La Mona Lisa del viejo de la ventana
Hoy quiero contarles, si les pica la
curiosidad, un poco sobre mi mujer, que ya he dicho que también es la mujer del
viejo de la ventana, por cuestiones personales y de idiosincrasias, y de
suplantaciones, y de robo de identidad, que no tengo por qué volver a
repetirlo. Su nombre original es valquiria, sacado de la mitología alemana.
Nació en un pueblo que fundó Bartolomé de las Casas y le puso el nombre de
Santa Isabel de las Lajas que parece que lo copió del diario de Marco Polo. La
chiquilla creció rápido y con una belleza extraordinaria de modo que el alcalde
logró que la llevaran a competir en Hollywood, pero en la segunda vuelta perdió
la nominación por falta de exotismo. La muchacha tampoco tenía interés en eso y
le dio igual. Voló en helicóptero hacia su rincón querido donde la esperaba un
amigo suyo llamado Benny Moré que hizo famoso el lugarcito porque allí había
nacido mi mujer, pero él le cambió el nombre y puso el suyo. La muchacha se fue
a estudiar en La Habana donde hizo algunos amigos que duraron toda la vida,
Menos una profesora llamada Leonor que murió temprano. En ese lugar conoció al
famoso pastor y psicólogo llamado San Salvador, su nombre era solamente
Salvador, pero los compañeros fueron los que le metieron el San porque contó en
alguna ocasión que un ángel confianzudo le había despertado a la hora que
deseaba para estudiar; y dándole voces le decía negro, negrito, chiqueándole el
apellido. También fue su compañero favorito otro llamado Sergio Paulo, que la
familia protestante había tomado del libro de los Hechos de los Apóstoles, pero
prefirieron dejar fuera a Paulo y se quedó sólo con el primer nombre. Este y mi
mujer se llevaron tan bien que se consideraban, y se consideran todavía como
hermanos, y él me llama su cuñado. La señorita se graduó con unas notas
extraordinarias y de todas maneras querían que ella tuviera el discurso de
graduación, pero se enfermó y no pudo hacerlo, y le dio el manuscrito a otro
que fue quien lo tuvo. Después de graduada como misionera fue a trabajar a un
pueblito, donde el diablo dio las tres voces y nadie lo oyó, aunque hubiera
dado cuatro, llamado Potrerito, que un español al que no le gustaba el
diminutivo se lo cambió por Potrerillo. En ese lugar sus dotes religiosas
extraordinarias, y el don de gente que poseía, convirtió el viejo templo
religioso en una catedral, con el dinero que le envió Nancy la esposa del
presidente Ronald Reagan. Tan bello le quedó el edificio que ella misma diseñó,
que Víctor Hugo se enteró y le dio la idea de escribir su novela acerca del
jorobado. ¿Pues cómo fue eso? Es que me faltó decir que Nuestra Señora de
París, la catedral, fue una copia al papel carbón de la que había dibujado mi
valquiria. Es una mujer de temple y le escribió a Víctor, porque se trataban de
tú a tú, y le dijo que no le gustaba para nada el asesinato que el jorobado
había cometido tirando al piso al curita. Julio respondió, con mucho respeto,
que ya no podía hacer el cambio porque él no tenía la facultad de resucitar un
personaje. La conocí cuando salí del ejército, y de regreso como soldado
voluntario en la guerra del Golfo Pérsico, en el pueblito donde nací y donde
vivió Cristóbal Colón, y me han dicho los fundadores de ese lugar que, en el
barrio La Loma, donde viví había sido enterrado el indio Hatuey, pero algunos
suramericanos dicen que se trata de Atahualpa. De todos modos, el pueblito, se
quedó con el apellido del descubridor de América, porque allí vivió él por
algún tiempo y antes de retirarse donó sus tres carabelas, La Niña, La Pinta, y
la Santa María, que quien quiera puede ir y tomarle fotos.
Un día, yendo en un carro fúnebre que llevaba
un muerto atrás en su caja y todo, queriendo convertir al cristianismo al
chofer le dijo que se iría al infierno con ropa y todo si no se arrepentía de
sus pecados y aceptaba a Cristo para sus perdones, como le pasó, y lo dijo
volteando la cabeza hacia atrás y mirando el ataúd, a ese tipo encajonado. Y lo
que son las cosas de la historia, que no es nítida leyenda, el muerto que había
sido beodo y renuente a poner una pata en la iglesia, se despertó, y con la
mano izquierda destapó la caja y le dijo que él no se había muerto por ninguna
borrachera sino que había sido condenado injustamente por el señor juez de la
tremenda corte, resolviendo su tremendo caso, metiéndolo detrás de las rejas
por un tiempo lo cual fue completamente injusto porque habían dejado en
libertad a un tramposo llamado Tres Patines que con sus ocurrencia hizo que se
desternillara de risa el juez y el secretario que tomaba nota. El chofer
asustado perdió el control del auto y tuvieron un accidente, pero nadie salió
con heridas graves ni siquiera el vuelto a la vida que por cierto se llamaba
Lázaro.
Otra cosa, como mi mujer sabe ahorrar, sin
tacañería, por aquel tiempo reunió suficiente para comprarse un caballo al cual
le puso por nombre Pompeyo. Sobre él, ella ágil como el viento, de un solo
salto, sin que nadie le ayudara, caía sobre el animal, que lo prefería sin
silla de montar, a pelo limpio, y lo trotaba a una velocidad que parecía un
zepelín.
En cuanto al dichoso Lázaro cuando se
identificó lo primero que hizo fue quejarse de que la gente le reprochara que
no había contado ninguna cosa acerca de su estancia en ultratumba. Ni que esta
boca es mía. Mudo. Y con el conocimiento de una persona culta dijo que eso
podrían verlo en la película “lo que el viento se llevó”. Entonces, sacó del
bolsillo su carnet de conducir y lo mostró enseñándoles su foto, nacido en la
ciudad de Betania o sea junto, pero a un costado de Potrerillo.
Lázaro era un buen chico, taciturno, pero un
gran joven que prometía tener futuro, y también un par de hermanas, que
pertenecían a la clase media alta, o rica de la ciudad, María y Marta, ambas
con una casona fabricada al estilo de las que construyeron los españoles en
Hispanoamérica, grandísima con un portal alrededor, un estadio de pelota, que
todavía no se le llamaba béisbol, construido por los indios taínos. María era
cristianísima, y la otra también una gran creyente y excelente cocinera que
daba gusto cuando asaba algún puerquito en el patio de la casa, y los judíos
aún hasta los más ortodoxos se cubrían casi todo el rostro para no ser
descubiertos, pues el perfume delicioso que emitía el cerdito sazonado, llegaba
hasta las sinagogas, porque había varias y mi mujer, mi valquiria, sin decirle
palabra alguna a los judíos que fueron atraídos al patio de la casa, se
convertían al cristianismo a cambio de una masa frita. Así repartió mi diosita
alemana, todo el cerdo, dejando solamente para ella alguna que otra pequeña
cáscara, quiero decir trocitos de pellejo, que le gusta con arrebato. La gente
simpatizante con ella se enteró que tenía un proyecto en su cabeza y lo había
expresado, sin pedírselo nadie comenzaron a hacerle cheques bancarios, con el
signo del Banco de América, Wells Fargo, y otros desnutridos competidores, y la
espabilada muchacha los depositó en un santiamén y fue tanta la suma que fue
capaz para construir un gran edificio que fuera apropiado para todos sus
seguidores. Mayormente publicanos y pecadores. Se trató de una catedral tan
alta que ni a un aura tiñosa podía posarse en la cruz. ¿Qué si estoy contando
toda la verdad? Seguro que sí, porque un amigo del correo, Julio, le mostró un
telegrama, que había llegado a la misionera desde París, más bien era un fax,
pidiéndole los planos del edificio para construir una que fuera idéntica, y
ella siempre generosa y como no le habían costado nada porque los había
dibujado a su gusto y antojo, y el edificio había quedado tan bello que dejaba
boquiabiertos a todos los guajiros, y los turistas alemanes, rusos y de los
Balcanes. En cuanto a los planos se los envió, pero le advirtió a Julio Verne
que si le hacía falta algún dinerillo ella se lo enviaría porque le había
sobrado pero le pedía que cuando revisara su novela no tirara desde la torre al
cura, que eso era una salvajada, sino que arreglara esa parte del final, sin
embargo dejara lo que dijo el jorobado y desagradecido, porque es memorable
“oh, todo lo que yo amé”. Julito, como en confianza le decía, dijo que ya eso
no podía hacerlo pero que quizás en el futuro podría cambiar la historia re
escribirla, como hacen los políticos para obtener votos.
Por esa época más o menos fue que yo la
conocí y estuvimos enamorándonos, sin casarnos y sin pecadillos exagerados,
durante cinco larguísimos años porque mi señora, casta como un ángel, se negaba
a darme un beso antes de casarse, y en ese pugilato estuvimos por todo ese
tiempo hasta que al fin accedió, y ¿saben lo que me dio? ¡Un ósculo santo!, que
deposité en uno de los libros de mi biblioteca, a la custodia de su autor amigo
mío que conocí en Ginebra, Suiza llamado Juan, aunque todo el mundo lo conoce
por su apellido Calvino. Si usted visita en alguna ocasión mi biblioteca no
vaya a abrir la enciclopédica y muy querida obra de ese autor, que es titulada
Institución de la Religión Cristiana, ni llevarse ningún libro sin permiso mío,
porque ahí está el beso de mi mujer y de vez en cuando al abrir esa página el
beso salta y se repite. Se cumplieron los cinco años de celibato de los dos.
Asistió a la boda toda la realeza bautista de la Habana, los guardias del
Castillo del Morro, si no estaban de turno, los empleados del hotel Riviera que
conocían bien la pareja porque allí pasaron la luna de miel y se estaba
alojando en ese momento algunos alemanes que habían llegado en el último vuelo,
ascendientes de mi querida valquiria. Hasta un ruso se coló y estuvo en la
fiesta y vino a darme un beso en la boca y por poco le doy una trompada.
El viejo de la ventana cuenta las cosas mejor
que yo. La tardanza en casarse resultó ser, que el susodicho estuvo cuatro años
pidiéndole un beso, un besito nada más y ella negándose, que no y que no, hasta
que dejara de fumar habanos y comenzara a beber el café descafeinado. Al fin
aceptó el cambio, tiró el habano a la calle, el alegre perrito, el mismo de la
dama de Antón Chejov, Mocho, se lo fumó antes que se apagara, se dirigió hacia
la cerca del vecino levantó la patita, e hizo pis, se volvió sonriente y la
mujer del café se sonrió también, y le tiró un beso que pasó volando cerca de
la oreja del marido, que quiso atraparlo y como ella tenía otro extra, abrió su
corazón y se lo dio a él, que lo saboreó hasta que la luna le dijo adiós y le
pidió a ambos que siguieran queriéndose como lunáticos. Y así ha sido, el
periódico local La Gaceta de Potrerillo, habló del romance y de la catedral, y
de la Alhambra donde ella había sembrado flores, y como un obsequio especial el
influyente director de La Gaceta descolgó del museo del Louvre, el cuadro de la
Mona Lisa, de Leonardo da Vinci, que tiene idéntico parecido a mi mujer, mi
Gioconda, y se lo regaló. Don Carlos, el mismísimo emperador español los invitó
a que pasaran la luna de miel en su palacio en Granada, y yo, el mitómano viejo
de la ventana de un efficiency alquilado, el marido de la bella dama no la de
da Vinci, si no la mía, la de la taza de café caliente y descafeinado, a ella
le regalo hoy 25 de abril del año 2020, esta loca historia con un beso.
Autor: pastor Humberto Pérez.
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