Pablo no bendijo su ropa ni Pedro echó algún responso sobre su sombra



Hechos 19:11, 12
“Y Dios hacía milagros extraordinarios por mano de Pablo, de tal manera que incluso llevaban pañuelos o delantales de su cuerpo a los enfermos, y las enfermedades los dejaban y los malos espíritus se iban de ellos”. 

Éfeso era una ciudad repleta de supersticiones de todas las clases; eso hay que tenerlo en cuenta cuando se interpreta el texto. Esa palabra, tucousaj, significa “algo extraordinario, no común, no usual, no normalmente u ordinariamente hecho”. El “poder” (milagro) que Dios obraba en este sentido fue algo especial, no la forma normal que él tiene de actuar, una cosa especial de acuerdo al sitio, Éfeso, con el fin de adaptar su manera de obrar a las miles de supercherías y fantasías que en aquella ciudad eran muy populares y acaparaban las almas de los ingenuos. Es la forma adecuada para evangelizarlos, no para deslumbrarlos, ni siquiera con el propósito de beneficiar a las personas enfermas. Esa forma especial de operar es parecida a la que tiene lugar en tiempos de Moisés cuando para convencer a Faraón y que deje ir a Israel obra maravillas superiores a la de los magos (Ex.8:7) o en entre Acab,  Elías y los profetas de Baal, para convencer al pueblo que no hay otro ni más Dios que Jehová.

Eso de pañuelos ungidos, aguas benditas, perfumes, inciensos y humos raros, no tienen que ver con el Antiguo Testamento sino más bien con el espiritismo, la magia y con satanás,  que con el verdadero Dios. Predicar a Cristo y usar esas cosas es como encender una vela a Dios y otra al diablo. Dentro del Nuevo Testamento hallamos algo similar en relación con el apóstol Pedro, cuando la gente salía a la calle para sanarse con su sombra (Hch.5:14-16); y siempre dentro del contexto de la evangelización y no por filantropía o teniendo como vista la exclusiva curación de algún hermano o pecador enfermo. Seguir esto como un patrón y desarrollar una campaña de pañuelos, delantales, cintas, aguas, tiras, cordones y revistas “ungidas” es descender a la pura fantasía o llenar de ignorancia y superstición la iglesia de Cristo. No hay la más pequeña traza de que Pablo ungiera o bendijera sus ropas para que surtieran algún milagro, ni que Pedro echase algún responso sobre su sombra. Estas fueron ocasiones especiales, circunstanciales para evangelizar al mundo y no un medio ordinario, dejado como modelo para los futuros seguidores de la senda apostólica, lo cual sería superstición, y aún fuera de ese contexto, lo es.

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