¡No crean eso, Herodes y señor Papa!
Hechos 12:20-23
“20 Y
Herodes estaba enojado contra los de Tiro y de Sidón; pero ellos vinieron de
acuerdo ante él, y sobornado Blasto, que era camarero mayor del rey, pedían
paz, porque su territorio era abastecido por el del rey. 21 Y
un día señalado, Herodes, vestido de ropas reales, se sentó en el tribunal y
les arengó. 22 Y el pueblo aclamaba gritando: ¡Voz de
Dios, y no de hombre! 23 Al momento un ángel del Señor
le hirió, por cuanto no dio la gloria a Dios; y expiró comido de gusanos”.
No dar la gloria a Dios es un pecado mucho
mayor que ordenar un homicidio (v. 19). Herodes, por ordenar la cruel muerte de
los guardas inocentes no parece haber recibido algún castigo divino en esta
vida, pero sin embargo por aceptar las aclamaciones de un dios por sus
aduladores fue condenado a expirar del modo más horrible y vergonzoso posible,
comidos por lombrices que se acumulaban en su estómago y le producían terribles
dolores (según el relato de Josefo). Desde tiempo inmemorial esto es lo que más
complace al hombre: ser tenido como un dios y se le llame "divino”; los césares
hicieron uso de esa arrogancia y la historia recoge inscripciones tales como
“el divino Tito”, “el divino Vespasiano”. A Roma le encantaba eso, lo mismo que
a Grecia, sin dejar atrás a los babilonios, los persas, los egipcios y el mundo
entero.
El culto a la personalidad humana está entretejido con la historia
misma de la raza humana; convertir a sus
héroes en dioses o semidioses y pedir para ellos sacrificios de animales y
vítores como estos que leemos que los Tirios y Sidonios le gritaban a Herodes:
“Voz de Dios y no de hombres”. Desde épocas inmemoriales los descendientes de
Sem, por sangre o por fe, siempre se han negado a rendir culto a otra deidad
que se llame señor en el cielo o en la tierra, que no sea a Jehová, el
Dios de los hebreos. Sadrac, Mesac, Abed-nego, Daniel y los cristianos de los
primeros siglos dijeron que no a la idolatría y prefirieron ser martirizados a
nombrar como “Señor” a un hombre de carne y hueso. El único Señor de los
cristianos es Jesús de Nazaret; y esto porque creen que en él habita
corporalmente la plenitud de la deidad y como se dijo en el concilio de
Nicea, es “Dios de verdadero Dios”.
Los apóstoles rehuían más que a la misma
muerte las intenciones del populacho ignorante, para adorarlos. No obstante, no
actúa igual el Papa romano cuando permite que le besen la mano, que se postren
ante él y que lo reciban aquí y allá como al mismo Cristo y en lugar del
Espíritu Santo en la tierra.
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