías conmigo y el niño fuera de este país? Y la muchacha le dijo que sí. Y comenzaron a hacer gestiones para emanciparse. Fueron al consulado americano y el señor cónsul muy amable les dijo que, si conseguían trabajo en Estados Unidos y se lo hacían constar, les daría visa para viajar. Era el año 1979. Vivían en un pueblito marítimo, Mariel, que después se hizo famoso por la emigración en masa de miles de cubanos. Hicieron cartas a varias embajadas, hasta pensaron que si no había otra opción se irían para Australia. La mujer visitó al consulado católico, y el cónsul le hizo promesas. Fueron al consulado español en La Habana y les dijeron que, si conseguían un trabajo en España, no tendrían problema para emigrar. Y así lo hicieron. Unos familiares en Estados Unidos los ayudaron con dólares. Y se fueron para la “madre patria”. Y lo lograron. Sin un centavo en el bolsillo llegaron a Madrid. Era otro mundo con olores distintos. Gente buena. Tenían comida. 

Había en Jaén, Andalucía, una familia que tenía una niña rubia de ojos azules, que simpatizó con el chiquillo desde que lo vio, y él con ella. En aquella sociedad, diferente a las tiranías, cada cual pensaba como quería y nadie lo obligaba. Fueron para Miami y casi al salir del aeropuerto su mujer salió embarazada y dio a luz una chiquilla, recortadita y preciosa. La mujer trabajó incansablemente con sus manos y se compró un auto. El joven empezó a escribir libros cristianos y a sembrar la palabra de Dios en todos los que podía. Todo eso fue de lo que me enteré. Y como no me dijo más y le tomé cariño, quise continuar con su biografía y su estancia en el efficiency alquilado, mezclándola con imaginación, y que él mismo la cuente y que resulte, entretenida y bella.

Pues allá voy, y con mucho gusto voy a contar lo que pasa dentro del pequeño apartamento. Conseguí un binocular, una escalera tan alta como la de Jacob, que, sin exagerar, o haciéndolo un poquillo, llegara a las nubes, y subí a una grandísima mata de mangos que tiene el vecino de enfrente, en un dos por tres, como hacen las ardillas fugitivas; ahí vive un señor de raza negra, religioso, de camiseta blanca, amante de los niños y que me saluda ondeando en forma de abanico su mano y me regala una sonrisa, porque le han dicho que soy un inquilino que paga justo a tiempo y que voy a una iglesia. El patio de esa casa es grandísimo y llega casi a la frontera donde vive Goliat el filisteo, con el cual ha tenido un intercambio de textos injuriosos, por basuras que arrojan esos incircuncisos en las redes sociales. Un día me preguntó que si yo tenía puntería y la onda de David porque tenía ganas de darle una pedrada.
Termino con mi vecino y voy a mi personaje, al viejo de la ventana, al cual mi mujer con una navaja le cortó la sombra y me vistió con ella. Me quedó un poco ancha porque estoy flaco, pero se parece a mí. Ese trabajo lo hizo con una máquina de coser nuevita, que usa para zurcir descosidos para la tienda jcpenney. En cuanto a lo del binocular, tomé fotos como lo hacen los expertos del FBI, escondidos y a la distancia, de las zonas más cercanas del efficiency, donde han vivido por casi tres años, el viejo de la ventana y su señora. Con respeto, porque fueron bien casaditos. Y se de buena tinta, que él y ella se quieren muchísimo y están pegados el uno al otro como chicles. Haciendo mis averiguaciones, y teniendo mis contactos en la biblioteca de Alejandría, me di un brinco hasta el norte de África y consulté, con la ayuda de algunos de los padres de la Iglesia, Clemente de Alejandría, Agustín de Hipona, Jerónimo, y otros, de los cuales el viejo de la ventana tiene contactos archivados más que literarios, personales, porque se sientan en la historia juntos, e invitan a Martín Lutero y a Juan Calvino a cenar con ellos, del maná, recogido por los israelitas, molido en mortero, bien empacado en comentarios exegéticos excepcionales, y que por boberías  de la historia, fueron contaminados por los chinos según dicen, pero purificados de coronavirus y mentiras liberales, en la academia Johns Hopkins, donde con bombos y platillos el viejo de la ventana anda diciéndole a todo el mundo que su nieto estudia allí, y que el corazón de los padres, lo ha oído por teléfono en alta voz, estalla como bombas, de satisfacción.

Al viejo de la ventana, se ha hecho un rumor público, se le ha metido entre ceja y ceja, contar algo, que sirve para un buen chisme, sobre la eternidad del amor con su mujer. Yo me enteré de eso, e hice mis averiguaciones, por las carcajadas que salían por la ventana y pude hasta escucharlas en la copa de la mata de mango donde me subí para alcanzar uno bien maduro, que nada tiene que ver con el dictador venezolano, y allí mismo lo descascaré y lo disfruté y le tiré la semilla a cuervo impertinente que me pedía a grito pelado una mordida. Así hay pájaros indecentes que no guardan sus composturas. Pero sin más ambages, los dos viejos se aman como si los cincuenta almanaques que han pasado juntos sin haber dañado, desilusionado o decepcionado, ni un ápice, el cariño que esos dos ancianos se tienen. Creo que ya mencioné en alguna parte, las carcajadas escandalosas que espontáneamente salen por la ventana, y hasta setenta menos uno, se han reunido, trayendo sus sillas y obstruyendo el tráfico, para escuchar al viejo reír de las ocurrencias de su linda vieja, sin ofender. Y los chismes que yo les cuento exponiéndome a una demanda judicial, si llegara a enterarse el faraón Ramsés II, que contradecía a Moisés. Qué bobería es esa, de algunos de la farándula, casarse, gastar un dineral en las habitaciones de un castillo de naipes, ir a una luna con miel que puede evaporarse en tres meses juntos con el sol de diferentes caracteres, y haciéndose insoportable la convivencia, se les mete en sus cabezas pensar que la unión fue una equivocación, que la llama del amor resultó fuego de tusa, se les quemó entre sábanas, y quieren ir al juez injusto de la parábola de Jesús para que los divorcie, que si no tiene principios constitucionales antiguos y republicanos, en un santiamén les da la autorización para que cada uno coja su camino.
La vieja, mi vieja, que es la misma que la del canoso que mira el lleve y trae de afuera, ella como la señora de Proverbios de Salomón, se ríe del porvenir, seguro. El viejo, para entretener a los deseosos de oír reír, le soltó a la concurrencia una anécdota de sus recuerdos, diciéndoles que cuando vivían en Guanabacoa, la Habana, los vecinos del frente se injuriaban a gritos pelados y con palabras abusivas, y no soportando más el escándalo los llamó a capítulo y les dijo que el matrimonio no es una unión automática, sino que funciona si ambos se lo proponen, y quieren hacerlo funcionar. Y les dio unos cuantos consejos prácticos y espirituales, sin brujerías, para llevarse bien, no maltratarse, caminar juntos en una misma dirección y disfrutarse no sólo en las sábanas, sino en la mesa, y mirando los aburridos shows políticos de la televisión. Y los convencía en un santiamén enseñándoles fotos de su matrimonio. Y leyendo por nombres hasta los testigos y de los ministros que concurrieron a su boda.
Pues el viejo que anda escribiendo quizás lo que no debe escribir, y que, si a su mujer se le mete el diablo en la cabeza, y ella no lo azora con una escoba, le va a sacudir el polvo. Y este viejo que usualmente es discretísimo, me lo dejo a mí, o a mi sombra, o lo contó cuando fue a jugar dominó en el Mall de Hialeah. A quienes estén leyendo esta historia fantástica y bella, me van a disculpar la mentirilla de que el susodicho juega dominó porque dice que es un entretenimiento bobo,  y por decirlo en alta voz ninguno de los usuales jugadores lo quiere como espectador, y le pagarían el entierro si se muriera de una vez, y en una ocasión, si no interviene una china, que de un salto voló por encima de todas las mesas, desde donde estaba vendiendo pollo frito, y paró la cubana discusión de los jugadores.

Señores del jurado, brinco para atrás, hablando como loco, los dos viejos del efficiency alquilado, nunca irán por allí para hacer trizas los papeles que firmaron para estar juntos toda la vida, porque no pueden vivir el uno sin el otro. He dicho vivir y no existir. Él se lo dijo a ella y yo lo oí, que Dios no había tomado una costilla suya, aunque está flaco y se le palpan todas fácilmente, para hacer a su mujer, sino con carne del tejido de su corazón. A este hombrecillo, le gusta expresar las cosas con ingenio, porque tiene alma de literato, y parece que lo parieron con un libro gordo en la mano, no una guía telefónica ni con un teléfono móvil. Siempre anda con uno.  
Un día sucio y lluvioso, porque en Hialeah llueve todos los días, mientras le limpiaban el carro, alguien le comentó que era raro ver a un cliente leyendo un libro y no mirando el teléfono. El viejo está hecho a lo medieval, antiguo, y los libros los lee en papel, no en su computadora, que el pobre, ya le está pidiendo a gritos que la reemplacen por una nueva. La queja no ha llegado hasta su bolsillo, que lo tiene cerrado con un zíper. Una de las cosas que más echa de menos el viejo es su biblioteca que tiene guardada en un almacén hace tres años, y ahora que se aproxima decirle adiós al efficiency, ya no más obligado por la providencia divina y por los planes del Altísimo, quiere que su nueva residencia tenga una exclusiva habitación para acomodar, con libreros nuevos, su biblioteca. Pero lo que me ha hecho contar este resumen histórico de la pareja, es que la unión matrimonial perenne, dichosa, no es una ficción, y estos dos personajes, estos dos amantes están fundidos en uno, cercenar esa unión es imposible, si se daña al uno, se daña también al otro, si muere uno el otro, por suspiros de añoranzas le sigue los pasos. En broma, el viejo le ha dicho, en ambos oídos, y, muy bajito, pero yo lo oí, que quiere comprar para que entierren su cuerpo, un lugar donde quepan dos, él, que tiene el billete de viaje ya comprado, será el de abajo, y estará esperando en cenizas por la eternidad a que llegue, vestida de blanco, a su polvo, la dama de su sueño eterno, porque tiene miedo estar solo, y para estar en los celajes cristianos, en la gloria del bellísimo Nazareno, juntos ambos.

Y desde la ventana del efficiency alquilado, salió afuera un huesudo puño que tiró a volar besos en rosas y claveles, las rosas para los matrimonios de pelos cortos y los claveles para las de cabelleras y trenzas, que ellas prendían en sus frentes, las damas vestidas de blanco, y el olor de los pétalos de libertad llegó hasta la mismísima ONU, que como de costumbre se cruzó de brazos y extendió la mano para recibir de USA el jugoso cheque.  Los delicados besos tenían cuatro alas, como los querubines del profeta Ezequiel, volaron dando giros y nuevos giros, por todo el barrio, y formaron un tornado de amor que subieron a las copas de las palmas, azucararon los mangos del vecino enfrente y le zumbaron dos seños fruncidos verdes a los maduros venezolanos. Las aves de la tarde como en Florida abundan las aves, y ninguna se muere de hambre, cada una se maquilló con volantes besitos, y se puso más bonita y hasta cada pájaro jíbaro atrapó uno, y con picos más sabrosos que los labios, detuvieron el tráfico aéreo del aeropuerto internacional de Miami, cantado “viva el amor, viva la amistad, aquí hay comida para todos”. Y los oyeron los pájaros a noventa millas, con sus buches vacíos, y no dijeron ni pio por miedo a los cazadores de ideas.  El viejo que entiende el libre pio, pio, lo tararea en su escritorio y lo canta en la ducha.
Siempre hay aves chismosas que vienen a pasar el invierno en Florida y darse chapuzones en Cayo Largo, Cayo Hueso y las mil playas de este bendito estado, que a todas se les ha dado la bienvenida, incluso a las que vienen como refugiadas políticas por cantar canciones contra las longevas tiranías y las que rompen vidrieras y roban mercancías. Por ese  entonces trabajaba en un laboratorio un joven ingresado a la universidad Johns Hopkins, de grandes principios humanos y cristianos, que ideó con tablas mosaicas bajadas del monte Sinaí, moliendo un gomer y dos libras de pan de ángeles, agua de una roca, de la que brotó por el toque de la vara de su conocimiento, con una taza de vino de las bodas de Caná de Galilea, un antídoto de gracia soberana, que machucado todo en un mortero, con clara de huevo, fue suficiente como vacuna y antídoto, para ser inyectada en las mentes precoces, y darlo a beber a la entera humanidad, que dejó de temer y sufrir por manos de un género, sobreviviente de plagas egipcias, COBID-19.  La condición para la inmunización era ser inyectado con una aguja llamada evangelio que un amoroso nazareno había fabricado, y puesta la medicina directamente al corazón, y administrada por los poquísimos maestros ginebrinos o paulinos, valiosos residuos de un monje agustino llamado Martin y un huesudo ginebrino llamado Juan.  
Un día como hoy llegó a este mundo el hijo varón del viejo de la ventana, a quien le pidió que se hiciera un educado profesional, y el niño lo tomó en serio, le dijo al padre que sí, y se ganó cincuenta reconocimientos y diplomas. El viejo hace mucho, se lo llevó a Europa, y allá conoció a una niña pelirrubia. Y le cayó en gracia, se dieron recíprocas sonrisas y cada uno puso en su memoria una foto. Y el tiempo se hizo viejo. Un día el chiquillo se acordó de la rubia y de la tierra de su libertad y dijo “voy a verla”, y “¡quién sabe!”. Se subió al helicóptero que su padre tenía guardado en un garaje de autos y cachivaches, lo arrancó y sin permiso de nadie aterrizó en el patio de la señorita. Los andaluces que fueron avisados de la locura, lo recibieron, niños y viejos, porque los españoles duran mucho, bailando flamenco, con castañuelas y todo, y sin adornar sus palabras le dijo a ella, “te tengo clavada en mis recuerdos, ¿quieres casarte conmigo? Y sin esperar la respuesta le puso en su mano izquierda un anillo comprado a la reina Vasti. El espabilado caribeño, sacó su pasaporte, su salomónica cuenta bancaria, le enseñó un cangrejo vivo, que había burlado la seguridad del aeropuerto, y encantada por la originalidad del novato, aceptaron venirse a Maryland, los tres, ella solterita y virgen, costumbre judía casi extinguida, porque el tercero que pidió su regreso a Maryland, fue el cangrejo, que aplaudió de felicidad.
Un regalito para mi hijo lindo, de su papi.



  1 Juan Mayormente el contenido de esta carta, si es que a pesar de la repetición de asuntos, se puede considerar de esa manera y no como...