No se dejen abatir por el desánimo, ni por el trabajo baldío
Lucas 5:1-10
(Mt. 4:18-22; Mr. 1:16-20)
1
Aconteció que estando Jesús junto al lago de Genesaret, el gentío se agolpaba
sobre él para oír la palabra de Dios. 2 Y vio dos barcas que estaban
cerca de la orilla del lago; y los pescadores, habiendo descendido de ellas,
lavaban sus redes. 3 Y entrando en una de aquellas barcas, la cual
era de Simón, le rogó que la apartase de tierra un poco; y sentándose, enseñaba
desde la barca a la multitud. 4 Cuando terminó de hablar, dijo a
Simón: Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar. 5
Respondiendo Simón, le dijo: Maestro, toda la noche hemos estado trabajando, y
nada hemos pescado; mas en tu palabra echaré la red. 6 Y habiéndolo
hecho, encerraron gran cantidad de peces, y su red se rompía.7
Entonces hicieron señas a los compañeros que estaban en la otra barca, para que
viniesen a ayudarles; y vinieron, y llenaron ambas barcas, de tal manera que se
hundían.8 Viendo esto Simón Pedro, cayó de rodillas ante Jesús,
diciendo: Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador.9 Porque
por la pesca que habían hecho, el temor se había apoderado de él, y de todos
los que estaban con él,10 y asimismo de Jacobo y Juan, hijos de
Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Pero Jesús dijo a Simón: No temas; desde
ahora serás pescador de hombres.11 Y cuando trajeron a tierra las
barcas, dejándolo todo, le siguieron.
Una de estas
barcas fue convertida en un púlpito para predicación; Jesús la tomó y le pidió
a su dueño que la separara un poco de la orilla para poder hablarle a la
multitud sin que se le echaran encima. No había viento y la voz del maestro
llegaba con facilidad a los oídos de los que estaban interesados en prestarle
atención. Sus sermones eran instructivos y nadie se marchaba sin haber
aprendido algo sobre Dios y su palabra (v. 3). Los dueños de las barcas también
prestaban atención y habían dejado o terminado de lavar sus estériles redes.
Cuando Jesús
terminó de predicar se volvió hacia el dueño de la que ocupaba y le pidió que
remara más adentro del lago, lo cual hizo
a regañadientes pues tuvieron un día
malo en el cual no atraparon ni un solo pez (vv. 4,5). El desánimo de Simón, el
propietario, era total y así se lo expresó a Jesús, como quien dice, que no
valía la pena repetir una vez más lo que habían hecho durante todo el día,
cansarse sin resultado alguno. No obstante estuvo dispuesto a probar una vez más y volver a arrojar la
red como obediencia pero sin entusiasmo, y aun así con tan pocas ganas se dio
cuenta sin saber cómo, que la red si no se había trabado en alguna piedra o en
algún tronco de árbol sumergido, se había llenado de peces, y cuando forcejeaba
para retirarla del agua sin que se rompiera, cuánto no fue su asombro al ver la
multitud de peces saltando dentro de la malla de modo que si continuaba tirando
de ella sin poner cuidado se rompería (v. 6).
Decidieron
entonces pedir ayuda a los compañeros más cercanos para que con ambas barcas
tirando no por un solo lado sino por ambos, pudieran arrastrar la enorme
cantidad de peces hasta la orilla. Aquello era algo impensado, que nadie
hubiera podido imaginar que tuvieran tanto éxito de modo repentino, y el más
antiguo y sabio de los pescadores les hubiera aconsejado guardar todos sus
arreos e irse a descansar sin poder vender ni probar uno solo de aquellos
peces.
Pedro que está en vías de conversión y comienzo de
su discipulado inmediatamente asoció el poder de Jesús a la presencia
divina, y como había estado pensando durante todo el día y orando sin que Dios
lo oyera y le diera resultado a su trabajo, que era un hombre pecador y por eso
Dios no lo bendecía más, y al tener esa revelación de pureza y santidad dentro
de su propia barca se dio cuenta del contraste
que existía entre él y aquel joven predicador que sin ser su oficio éste, había logrado en un momento lo que a él le
hubiera tomado un mes de trabajo.
Ésa es la razón
por la cual Simón Pedro confiesa que es un hombre pecador (v. 8). Aquella pesca
lo que hizo fue confirmarle lo que ya estaba pensando de sí mismo, que era un
pecador y que la falta de bendición que ese día había tenido podía extenderse a
muchos contratiempos, frustraciones y sinsabores, en su trabajo y durante toda
la vida. Aquel momento sobre su barca y con aquel Hombre dentro de ella
revelándole lo que él hubiera querido ser y no era, fue un momento sublime y
aprovechó la oportunidad para lamentarse espiritualmente de lo que sabía sobre
sí mismo y nadie podría negárselo, un pescador y un pecador. Estrictamente no
le está pidiendo a Jesús que se baje de la barca y se aleje de él, esa
expresión "apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador", tiene
la misma función que si hubiera dicho, "ten misericordia de mí, un pecador
y si puedo cesar de serlo, bendíceme para no ser nunca más lo que hasta este
momento he sido".
Y sin que se
diga más de su historia espiritual, sobre aquella barca quedó convertido uno de los más notables apóstoles, el apóstol
Pedro, y ya, antes de desembarcar se le hizo la promesa que se le cambiaría el
oficio para que fuera un predicador evangelista de mucho éxito (v. 10). En
resumen, fue una experiencia inolvidable para estos tres hombres que les
ilustró que lo que Jesús hizo que ellos lograran en el agua y con peces,
podrían en lo futuro, no dejándose abatir
por el desánimo y el trabajo baldío, aunque sin entusiasmo y solo fuera
trabajando por obediencia, lograrlo con resultados gloriosos en tierra, entre
los hombres (vv. 11).
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