El hijo que vuelve de la guerra
Jueces 5:
28-30
“La madre de Sísara se asoma a la ventana, y
por entre las celosías a voces dice: ¿Por qué tarda su carro en venir? ¿Por qué
las ruedas de sus carros se detienen? Las más avisadas de sus damas le
respondían, y aun ella se respondía a sí misma: ¿No han hallado botín, y lo
están repartiendo? A cada uno una doncella, o dos; las vestiduras de colores
para Sísara, las vestiduras bordadas de colores; la ropa de color bordada de
ambos lados, para los jefes de los que tomaron el botín”.
No, señora,
tu hijo está muerto, no volverá nunca. Luchó contra Dios y pereció. Te
consuelas con mentiras, te dices mentiras a ti misma. El éxito no lo acompañó
sino el fracaso. Hijo, ¿por qué le darás un dolor tan grande a tu madre? ¿No
sabes que no vive desde que sales a pecar? Mira constante el reloj y se
pregunta por qué te tardas en volver. Su corazón se imagina que volverás a
abrazarla, que regresarás en paz; pero si sales del hogar a luchar contra Dios,
un día no volverás, te hallarán tendido, muerto, no repartirás despojos,
hallarán los tuyos y se los traerán a ella. Aquí no va un amén sino un “no,
Señor”.
Esta mujer
esperando sobre la ventana recuerda la parábola del hijo pródigo compuesta por
Jesús, donde el padre en el camino pasaba horas esperando el regreso de su hijo
que sabía que estaba viviendo perdidamente. Se cuenta que al regreso hicieron una
gran fiesta de recibimiento y que el hermano mayor protestaba en la parte de
afuera.
La parábola está compuesta con la idea de presentar a Dios como Padre,
y por eso no se menciona a la madre. Pero si se me permitiera agrandar el
dibujo no creo que el Señor tendría inconveniente en que junto al paciente y
comprensivo padre, incluso enfrente de él, se hallara también la madre con un
pañuelo en la mano secándose las lágrimas y con los ojos gastados de mirar a
los que van y vienen y ninguno de ellos es el de ella.
Los padres
sufren cuando un hijo se descararía, y la madre que lo llevó en su vientre y lo
amamantó, y lo limpió, y lo perfumó, y lo enseñó a ser hombre, sufre el triple.
Si esta nota es leída por algún hijo díscolo, sepa que quien la escribió es un padre
que conoce de cerca lo que hace una madre por un hijo y que no tiene un solo
día alegre en su cocina y en su máquina de coser imaginando cómo estará su hijo
desaparecido.
¡Pobre madre
de Sísara! Horrible momento cuando efectivamente vio aparecer el carro de su
hijo, pero no de pie guiándolo como ella y sus criadas lo imaginaban, sino en
el piso, con su cadáver, muerto. No hay duda que este cántico fue escrito por
una mujer, por las referencias a otras mujeres que contiene.
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