El altar de tierra
Éxodo
20:4-25
“Harás
un altar de tierra para mí, y sobre él sacrificarás tus holocaustos y tus
ofrendas de paz, tus ovejas y tus bueyes; en todo lugar donde yo haga recordar
mi nombre, vendré a ti y te bendeciré”.
Originalmente
la adoración a Dios era muy sencilla; es la forma más primitiva de adoración:
el altar de tierra; luego se permitió el altar de piedras pero sin arte alguno;
tosco, basto, sin belleza; era un mensaje que Dios le enviaba al adorador para
que no viniera con pretensiones, que se acercara a la forma más simple de su vida;
enseñándole a poner sus ojos en lo espiritual, a adorar con fe. El altar de
piedras fue una permisión por causa del desarrollo de la palabra de Dios (Deu.
27:5-7); en el transcurso de la revelación los altares se volvieron más
emblemáticos y simbólicos, bajo la ley, pero en el evangelio con Cristo, se
regresa a esa arcaica y gloriosa simplicidad porque Jesús dijo “más al
principio no fue así” (Mt. 18:8; Col. 3:16; 1 Co. 14:26).
Como
“fue dicho a los antiguos” la forma bíblica de adoración estaba centrada en la
palabra de Dios y en las oraciones, después se han introducido otras honras,
pero el principio sigue en pie, para el culto y la vida, con un llamado
ejemplar a vivir de modo sencillo, a ser cristianos sencillos de corazón,
alegres y fraternales (Hch. 2: 46).
El
equivalente a un altar de tierra sería una casa de oración cómoda pero sin
costoso arte y arquitectura que asombre más por su estructura que por lo que allí
se enseña. Un púlpito que se caracterice por enseñar de modo sencillo, con parábolas
y exposiciones evangélicas, que la gente que allí se sienta vista de modo sencillo “sin adornos de
oro, vestidos costosos y peinados ostentosos” (1 Pe. 3: 3). Y no hagan sentir mal a los que no pueden comprar ropas y calzados caros.
En fin, que los
miembros de la iglesia como este altar de tierra, que es la definición sagrada
de lo que es todo ser humano creado no con oro ni plata sino con barro, impresionen
por sus vidas y no por lo que tienen, es decir no por la apariencia. Eso fue
dicho a los antiguos y por eso prefiero el tabernáculo de David en Silo que el
templo de Salomón en Jerusalén, hallar a Dios entre cortinas que entre piedras
labradas con el cincel de la vanidad humana.
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