De Dios salió, a Dios subió y de Dios vendrá
Juan 16:
26-29
“26
En aquel día pediréis en mi nombre; y no os digo que yo rogaré al Padre por
vosotros, 27 pues el Padre mismo os ama, porque vosotros me habéis
amado, y habéis creído que yo salí de Dios.
28 Salí del Padre, y he venido al mundo; otra vez dejo el
mundo, y voy al Padre. 29 Le dijeron sus discípulos: He aquí ahora
hablas claramente, y ninguna alegoría dices”.
El
tema de la oración aquí continúa y como ya he dicho y recuerdo, tiene que ver
con peticiones para adquirir conocimientos acerca del Padre y del Hijo (v. 26).
El progreso teológico es una expresión de
amor de Dios, tanto para el mensajero como para aquellos que reciben el
mensaje, o sea el portador y los recipientes, los apóstoles y nosotros, los
predicadores y las iglesias. En todos esos terrenos se expresa el amor de Dios
por medio de lo que el apóstol Juan llama "la unción del Santo" (1
Jn. 2: 20, 27). Si Dios no lo quisiera no haríamos ningún avance en la
comprensión del infinito y espeso contenido de la revelación cristiana. Dichoso
y feliz, o sea bienaventurada sea aquella iglesia que ha elegido como pastor a
un mensajero de Dios, que se postra en adoración y súplica cada semana pidiendo
al Santo sabiduría e inteligencia espiritual para salvar y edificar a los
santos.
Dentro
de ese conocimiento elevado comunicado por Jesús a la iglesia se encuentra su divinidad, que en estas palabras
consiste en mencionarla diciendo "yo salí de Dios, salí del Padre"
(vv. 27,28). Y los discípulos por medio de muchas evidencias indubitables
afirmaron constantemente que Jesús de Nazaret era el Hijo de Dios, y con esa declaración
sustancial expresaban por medio de la experiencia vivida su relación natural
con el Padre. Por eso es que nuestro Maestro contemplando la fe de ellos les
afirma que habían creído eso, y que no tenían dudas de ninguna clase con
respecto a su procedencia espiritual, a la cual el apóstol Pablo le llama
"forma de Dios". Todo esto se los dijo de un modo llano, y en
privado, porque Jesús no pregonaba por dondequiera su descenso del cielo sino a
aquellos privilegiados que habían contemplado su gloria en el "monte
santo" (2 Pe. 1: 17,18).
Es
decir cuando por unos instantes le contemplaron brillante como el sol y lleno
de resplandor de gloria conversando con la ley y los profetas, y las cosas que
ellos habían dicho sin saber a quién se refería, de él en sus sermones y
documentos. Y bajaron de aquel lugar convencidos de donde había salido y hacia
dónde iba, y que eran unos privilegiados, ya que el mundo daría todo y su oro y
plata por haber vivido esos instantes. De
Dios salió, a Dios subió y de Dios vendrá.
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