¡Quién hubiera oído a Jesús cantar!
2 Cro. 29:25-30)
“También puso a los
levitas en la casa de Jehová, con címbalos, liras y arpas, conforme al mandato
de David, de Gad, vidente del rey, y del profeta Natán”.
La música es una
hermosura en la adoración. Necesitamos melodías con buena letra como un
suplemento y expresión de la oración y de lo que inspire la predicación. En el
texto vemos la música mezclada con los sacrificios en el templo. Esa reforma la
introdujo David, no era un mandamiento de la ley de Moisés, no se prescribía
allí. Claro, por divina influencia, con la aprobación de los profetas mencionados.
Antes no había salmo ni cántico alguno; en un silencio total y solemnidad se
sacrificaba por el pecado, por la paz y la reconciliación del hombre con Dios.
Con Moisés el culto era serio y reposaba más sobre la verdad y el significado
de las cosas que sobre la alabanza y el gozo. La palabra de Dios en emblemas,
imágenes y símbolos era el fundamento principal. David fue quien mezcló la experiencia
religiosa con la expiación. Su
adoración personal en los campos la llevó al culto público e incitó a Israel a
que adorara a Dios como él lo adoraba;
sus salmos eran sus oraciones (Sal.72:20), con tristezas, dudas, iras,
cóleras, gozos y exaltaciones.
No buscaba el gozo
per se en su adoración, era un sacrificio
de alabanza lo que ofrecía (Jonás 2:9; He.13:15). Todo estaba lejos de ser pasatiempo
y relax. Los profetas aprobaron esta clase de adoración musical para el tiempo
de los sacrificios, si se hacía como David, inspirando al pueblo a la piedad
del “dulce cantor de Israel".
No hay que
ponerle un veto a la moción de David, Gad, y Natán, para cantar en los cultos
cristianos si ellos están de acuerdo que la preeminencia la ocupe la
predicación y no el salterio hebreo. Puede que Calvino y los reformadores no se enojen si por cuestión de la melodía se modifican las estrofas. Y se cantarían con más gusto, si no nos obligan a calcarlos con su contexto y exacto vocabulario, dentro del nuestro, y nos dejan en libertad para
inspirarnos en ellos, extraerles la palabra de Dios y llenarlos más con Cristo
que con sucesos personales. Jesús los cantó, con sus discípulos, sin modificarlos (Mt. 26: 30). Es la única vez que se dice que
cantara. Se menciona más veces que lloraba. ¡Quién
hubiera oído a Jesús cantar!
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