Yo soy Pablo y no Júpiter. Y yo Bernabé y no Mercurio
Hechos 14:8-18
“8 Y cierto hombre de Listra estaba sentado,
imposibilitado de los pies, cojo de nacimiento, que jamás había andado. 9 Este
oyó hablar a Pablo, el cual, fijando en él sus ojos, y viendo que tenía fe para
ser sanado, 10 dijo a gran voz: Levántate derecho sobre
tus pies. Y él saltó, y anduvo. 11 Entonces la gente,
visto lo que Pablo había hecho, alzó la voz, diciendo en lengua licaónica:
Dioses bajo la semejanza de hombres han descendido a nosotros. 12 Y
a Bernabé llamaban Júpiter, y a Pablo, Mercurio, porque éste era el que llevaba
la palabra. 13 Y el sacerdote de Júpiter, cuyo templo
estaba frente a la ciudad, trajo toros y guirnaldas delante de las puertas, y
juntamente con la muchedumbre quería ofrecer sacrificios. 14 Cuando
lo oyeron los apóstoles Bernabé y Pablo, rasgaron sus ropas, y se lanzaron
entre la multitud, dando voces 15 y diciendo: Varones,
¿por qué hacéis esto? Nosotros también somos hombres semejantes a vosotros, que
os anunciamos que de estas vanidades os convirtáis al Dios vivo, que hizo el
cielo y la tierra, el mar, y todo lo que en ellos hay. 16 En
las edades pasadas él ha dejado a todas las gentes andar en sus propios
caminos; 17 si bien no se dejó a sí mismo sin
testimonio, haciendo bien, dándonos lluvias del cielo y tiempos fructíferos,
llenando de sustento y de alegría nuestros corazones. 18 Y
diciendo estas cosas, difícilmente lograron impedir que la multitud les
ofreciese sacrificio”.
Bernabé y Pablo
fueron dos misioneros consagrados a la gloria de Dios, dos “siervos del Dios
Altísimo” (16:17) que no permitieron que sus oyentes les rindieran divina pleitesía. Sobre todo no
usaron el poder que Dios les dio, para la grandeza de sus nombres, y cuya
misión sin ostentación consistió en predicar en el mundo entero el conocimiento
del Dios verdadero. En cuestión de religión verdadera o falsa lo más importante
a la hora de decidir, según el mismo apóstol
Pablo, y recuerdo a Elías tisbita, “no
consiste en palabras sino poder” (1Co.4:20).
Fue con buena
intención que el apóstol Pablo decidió sanar a este pobre paralítico. Pasando
su mirada alrededor mientras les predicaba el evangelio sintió la necesidad de
darles una señal del cielo (Mt.16:1) para ayudarles creer, y confirmar la
verdad que les predicaba. Notando por la atención que el hombre le prestaba, y
por el ansia que se le salía por los ojos, supuso que en su corazón había fe, y
lo sanó. No quiero discutir qué hubiera hecho Dios si no hubiera tenido fe;
éste tenía fe y con fe es posible agradar a Dios. Sabemos que la incredulidad
es un gran obstáculo para recibir bendiciones (Mr. 6:5).
Pero en el pasaje
hay asuntos más importantes que éste para discutir. Por este caso y la
experiencia se ve que el beneficio recibido por un poder sobrenatural puede ser
adjudicado a la verdad o a la mentira, a Dios o al diablo, a la ciencia o la
casualidad. Puede conducir a una persona hacia una u otra religión. Ellos
"tomaron el rábano por las hojas" y en vez de creer en Aquel Dios,
los tomaron a ellos como dioses, a Bernabé llamaban Zeus (Júpiter) y a Pablo
Mercurio (Hermes). Fascinados por la maravilla el astuto sacerdote del dios
Júpiter, viendo el provecho que podría obtener de esa aparición, se apresuró a
llamar dioses a estos dos seres humanos y adivinar sus nombres por la
mitología, y quiso ofrecerles sacrificios de animales.
Observa la actitud cristiana de los misioneros tratando
de quitarles de la cabeza esa idea que ellos dos eran dioses, aunque los
apedrearan (v.19). ¿Qué hacer cuando las alabanzas y los aplausos van dirigidos
al hombre y no a Dios? El apóstol Pablo y Bernabé se aterraron y con todas sus
fuerzas impidieron que se les tomara por dioses y se les sacrificaran
animales. Dos cosas hicieron para impedirlo: rompieron sus ropas, como es
costumbre entre los orientales para indicar duelo, aflicción y rechazo, y se
lanzaron entre la multitud para que palparan sus cuerpos y vieran que no eran
espíritus (Luc. 24:39), sino de la misma naturaleza humana que ellos. Ejemplos
para que sustraigan sus manos los que las extienden para que beatos se las
besen, o impidan que pobres incrédulos les hagan reverencias y les pidan
bendiciones.
Contrasta esta actitud apostólica con la de endiosamiento
de seres humanos: emperadores, reyes, marqueses, papas y predicadores, que
aprovechan las bendiciones de Dios para el engrandecimiento de sus nombres, y
se "se sientan en el templo de Dios como si fueran Dios" (2 Te.2:4).
Esa arrogancia es la esencia del carácter del anticristo, impropia
completamente en los que promueven la salvación por medio de Jesús para la
gloria de Dios. Más que una actitud humilde de parte de ellos se puede notar el
horror que sentían al pensar que la gloria de Dios podría ser transferida a
ellos. Y más aún, concederle confirmación a los mitos de aquellos paganos. Con
dificultad lograron impedir que los adoraran como seres bajados del cielo, y en
adelante siguieron llamándose Pablo y Bernabé y no Júpiter y Mercurio.
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