Con rencor las caras y los nombres no se olvidan
Juan 18:25-27
(Mt. 26:71-75; Mr. 14:69-72; Luc. 22:58-62)
“25 Estaba, pues, Pedro en pie,
calentándose. Y le dijeron: ¿No eres tú de sus discípulos? El negó, y dijo: No
lo soy. 26 Uno de los siervos del sumo sacerdote, pariente de
aquel a quien Pedro había cortado la oreja, le dijo: ¿No te vi yo en el huerto
con él? 27 Negó Pedro otra vez; y en seguida cantó el gallo”.
Ya
en otra parte he comentado que el trasfondo de la negación del apóstol Pedro,
porque la cuentan todos los evangelistas, se escribió no con el propósito de
dañar su reputación sino de alentar a los cristianos perseguidos, especialmente
a los que zarandeados como trigo, de forma similar al apóstol, habían negado la
"profesión" (1 Ti. 6:12,13; He. 3:1; 4:14;10:23). La prueba de eso es
que también se menciona su llanto por haber hecho lo que hizo, lamentando
profundamente haber negado triplemente al Señor.
Lo
nuevo aquí es el señalamiento de que el acusador es un pariente de Malco a
quien Pedro le cortó una oreja en el huerto, y a quien Jesús se la restituyó
inmediatamente. Este pariente no había podido olvidar el rostro de Pedro; su
rencor no dejaba olvidar aquel rostro, y teniéndolo presente en su memoria,
cuando lo vio levantó su dedo acusador y le dijo "yo te conozco, nosotros
nos hemos visto antes y tú sabes dónde", y Pedro asustado afirmó que
estaba equivocado y que no sabía de qué le estaba hablando.
Cuando
uno hace algo mal hecho, me refiero a un cristiano, la gente no olvida que
somos cristianos y en su momento, si pueden, aprovechan para desvirtuarnos o
causarnos problemas. No hay cosa mejor para que no nos olviden nunca que
proveer pecado, cortarle algo a alguien, quitárselo, que le cause dolor y necesite de la mano
del Señor para recuperarse. Y eso aunque no haya sido a nosotros mismos sino a
otro, o un familiar. Nuestra imagen se estampa en su memoria y jamás nos olvida,
no para darle gracias a Dios sino para lamentar habernos conocido, quejándose
todavía después de años el rose que tuvo con nuestras vidas. Pedro era
recordado con rencor, no con afectos
ni con una sonrisa en los labios, sino como un mal pensamiento que se busca azorar
de la conciencia. Y ese triste recuerdo fijaba con caracteres imborrables su mal
comportamiento en ese pariente de Malco, dando lugar a que ni él ni su familiar en lo adelante opinaran bien de los apóstoles y de todos los cristianos en la iglesia de Jesucristo.
No
le dijo "tú fuiste el que le cortó la oreja a mi pariente", mi
familia tiene malos recuerdos de ti", sino ¡tú eres cristiano! ¡Tú eres
discípulo de Jesús! Porque sabía que en ese momento esa filiación lo perjudicaba.
Cuando uno recuerda con rencor a alguien, sufre, alguien que nos ha hecho daño
o a quien le hemos tratado sin consideración, o a quien ha pecado contra nosotros, contra
parientes cercanos, y lejanos, o con quien hemos compartido pecados. Es decir las malas
obras que se comparten crean vínculos perpetuos de rencor en la memoria.
Muchísimo tiempo después que el pecado ha sido perdonado por Dios, lavada y
limpia la conciencia de obras muertas, ese espacio en el cerebro es ocupado
perennemente por los fantasmas del recuerdo a quienes es imposible matar.
Uno
puede hacer "morir lo terrenal" pero lo que no puede hacer es hacer morir
el recuerdo de lo terrenal; tal vez sustituir el rencor por un alivio o un
sopor mental parecido al olvido, como un refrigerio divino, pero no puede darle
muerte a la vergüenza y al miedo de encontrar nuevamente el pecado y toparse
con algunos testigos inolvidables de ese episodio. Y Pedro se estremeció al
hallar en ese momento a quien no esperaba encontrar, y ni siquiera sabía de la existencia
de ese familiar, que en el peor momento de su vida sacaba la cara y lo
descubría, porque con rencor las caras y
los nombres, aunque ya estén lejos y haya cesado el contacto, no se olvidan.
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