No importa que no seas un Apolo o un Adonis
"La
debilidad fue el sello distintivo del ministerio de Pablo. Mira lo que dice en
sus cartas a los corintios: no fue una persona que físicamente impresionara; no
fue hasta ellos como un reconocido orador público; llegó en debilidad y no en
fortaleza. No fue exactamente un modelo contemporáneo, un reconocido doctor, o
uno de relaciones públicas. En cuanto a su figura tampoco la tuvo atractiva. No
fue esa clase de persona cuyo rostro sonriente podría ponerse en la portada de
alguna revista evangelística. Pero, ahí mismo radicaba el poder de su
ministerio, ya que su debilidad en ese aspecto atrajo más gloria a Dios, y llevó
más fruto, que si hubiera sido de otra manera... de veras que es preocupante
cuando el éxito evangélico se mide por las categorías que el mundo tiene para
medir el éxito, y preocupa por esta razón: somos llamados por Dios no para
medir nuestro éxito por los parámetros del mundo, sino por los de Dios que
consiste ser fieles según el estándar bíblico; y como el ejemplo de Cristo lo
indica, esas dos cosas son a fin de cuentas, implacablemente opuesta la una a
la otra" (Reformation: Ayer, Hoy y Mañana;
pags.66,67; Carl R. Trueman).
Hay
escritos antiguos, no sé si inventados, exageraciones, que describen al apóstol
Pablo como un judío de corta estatura, con su nariz aguileña, el mentón
pronunciado, la mirada penetrante y calvo. Un retrato que posiblemente no tenga mucho
de real. Quizás sacan eso de un testimonio que da el apóstol en 2 Co.10:10, “porque
a la verdad, dicen, las cartas son duras y fuertes; mas la presencia corporal
débil, y la palabra menospreciable”.
Que la presencia corporal fuera débil,
da a entender que no era un atleta ni un Hércules, o sea que no impresionaba,
no era, digamos, atractivo o alguna belleza masculina. Hasta ahí uno puede
llegar, que una pintura de su rostro estaba descartada para usarse como
publicidad evangelística en Corinto, entre los Gálatas o los filipenses, quiero
decir que tampoco en Atenas o en Roma. En ninguna parte. El poder de Dios sobre
él no reposaba en su elegancia, en su sonrisa ni en su humor, porque chistes no
escribió ninguno, aunque alguna ironía sí. Los pensamientos de otros los
llevaba cautivos con el poder de Dios, sin fascinar a nadie con su aspecto.
Martín Lutero y Juan Calvino, por las
pinturas que de ellos nos han llegado, estuvieron muy lejos de ser
personalidades atractivas según los estándares del mundo. En fin, no es
preocupante ser bizco como Jorge Whitefield para ser un evangelista tan
bendecido, ni flaco ni bien parecido para escribir la Institución de la Religión Cristiana, y desde Ginebra reformar
espiritual y socialmente medio mundo, como fue Juan Calvino. Carlos Spurgeon tampoco
que digamos, cuando un oso o en su madurez, fue una belleza masculina. Lo
contrario. Lo hermoso estaba en lo que decía y cómo lo decía, y en lo que era por
dentro.
Las cualidades del cuerpo se van
perdiendo con los años, el rostro se pliega, las manos tiemblan y hay que usar anteojos
o un bastón. Mucho cabello o poco cabello, seis pies de altura, ojos azules y
dientes perfectos, no son imprescindibles para predicar sermones con el poder
de Dios, y hacer una obra que sea una bendición por muchos años. Así que, si el
Creador nos envió al mundo con defectos que no quisiéramos, o que el tiempo nos
robe, para vivir de forma importante y de bendición de Dios, y para su gloria, aunque no se pase la aprobación según los
estándares culturales, ni se sea un Adonis o un Apolo, ¿qué importa? (2Re.2:23). Y como
dijo el autor de este libro que mencioné, “de
veras que es preocupante cuando el éxito evangélico se mide por las categorías
que el mundo tiene para medir el éxito, y preocupa por esta razón: somos llamados
por Dios no para medir nuestro éxito por los parámetros del mundo, sino por los
de Dios que consiste en ser fieles según el estándar bíblico; y como el ejemplo
de Cristo lo indica, esas dos cosas son a fin de cuentas, implacablemente
opuestas la una a la otra”.
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