Compartiendo nuestra suerte

Hechos 27:1-26  
“Cuando se decidió que deberíamos embarcarnos para Italia, fueron entregados Pablo y algunos otros presos a un centurión de la compañía Augusta, llamado Julio. [2] Y embarcándonos en una nave adramitena que estaba para zarpar hacia las regiones de la costa de Asia, nos hicimos a la mar acompañados por Aristarco, un macedonio de Tesalónica. [3] Al día siguiente llegamos a Sidón. Julio trató a Pablo con benevolencia, permitiéndole ir a sus amigos y ser atendido por ellos. [4] De allí partimos y navegamos al abrigo de la isla de Chipre, porque los vientos eran contrarios. [5] Y después de navegar atravesando el mar frente a las costas de Cilicia y de Panfilia, llegamos a Mira de Licia. [6] Allí el centurión halló una nave alejandrina que iba para Italia, y nos embarcó en ella. [7] Y después de navegar lentamente por muchos días, y de llegar con dificultad frente a Gnido, pues el viento no nos permitió avanzar más, navegamos al abrigo de Creta, frente a Salmón; [8] y costeándola con dificultad, llegamos a un lugar llamado Buenos Puertos, cerca del cual estaba la ciudad de Lasea. [9] Cuando ya había pasado mucho tiempo y la navegación se había vuelto peligrosa, pues hasta el Ayuno había pasado ya, Pablo los amonestaba, [10] diciéndoles: Amigos, veo que de seguro este viaje va a ser con perjuicio y graves pérdidas, no sólo del cargamento y de la nave, sino también de nuestras vidas. [11] Pero el centurión se persuadió más por lo dicho por el piloto y el capitán del barco, que por lo que Pablo decía. [12] Y como el puerto no era adecuado para invernar, la mayoría tomó la decisión de hacerse a la mar desde allí, por si les era posible arribar a Fenice, un puerto de Creta que mira hacia el nordeste y el sudeste, y pasar el invierno allí. [13] Cuando comenzó a soplar un moderado viento del sur, creyendo que habían logrado su propósito, levaron anclas y navegaban costeando a Creta. [14] Pero no mucho después, desde tierra comenzó a soplar un viento huracanado que se llama Euroclidón, [15] y siendo azotada la nave, y no pudiendo hacer frente al viento nos abandonamos a él y nos dejamos llevar a la deriva. [16] Navegando al abrigo de una pequeña isla llamada Clauda, con mucha dificultad pudimos sujetar el esquife. [17] Después que lo alzaron, usaron amarras para ceñir la nave; y temiendo encallar en los bancos de Sirte, echaron el ancla flotante y se abandonaron a la deriva. [18] Al día siguiente, mientras éramos sacudidos furiosamente por la tormenta, comenzaron a arrojar la carga; [19] y al tercer día, con sus propias manos arrojaron al mar los aparejos de la nave. [20] Como ni el sol ni las estrellas aparecieron por muchos días, y una tempestad no pequeña se abatía sobre nosotros, desde entonces fuimos abandonando toda esperanza de salvarnos. [21] Cuando habían pasado muchos días sin comer, Pablo se puso en pie en medio de ellos y dijo: Amigos, debierais haberme hecho caso y no haber zarpado de Creta, evitando así este perjuicio y pérdida. [22] Pero ahora os exhorto a tener buen ánimo, porque no habrá pérdida de vida entre vosotros, sino sólo del barco. [23] Porque esta noche estuvo en mi presencia un ángel del Dios de quien soy y a quien sirvo, [24] diciendo: "No temas, Pablo; has de comparecer ante el César; y he aquí, Dios te ha concedido todos los que navegan contigo." [25] Por tanto, tened buen ánimo amigos, porque yo confío en Dios, que acontecerá exactamente como se me dijo. [26] Pero tenemos que encallar en cierta isla”.


El héroe de este relato es Pablo no porque fuera un lobo de mar sino un hombre de Dios y un varón de oración. De todo este drama en el mar y los sitios donde se desarrolla, lo más importante no son las ciudades que menciona sino cómo una gran tragedia, el hundimiento de un barco repleto de presos habría ocurrido si no es por las oraciones de un siervo de Dios. Esa es la enseñanza principal y aprender a compartir nuestra buena providencia con los demás.
Así comienza la travesía en una nave procedente de una antigua ciudad de Misia en la provincia romana de Asia llamada Adramitio (v.2), y después subieron a otro barco en Mira una ciudad de Licia, una nave alejandrina que iba para Italia cuyo dueño, quizás como capitán viajaba en ella y que por no hacerle caso a los prudentes consejos de Pablo terminó destrozada y perdió su propiedad (v.11).

Al principio vemos al apóstol compartiendo la misma suerte que los demás porque en contra de su voluntad aquella nave había izado velas. Por experiencia y por el Espíritu de Dios les estaba aconsejando que no levaran anclas, “pero el centurión se persuadió más por lo dicho por el piloto y el capitán del barco, que por lo que Pablo decía”; y no le quedó otro remedio que compartir la tragedia de los otros, porque no era un hombre libre. Sin embargo, hasta el final protestó contra el error de las decisiones de ellos y les dijo que no le quedaba otro remedio que enfrentar las situaciones y ponerse en las manos de Dios. Cuando comenzaron a echarlo todo por la borda, literalmente, él les reprochó no haberlo oído, “amigos, debierais haberme hecho caso y no haber zarpado de Creta, evitando así este perjuicio y pérdida” (v.21).

Pero Pablo no es un hombre que se limita echar en cara las cosas y lamentarse sino que esta vez, confirmado, les da un mensaje del Señor, y les comunica, entre líneas, que si él no hubiera sido uno de los pasajeros del barco, todos se hubieran ahogado por cuanto un ángel enviado por Dios le dijo, “Dios te ha concedido todos los que navegan contigo” (v.24), y eso fue confirmado un poco antes del naufragio cuando los soldados querían matar a los presos, “pero el centurión, queriendo salvar a Pablo, impidió su propósito” (v.43), y estoy seguro que eso no sólo porque era uno de los pasajeros y Dios no lo quería muerto ya o porque tenía planes con él vivo, “has de comparecer ante el César” (v.24) sino porque Pablo oró por ellos y le pidió que la nave no se hundiera con todos dentro y él se salvara, porque el ángel le dijo “os ha concedido” lo cual quiere decir que el apóstol le había pedido la vida de todos, incluyendo al patrón, el piloto, Julio el centurión y los demás. Dios pudo haber hecho que flotando en una tabla, abrazado a un tonel o nadando, llegara hasta alguna roca y la orilla o el mismo ángel llevarlo en brazos hasta tierra. El apóstol no quiso eso. Y los demás ¿qué? Allí se encontraba “Aristarco de Tesalónica” (v.2), prisionero también (19:29; Flm.1:24; Col.4:10), y Lucas que es quién vívidamente escribe esta historia. Ellos también no se ahogaron porque acompañaban a Pablo. Tiene mucho valor la presencia de un creyente fiel y mucho más sus intercesiones. Si Sodoma no hubiera sido por las lágrimas de Lot hubiera perecido antes.

Debiéramos confiar más en nuestras intercesiones y ampliarlas, darle mayor radio e incluir dentro de su alcance las vidas y los intereses de otros, y lo que pedimos para nosotros, bendiciones de arriba y de abajo, pedirlas para otros que no saben pedir y no se las merecen. No obstante las propiedades de nadie se salvaron. Y se lo merecían por cuanto aquel consejo náutico que Pablo les dio venía de Dios. Dios les había dicho que no zarparan, no les dijo que se encontrarían con un “Euroclidón” (v.14), un terrible viento que los griegos llamaban Tifón y los alejandrinos Eurociclón, ni que encallarían en “bancos de Sirte” (v.17) que son arenas movedizas, sino que estaban metiéndose en mucho peligro. La providencia sabe lo que se tiene entre manos y si da avisos hay que hacerle caso. Estaban avisados y los pronósticos de Dios nunca son equivocados. Todos pasaron un susto enorme y el día del “ayuno” que coincidía con el del sacrificio judío, lo alargaron porque nadie tenía ganas de comer y estaban espantados, y aunque rogaban para no morir, no murieron por eso sino porque Pablo también oró. Les debían sus vidas a sus intercesiones; porque fueron incluidos en una gracia ajena.

Comentarios

  1. ¡Qué hermoso su post!. Me ha gustado. Y ya había leído muchas veces este pasaje, pero me ha encantado eso de: "incluídos en una gracia ajena". Me hace pensar, de cuánta bendición debemos de ser para otros por la simple razón de vivir lo que Cristo nos ha concedido: su paz y la vida eterna, eso debe por fuerza traer alegría a nuestros corazones y transforma lo que somos, decimos y buscamos. Gracias, hermano Humberto por seguir incluyéndonos en sus oraciones y escritos. Estoy segura que lo que escribiré a continuación, es una gran verdad para muchos: Le amamos a ud. y su esposa y oramos por ustedes y estamos seguros que Él les seguirá bendiciendo.

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  2. Isa, un saludo con cariños para ti y la familia. Dios bendiga a Méjico, (lindo y querido). Comoquiera que uno la piense, la providencia divina nos convierte en una bendición para otros, y les hacemos bien donde nos hallemos, si están cerca nuestro. La suerte de los santos es la providencia de Dios. Amén.

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