Los Peregrinos en el Castillo de las Dudas


Comentario sobre "El Peregrino" (Juan Bunyan)

Los días que siguieron  aquellos paradisíacos hicieron un grave contraste. El camino se les volvió difícil y Cristiano indujo a su amigo para que tomaran un rumbo que parecía ir en la misma dirección y mucho más cómodo. Ese camino no es el nuevo y vivo que ellos traían sino una senda muy antigua, y aunque Bunyan no le pone nombre al lugar, por sus características debe llamarse Carnalidad, un sitio bajo dentro de la naturaleza humana, cuyas propiedades pertenecen desde la antigüedad a su primer propietario llamado Adán y administradas por sus descendientes, entre los cuales se halla el gigante Desesperación y su esposa Desconfianza, y habitan en el Castillo de las Dudas. Los dos santos habiendo comenzado por el Espíritu se tornaron hacia la carne.

El camino a Sion, por donde van los que andan en el Espíritu,  no pasa por allí pero los peregrinos cuando se les hace muy difícil, como a ellos les ocurrió, bajan unos escalones, y siguen en igual sentido pero por un terreno con una religión más cómoda. Dentro de él se pueden extender los pies, hay mucha más libertad, se permiten ciertas cosas que en el otro no, se consigue lo que uno quiere sin apelar a toda oración y ruego, los medios no son de gracia, son más populares y razonables, la gente es más complaciente y no tan radical en su profesión espiritual. Tentados por esa senda fácil, Cristiano y Esperanza entraron en él y fueron sorprendidos por el Gigante Desesperación. Parte del diálogo reza así:

“Buen hermano, lo siento, he sido yo quien te ha sacado del camino y te ha puesto en tanto peligro, por favor, perdóname porque no lo he hecho con mala intención”.

¿Cómo lees?, cuando un cristiano aparta a otro de la senda debe pedirle perdón, le debe una sincera disculpa y ayudar a sacarlo del camino y del error en el cual él lo metió. Cristiano fue quien indujo a su amigo a que tomaran otra senda. Lo que les pasó fue triste pero estas palabras son bellas, cuando le pide perdón  por haberlo descaminado. Esperanza le dijo:

“Yo sentía miedo separarme del camino y por eso te sugerí que no lo hiciéramos y aunque tú eres más viejo que yo, debí habértelo dicho directamente y de modo firme”.

De esto aprenderás que no debes sustituir tu conocimiento y tu conciencia por la experiencia y conciencia de otro, aunque se trate de un hermano amado. No debes permitir que nadie te cambie la senda que llevas, cuídate de todos, en especial de aquellos que te acompañan y a los cuales amas y respetas, aunque sean  discípulos más antiguos que tú y que supuestamente tienen más experiencias. Tu conciencia debe dirigirla la Palabra de Dios y no la experiencia de otro hermano.

Esperanza se lamentó que no se había negado de modo firme. Debió ser firme y rechazarle la proposición.  Y si por tu culpa alguien deja el camino cristiano, si se enfría, si lo desilusionas, si por tu testimonio halla excusa para tomar otro rumbo, anda, ve y pídele perdón y dile que lo has hecho sin intención porque no debes cargar con la responsabilidad y el juicio de alguna apostasía y la muerte de algún alma. Asegúrate que nadie salga culpable cuando sea juzgado por causa de un pecado que contra él cometiste.

Hay otras enseñanzas buenas que se sacan de la misma fuente.

“En esos momentos las aguas habían crecido mucho y no podían volver. Entonces pensó que es más fácil salirse del camino cuando uno está dentro que entrar en él cuando se halla afuera...”.

En esta época  aprendemos de labios de Esperanza que es fácil dejar de caminar en el Espíritu y muy difícil volver a entrar. La vida cristiana es una obra del Espíritu. Puedes mirar la experiencia de los que están en la larga fila de apóstatas y verás que  pocos de ellos han logrado desandar los pasos que dieron para salirse porque han contristado al Espíritu, han perdido la comunión con Dios que por medio de él tenían, y no pueden leer la Escritura ni orar de igual forma que antes,  por lo cual, no tienen fuerzas para cambiar la nueva situación en la que voluntariamente se han metido.

En cuanto a los sermones, si van a escucharlos, oyen las mismas palabras que antes pero no reciben bendición porque no llegan a sus oídos con la unción del Santo. Se les ha apagado la luz que sobre ellos alumbraba y no pueden volver a tomar el camino que dejaron. En eso estriba el problema que hace muy difícil volver andar en el Espíritu, porque sin la ayuda de él todos los esfuerzos carecen de valor. David oraba para que el Señor no quitara de él su Santo Espíritu (Sal 51.11).

De esas tristes páginas aprendemos que el Castillo de las Dudas está edificado en los terrenos de la carne y que si un cristiano anda en el Espíritu es muy difícil que sea arrojado en uno de sus calabozos. Si me fuera permitido por el autor del libro le llamaría dudas al gigante, y a su prisión desesperación. La forma bíblica para evitar caer en dudas y desesperación es adorar a Dios en Espíritu y en verdad, poner a un lado todo lo que sea ceremonial, humano y carnal y nutrirse en oración de la Palabra de Dios.

Sigue el consejo que te da el sabio, ten fe en las promesas de Dios, estate seguro que ese Gran Libro que lees fue inspirado por Dios y que si las plumas de sus autores humanos fueron movidas por el Espíritu Santo, es imposible que Dios mienta. Dios no puede mentir. Lee las promesas del Señor y créelas.

Sería muy extenso escribir todo lo que allí sufrieron, como los insultaron, los patearon, los apalearon y casi los matan. Varios días así vivieron echados en aquellas mazmorras hasta que en el momento mismo cuando se había decidido darles muerte, Cristiano recordó la llave de la promesa de Dios que tenía en su seno y con ella fue abriendo todas las puertas, que eran varias. Se acordó de la Escritura, o sea, volvió al Espíritu de la Escritura desde donde había partido.

Cuando bebas esos tragos amargos en aquella porción del camino, vuelve a la Escritura. Si entras en dudas revisa tus ejercicios espirituales. Piensa en el valor que le estás sacando a la Biblia cuando la lees. Puedes  relacionarte con la verdad como algunos judíos, en forma (Ro. 2: 20), familiarizarte con la letra pero no estar en su espíritu (2 Co. 3: 6), leer la Biblia todos los días y sin embargo no andar en su espíritu, orar cada día y no orar en el espíritu sino en la forma.

Es posible, juzgando por la experiencia nuestra, que por esta causa aquellos dos hermanos se salieron del camino. Pensaron con paciencia en su situación y por qué aquello les pasaba. Sus corazones se agitaban, las lágrimas bañaban sus rostros, sus pechos se hinchaban y deshinchaban en suspiros tras suspiros; no podían sostener nada en lo cual un día se habían apoyado. Intentaron ponerse en pie para andar pero no podían sostenerse y se tambaleaban por lo débil de la salud. Les dolían todos los huesos, imaginaban que si sobrevivían no volverían nunca más a ser lo que habían sido.

Añoraban el aire fresco, el sol, la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Se sentían prisioneros y lo estaban, como esclavos, como hijos de Agar y no de Raquel. Se sentaron en el piso de la mazmorra y allí en oración extrajeron de sus corazones las palabras buenas que habían oído, oraron en el espíritu de ellas y al momento sus almas estaban definitivamente libres, como si fueran abandonando su amargura y desconsuelo pasando una puerta tras otra, contestando y creyendo, dando saltos inmensos por la fe. Abandonaron definitivamente ese sitio de angustias, donde por momentos pensaron quitarse la vida, morir envenados por la desesperación, perder el juicio, y acabar muertos tirados en el infame piso de un calabozo de dudas y desconfianzas.






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