La incredulidad nos levanta más temprano
Mateo 8: 24, 25
" 24 Y he aquí que se levantó en el mar una tempestad
tan grande que las olas cubrían la barca; pero él dormía. 25 Y
vinieron sus discípulos y le despertaron, diciendo: ¡Señor, sálvanos, que
perecemos!".
Si vemos a Jesús tranquilo ¿por qué nos ponemos
nerviosos? ¿No dormía así Pedro en su celda la noche antes de su posible
ejecución? (Hch. 12: 5-7). ¿No dice que
él da a sus amados el sueño? (Sal. 127: 2). La incredulidad nos despierta más
temprano cuando todo el cuerpo lo necesita. Las preocupaciones nos dan los
buenos días antes que la luz del sol. Ya nos vemos sin remedio en el fondo del
mar. Fallamos en nuestra imitación de Cristo. Si nos parece que el Señor no le
da importancia a nuestra situación es que no la tiene, estando él ahí. Nuestros
miedos la exageran, fertilizan nuestra imaginación, la complican, la llenan de
fantasmas, nos matan estos temores antes de morir.
Ninguna cosa quiero ahora tanto, cuando mi suelo se
mueve, como ver engrandecida mi fe. Jesús domina los tiempos y con él aunque
dormido, las cosas se ponen mejor, el viento guarda silencio y las nubes se van.
Tal vez imitamos de Jesús muchas cosas, menos su tranquilidad y su manera de
dormir. Las promesas divinas son buenas almohadas, lo que no las usamos.
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