Recomendaciones para pastores predicadores

Eclesiastés 12:11
Las palabras de los sabios son como aguijones; y como clavos hincados son las de los maestros de las congregaciones, dadas por un Pastor”.

Hay variaciones en las traducciones del texto. Lo más literal, he averiguado, sería: “Las palabras de los sabios son como aguijones y como clavos hundidos las que dicen los maestros de las colecciones, dadas por un pastor”; me supo difícil la traducción de “colecciones de hombres”, esto es, congregaciones. Ese pastor pudiera ser el Maestro de todas las colecciones de dichos y proverbios, y que él personalmente supervisa la instrucción de los otros maestros, filósofos, estudiantes, que aprenden y enseñan a los demás. Homiléticamente quedaría así: 

(1) busquen palabras agradables pero que sean importantes y aceptables sin género de dudas, no enseñen incertidumbres, 

(2) que los pensamientos que lleven vuestras palabras sean penetrantes como clavos, eviten vagar, generalidades y clávenlas, con la ayuda del Espíritu, hasta lo más hondo del corazón 

(3) sean maestros que dominen todas las colecciones, versiones sagradas, libros importantes, manuscritos, de modo que estén bien informados y sean “escribas diestros en el reino de los cielos” y que “trinchan bien la palabra de verdad”. Si no son constantes y maestros de colecciones no podrán enseñar bien a los discípulos 

(4) enseñen con un espíritu y tono pastoral. Las palabras de los pastores se distinguen de las que dicen otros que son comentaristas, músicos o maestros, en que son más sabias, salen de las experiencias que evoca la gracia y la misericordia de Dios, están sazonadas con la gracia y la sal de Dios, las dice el Espíritu Santo y se recuerdan permanentemente; son como bálsamo, sanan, tienen más poder que las ideas fijas, acallan las tempestades de la conciencia y enmudecen sus alaridos; después de oírlas hay gozo y se duerme tranquilo. El Gran Maestro de todas las colecciones es nuestro amado Rabí, Jesús, quien nos ha dado “la unción del Santo” que nos enseña, y él es a su vez el mejor de todos los pastores, “el buen pastor”, el Pastor de las ovejas.


Yo quisiera que todos los eclesiastés del evangelio fueran pastores, que vengan con sus verdades como aguijones para exhortarnos, como clavos para crucificar nuestras pasiones, y con el amor y la comprensión de sus corazones pastoriles, de muchos años enseñando a las iglesias.

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