Juan Knox y sus oraciones indignadas


(Extractos tomados del libro sobre John Knox, Douglas Bond, pags. 43-46).

He aquí una clase de oraciones que jamás se escucha en nuestras iglesias actuales, y pudiera ser que tampoco en nuestras casas. Juan Knox tuvo muchos detractores de sus oraciones y sus sermones, que lo criticaban severamente por predicar y orar pidiendo la ira y la venganza de Dios sobre los enemigos de la iglesia. Al leer lo siguiente, usted juzgará por sí mismo, conforme a su corazón y a su celo espiritual, si apoyar el juicio contra el predicador inglés del siglo XVI, amigo y admirador de Juan Calvino, o imitar su vida y ministerio con su flamígero espíritu dedicado a Dios. Juan Knox sufrió enfermedades semejantes a la de Calvino, y pidió a su esposa María, cuando estaba moribundo que le leyera los sermones de Calvino predicados sobre el primer capítulo de Efesios (pag. 104).

Calvino estaba asombrado del éxito en la predicación de Knox. Sus sermones solían ser largos, y llegaban hasta tres horas. Su contenido y su énfasis y emociones eran tales que en una ocasión alguien lo escuchó predicar y tiró una piedra rompiendo la imagen de un santo. Predicó ardientemente contra los pecados en la cultura donde vivía (pag.65). C. S. Lewis dijo de él que lo que apartaba a muchos lectores de los sermones de Knox era la sustancia de ellos, porque no tenían estómago para digerir su contenido (pag.73). Por supuesto que eso indica que no estuvo vendido a la cultura de su época, sino consagrado al servicio del más puro evangelio. Llamó con valor a la reina María, ‘la sanguinaria’.

“Concerniente al poder que el rey y el reino tenían para oponerse al evangelio y perseguir la iglesia, Knox, ‘un simple soldado’ pudo levantarse como el profeta Elías y orar con otro tono:

Reprende el orgullo de los sangrientos tiranos; consúmelos en tu ira conforme a las actitudes con las cuales ellos se han levantado contra tu santo nombre. Derrama tu venganza sobre ellos y permítenos ver que la sangre de los santos derramada por ellos es requerida de sus manos. No te tardes en tu venganza, oh Dios, que la muerte los devore pronto; que la tierra se los trague y que todos ellos desciendan hasta los infiernos.

“Por esta clase de oración algunas veces Knox es criticado como una persona airada y sin amor. Sin embargo cuando abrimos el libro de los salmos podemos leer, ‘que la muerte los devore y desciendan vivos al Seol porque el mal habita en sus corazones’. Tales oraciones de venganza no son escasas y se encuentran frecuentemente en los labios de hombres justos que claman a Dios para que vengue su nombre y derrame su ira sobre sus enemigos.

“Estas oraciones no aparecen sólo en los salmos y en los libros proféticos. El apóstol Pablo emplea un lenguaje similar en relación con aquellos que distorsionan el evangelio y regresan a la ley de Moisés: ‘porque si aún nosotros o algún ángel del cielo les predica otro evangelio diferente al que hemos anunciado, sea anatema. Como hemos dicho anteriormente y ahora lo repito: si alguno predica otro evangelio contrario al que ustedes han recibido sea maldito’ (Ga.1:6-9). Un poco después de estas palabras el apóstol repite esta oración pidiendo venganza, ‘ojalá se mutilaran todos los que os perturban’ (Ga.5:12). Tanto el salmista como el apóstol Pablo se refieren a los enemigos de Cristo que han desafiado a Dios y a su iglesia. Es una justa indignación contra aquellos que están destruyendo el reino de Dios. Tales oraciones de venganza están muy lejos de tener que ver con ofensas personales sino más bien en relación con aquella ira que Dios mostrará contra sus enemigos en el día del juicio.

“Knox estaba bien informado de cómo lo tenían como una persona violenta, sin amor y demasiado severa. Por lo cual escribió: ‘no ignoro que muchos me han culpado y todavía me siguen culpando de usar demasiado rigor y severidad en mis oraciones y discursos; pero Dios sabe que en mi corazón nunca he odiado a las personas sobre las cuales invoco los juicios de Dios. Solamente odio sus pecados y trabajo con todas mis fuerzas para traerlos a Cristo’.
“Llegamos a pensar que nuestro desagrado hacia esas oraciones pidiendo venganza en la Biblia, indican mejores sentimientos en nosotros, y que tenemos en nuestros corazones un amor mayor que el de Knox. Sin embargo más bien puede ser una indicación de decrecimiento en celo y que estamos capitulando ante una sociedad tolerante que no cree en lo que la Biblia claramente enseña en el lloro y el crujir de dientes y la realidad del juicio final ante Dios”.

                                                                                   
                       Confesión de fe de Westminster  (Tomada de la Iglesia Reformada)

(Más o menos igual que la Confesión de Escocia, con la cual Knox tuvo que ver, y no la encontré en español, hubiera tenido que traducirla del inglés)

CAPITULO 3: DEL DECRETO ETERNO DE DIOS

I. Dios desde la eternidad, por el sabio y santo consejo de su voluntad, ordeno libre e inalterablemente todo lo que sucede. (1) Sin embargo, lo hizo de tal manera, que Dios ni es autor del pecado (2), ni hace violencia al libre albedrío de sus criaturas, ni quita la libertad ni contingencia de las causas secundarias, sino más bien las establece. (3)
1. Efesios 1:11; Romanos 11:33, 9:15,18; Hebreos 6:17.
2. Santiago 1:13,17; 1 Juan 1:5.
3. Hechos 2:23; 4:27-28; Mateo 17:12; Juan 19:11; Proverbios 16:33.

II. Aunque Dios sabe todo lo que puede suceder en toda clase de supuestas condiciones, (1) sin embargo, nada decreto porque lo preveía como futuro o como cosa que sucedería en circunstancias dadas. (2)
1. Hechos 15:18; 1 Samuel 23:11-12; Mateo 11:21,23.
2. Romanos 9:11,13,16,18.

III. Por el decreto de Dios, para la manifestación de su propia gloria, algunos hombres y ángeles (1) son predestinados a vida eterna, y otros preordenados a muerte eterna. (2)
1. 1 Timoteo 5:21; Mateo 25:41.
2. Romanos 9:22-23; Efesios 1:5-6; Proverbios 16:4.

IV. Estos hombres y ángeles así predestinados y preordenados están designados particular e inalterablemente, y su número es tan cierto y definido que ni se puede aumentar ni disminuir. (1)
1. 2 Timoteo 2:19; Juan 13:18.

V. A aquellos que Dios ha predestinado para vida desde antes que fuesen puestos los fundamentos del mundo, conforme a su eterno e inmutable propósito y al consejo y beneplácito secreto de su propia voluntad, los ha escogido en Cristo para la gloria eterna. (1) Dios los ha predestinado por su libre gracia y puro amor, sin previsión de su fe o buenas obras, de su perseverancia en ellas o de cualquiera otra cosa en la criatura como condiciones o causas que le muevan a predestinarlos; (2) y lo ha hecho todo para alabanza de su gloriosa
gracia. (3)
1. Efesios 1:4,9,11; Romanos 8:30; 2 Timoteo 1:9; 1 Tesa. 5:9.
2. Romanos 9:11,13,16; Efesios 1:4,9.
3. Efesios 1:6,12.

VI. Así como Dios ha designado a los elegidos para la gloria, de la misma manera, por el propósito libre y eterno de su voluntad, ha preordenado también los medios para ello. (1) Por tanto, los que son elegidos, habiendo caído en Adán, son redimidos por Cristo, (2) y en debido tiempo eficazmente llamados a la fe en Cristo por el Espíritu Santo; son justificados, adoptados, santificados, (3) y guardados por su poder, por medio de la fe, para salvación, (4) Nadie más será redimido por Cristo, eficazmente llamado, justificado, adoptado, santificado y salvado, sino solamente los elegidos. (5)
1. 1 Pedro 1:2; Efesios 1:4,5; 2:10; 2 Tesal. 2:13.
2. 1 Tesal. 5:9,10; Tito 2:14.
3. Romanos 8:30; Efesios 1:5; 2 Tesal. 2:13.
4. 1 Pedro 1:5.
5. Juan 17:9; Romanos 8:28-39; Juan 6:64,65; 8:47 y 10:26; 1 Juan 2:19.

VII. Respecto a los demás hombres, Dios ha permitido, según el consejo inescrutable de su propia voluntad, por el cual otorga su misericordia o deja de hacerlo según quiere, para la gloria de su poder soberano sobre todas las criaturas, pasarles por alto y ordenarlos a deshonra y a ira a causa de sus pecados, para alabanza de la justicia gloriosa de Dios. (1)
1. Mateo 11:25,26; Romanos 9:17,18,21,22; 2 Timoteo 2:19,20; Judas 4; 1 Pedro 2:8.

VIII. La doctrina de este alto misterio de la predestinación debe tratarse con especial prudencia y cuidado, (1) para que los hombres al atender la voluntad de Dios revelada en su Palabra, y al ceder obediencia a ella, puedan por la certeza de su llamamiento eficaz estar seguros de su elección eterna. (2) De esta manera esta doctrina proporcionará motivos de alabanza, reverencia y admiración a Dios; (3) y humildad, diligencia y abundante consuelo a todos los que sinceramente obedecen al evangelio. (4)
1. Romanos 9:20 y 11:33; Deuteronomio 29:29.
2. 2 Pedro 1:10.
3. Efesios 1:6; Romanos 11:33.
4. Romanos 11:5,6,20 y 8:33; Lucas 10:20; 2 Pedro 1:10.


CAPITULO 23: DEL MAGISTRADO CIVIL

I. Dios, el Supremo Señor y Rey de todo el mundo, ha instituido a los magistrados civiles para estar sujetos a Él, gobernando al pueblo para la gloria de Dios y el bien público; y con este fin les ha armado con el poder de la espada, para la defensa y aliento de los que son buenos, para el castigo de los malhechores. (1)
1. Romanos 13:1-4; 1 Pedro 2:13,14.

II. Es lícito para los cristianos aceptar y desempeñar el cargo de magistrado cuando sean llamados para ello; (1) en el desempeño de su cargo, deben mantener especialmente la piedad, la justicia y la paz, según las leyes sanas de cada estado, (2) así con este fin, bajo el Nuevo Testamento, pueden legalmente ahora hacer la guerra en ocasiones justas y necesarias. (3)
1. Proverbios 8:15,16; Romanos 13:1,2,4.
2. Salmos 2:10-12; 1 Timoteo 2:2; Salmos 82:3,4; 2 Samuel 23:3; 1 Pedro 2:13.
3. Lucas 3:14; Mateo 8:9,10; Hechos 10:1,2; Romanos 13:4; Apocalipsis 17:14,16.

III. Los magistrados civiles no deben tomar para sí la administración de la palabra y de los sacramentos; (1) o el poder de las llaves del reino de los cielos; (2) ni se entremeterán en lo más mínimo en asuntos de la fe. (3) Sin embargo, como padres cuidadosos es el deber de los magistrados civiles proteger la Iglesia de nuestro Señor común, sin dar preferencia a alguna denominación de cristianos sobre las demás, de tal modo, que todas las personas eclesiásticas, cualesquiera que sean, gocen de completa, gratuita e incuestionable libertad, para desempeñar cada parte de sus funciones sagradas, sin violencia ni peligro. (4) Y como Jesucristo ha designado un gobierno regular y una disciplina en su Iglesia, ninguna ley de estado alguno debe interferir con ella, estorbar o limitar los ejercicios debidos entre los miembros voluntarios de alguna denominación de cristianos conforme a su propia confesión y creencia. (5) Es el deber de los magistrados civiles proteger a la persona y buen nombre de todo su pueblo, de una manera tan efectiva que no se permita que ninguna persona, sobre pretexto de religión o por incredulidad cometa alguna indignidad, violencia, abuso o injuria a otra persona cualquiera; debiendo procurar además que todas las reuniones eclesiásticas y religiosas se lleven a cabo sin molestia o disturbio. (6)
1. 2 Crónicas 26:18.
2. Mateo 16:19.
3. Juan 18:36.
4. Isaías 49:23.
5. Salmos 105:15.
6. 2 Samuel 23:2; 1 Timoteo 2:1; Romanos 13:4.

IV. Es el deber del pueblo orar por los magistrados, (1) honrar sus personas, (2) pagarles tributo y otros derechos, (3) obedecer sus mandatos legales y estar sujetos a su autoridad por causa de la conciencia. (4) La infidelidad o la diferencia de religión no invalida la autoridad legal y justa del magistrado, ni exime al pueblo de la debida obediencia a él; (5) de la cual las personas eclesiásticas no están exentas; (6) mucho menos tiene el Papa algún poder o jurisdicción sobre los magistrados en sus dominios, ni sobre alguno de los de su pueblo; y mucho menos tiene poder para quitarles sus propiedades o la vida, si les juzgara herejes, o por cualquier otro pretexto. (7)
1. 1 Timoteo 2:1,2.
2. 1 Pedro 2:17.
3. Romanos 13:6,7.
4. Romanos 13:5; Tito 3:1.
5. 1 Pedro 2:13,14,16.
6. Romanos 13:1; 1 Reyes 2:35; Hechos 25:9-11; 2 Pedro 2:1,10,11; Judas 8-11.
7. 2 Tesalonicenses 2:4; Apocalipsis 13:15-17.

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CAPITULO 24: DEL MATRIMONIO Y DEL DIVORCIO

I. El matrimonio ha de ser entre un hombre y una mujer (énfasis mío); no es lícito para ningún hombre tener más de una esposa, ni para ninguna mujer tener más de un marido, al mismo tiempo. (1)
1. Génesis 2:24; Mateo 19:5,6; Proverbios 2:17.

II. El matrimonio fue instituido para la mutua ayuda de esposo y esposa; (1) para multiplicar la raza humana por generación legítima y la iglesia con una simiente santa, (2) y para prevenir la impureza. (3)
1. Génesis 2:18.
2. Malarias 2:15.
3. 1 Corintios 7:2,9.

III. Es lícito para toda clase de personas casarse con quien sea capaz de dar su consentimiento con juicio; (1) sin embargo, es deber de los cristianos casarse solamente en el Señor. (2) Y por lo tanto los que profesan la verdadera religión reformada no deben casarse con los incrédulos, papistas u otros idólatras; ni deben los que son piadosos unirse en yugo desigual, casándose con los que notoriamente son perversos en sus vidas o que sostienen herejías detestables. (3)
1. Hebreos 13:4; 1 Timoteo 4:3; Génesis 24:57,58; 1 Corintios 7:36-38.
2. 1 Corintios 7:39.
3. Génesis 34:14; Éxodo 34:16; Deuteronomio 7:3,4; 1 Reyes 11:4; Nehemías 13:25-27; Malaquías 2:11,12;
2 Corintios 6:14.

IV. El matrimonio no debe contraerse dentro de los grados de consanguinidad o afinidad prohibidos en la Palabra de Dios, (1) ni pueden tales matrimonios incestuosos legalizarse por ninguna ley de hombre, ni por el consentimiento de las partes, de tal manera que esas personas puedan vivir juntas como marido y mujer. (2)
1. Levítico 18; 1 Corintios 5:1; Amós 2:7.
2. Marcos 6:18; Levítico 18:24-28.

V. El adulterio o la fornicación cometidos después del compromiso, siendo descubiertos antes del casamiento, dan ocasión justa a la parte inocente para anular aquel compromiso. (1) En caso de adulterio después del matrimonio, es lícito para la parte inocente promover su divorcio, (2) y después de éste, puede casarse con otra persona como si la parte ofensora hubiera muerto. (3)
1. Mateo 1:18-20.
2. Mateo 5:31,32.
3. Mateo 19:9; Romanos 7:2,3.

VI. Aunque la corrupción del hombre sea tal que le haga estudiar argumentos para separar indebidamente a los que Dios ha unido en matrimonio; sin embargo, nada sino el adulterio o la deserción obstinada que no puede ser remediada, ni por la Iglesia ni por el magistrado civil, es causa suficiente para disolver los lazos del matrimonio. (1) En este caso debe observarse un procedimiento público y ordenado, y las personas involucradas en el no deben ser dejadas en su caso a su propia voluntad y discreción. (2)

1. Mateo 19:8,9; 1 Corintios 7:15; Mateo 19:6.
2. Deuteronomio 24:1-4.


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