No gaste todo lo que tiene porque a pedir se queda


Algunos predicadores en las redes sociales refiriéndose a esta epidemia mundial sacan a Dios de la ecuación. Otros están predicando que Dios tiene dos voluntades una que es activa y la otra que es permisiva, o sea, que Dios está cruzado de brazos y no tiene nada que ver, o muy poco con los miles y miles de enfermos y muertos, que esto no estaba en sus planes. Hace un tiempo pequeño atrás dije que esta epidemia mundial debía ser aprovechada de modo evangelístico, y que la guadaña de la muerte viral puede cercenar más vidas que las que se perdieron en las dos pasadas guerras mundiales.
Sin embargo, hay avisos que van y vienen rogándoles a la población que se quede en casa, que, si tiene que salir se mantenga alejado de los demás al menos por seis pies de distancia, y si lleva guantes y máscaras mucho mejor porque por los ojos, por la boca y la nariz entra y sale la epidemia. Al quedarnos en casa para no contagiar ni ser contagiados con esta enfermedad de los órganos respiratorios, nos damos cuenta del valor que tiene la familia. Por supuesto, la familia es lo de más valor que tenemos. No se debe dañar. Ni adrede ni con insensateces. Ella vale más que el empleo y el salario con que se la sostiene y que la casa que compraron. Para ser felices en un bohío basta con amarse mucho.
Este encerramiento es un buen tiempo para intentar llevarse bien los unos con los otros, con apoyo y comprensión. Los cinco dedos de la mano son diferentes y ningún miembro de la familia es una copia de otro, al papel carbón digo. Hay que respetar el carácter y el temperamento de los otros, ninguna es homogénea ni fuimos creados por Dios o salimos del vientre de nuestros padres en una serie idéntica. La aceptación y el perdón juegan un papel importante. Perdónense, oren juntos para vencer susceptibilidades, tengan el coraje y buena memoria para olvidar las palabras que fueron dichas sin la intención de herir, pero hirieron, porque generalmente la diferencia de caracteres hace casi una rareza que no se digan palabras inoportunas o en un tono inaceptable. Los que mejor olvidan son los que tienen buena memoria. El mal humor debe durar poco. Recuerde que su familia es la que le echa una mano cuando le haga falta; a los parientes cercanos no hay que explicarles mucho lo que nos pasa porque lo sospechan y lo adivinan. Los vecinos no vendrán a resolvernos los problemas.
No deshaga lo que le ha costado años en construir. Somos realmente unos tontos si ponemos en peligro la familia con locuras insensatas, tronchadas de un futuro saludable y continuo. No solamente no se debe comer la manzana de la discordia sino la que Dios mismo nos advierte que si la mordemos, con una sola y fugaz infidelidad, la vamos a pasar mal.  La epidemia de afuera nos da la oportunidad de cohesión doméstica, de lecturas y de ratos espirituales en grupo. Se puede leer la Biblia, explicarla un rato, orar y cantar himnos, de los buenos, de los convierten a carceleros y presos.
Esta epidemia, casi omnipresente, nos saca lo mejor que tenemos de humanos; da lecciones sobre el cuidado especial que hay que tener con los viejos, los que han invertido sus historias en construir lo que hoy existe. Los jóvenes deben mirar hacia atrás, que son lo que son por los que los trajeron al mundo, los educaron e invirtieron, en infancia y juventud, sus padres y abuelos, tiempo y tiempos, recursos y mimos. Los envejecientes no valen menos, solo que están muy usados, no como un artefacto doméstico.  Quien vale menos es el joven que piense de ese modo y merece cuarenta azotes menos uno.  Jóvenes responsables con sus padres, con sus hermanos menores, y con los de larga vida ya debilitados por los años y que llevan en el rostro los surcos del arado del tiempo, donde se ha sembrado la semilla de experiencias incomparables. Jóvenes, cuiden aquellos cuyas carnes ahora están blandas y tienen la piel plisada, que ya no están vigorosos para salir a las calles y rozarse con contagiados.
Otro asunto, antes que le agote la paciencia y deje de leerme. Le voy a hablar de dinero. Quiero comenzar refiriéndome al hecho que el tema se encontró en el conocimiento de Jesús sobre el asunto. 
"Por tanto, ¿no debías haber dado mi dinero a los banqueros, y al venir yo, hubiera recibido lo que es mío con los intereses? Sólo una nota sobre este asunto, para llamar la atención al hecho que las instituciones bancarias son antiquísimas y el pago de intereses por el dinero guardado en el banco es un hecho que Jesús reconoce como válido, y todo lo contrario de levantarle un dedo de desaprobación, lo utiliza para aplicarlo al reino de los cielos y eso quiere decir que es un buen consejo, siempre que se pueda, invertir el dinero de alguna forma para que gane, aunque sea lo mínimo que son los intereses (Mat. 25:27; Jesús conocía eso). Basta con eso para apoyar lo que digo con respecto a la economía familiar, y ese atrevido consejillo para despojarse algo de la pobreza y la estrechez financiera.. La familia, quiero decir los padres, deben concebir la posibilidad de tener ahorros, lo cual no es tan fácil como cantar y coser; e invertir, guardar y no malgastar el dinero, porque de súbito pudiera ser necesario, como ahora cuando se teme que aparezca una crisis económica que conduzca a la pérdida de propiedades, por supuesto de empleos, y si la familia lo ha ido gastando y en ocasiones en recreaciones no indispensables, según lo fue ganando, va a vivir momentos que no se lo deseo a nadie. Para eso hay que hacer recortes en las vacaciones, si las toma, no darse lujos ni hacer compras caras. Si no son millonarios, sino que apenas les alcanza lo que ganan, es estar desquiciado o enfermo por la envidia, comprar un auto de mucho precio, a plazos y que requiere un seguro caro. ¿Uno más económico no es capaz de conducir la familia al mismo lugar de otro que al dueño le costó el triple? ¿Por qué comprarse una mansión si con una vivienda de dos o tres habitaciones y un par de baños, a no ser que sean muchísimos, tienen privacidad están cómodos, y pueden ser felices? Llegar a viejo o a vieja con la casa y el auto pagados, y con una entrada de jubilación, intereses bancarios e inversiones hechas, no es un milagro sino un éxito de la sabiduría. No gaste todo lo que recibe, porque el que gasta todo lo que tiene a pedir se queda.



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