Cuida tu dignidad
“Y a los ángeles que no conservaron su señorío
original, sino que abandonaron su morada legítima, los ha guardado en eternas, bajo tinieblas para el juicio del gran día” (JUDAS 1:6).
La palabra dignidad no está en el original, pero sí implicada; la que
se usa significa principio, origen, comienzo, e indica una posición,
digna por supuesto. Tu dignidad es algo que tiene que importarte mucho; o como
dice más bien el texto tu preeminencia, origen, tu primer lugar. Las
dos palabras están relacionadas, pero la dignidad es más que el testimonio o
la reputación, que ya es mucho, demasiado decir. El uso bíblico de la
palabra tiene que ver con la obra de gracia.
Eres digno por la posición que has ocupado como resultado de la
gracia de Señor. Lo que hizo que el diablo perdiera su dignidad fue el pecado.
No hay otra cosa. Cuando el diablo perdió su dignidad arrastró con él a
millares de otros ángeles que lo admiraban y confiaban en él. Cuando un
venerable hermano pierde su dignidad, en su caída se lleva con él a otros.
Cuando un padre o una madre pierde su dignidad, sea una parte o casi toda, el
daño no lo reciben sólo ellos sino los hijos también. Es una gloria que les
quitan. Aun ellos ya no son mirados como antes. Ya no les ciñe las sienes la
aureola patero-maternal. Quizás se les compadece pero eso ya es otra cosa. La
dignidad es una posición correspondiente a un estado de salvación. Esa dignidad
es la posición que ocupas en tu “propia morada” (habitación o casa), la cual si
la pudieras abandonar perderías tu salvación.
Por eso debes guardar tu dignidad, que debes completamente al
evangelio (Apc. 3:4). Mientras más digno seas, más celoso tienes que mostrarte
por tu dignidad. Hay ejemplos en la Escritura para advertirnos solemnemente a
ser guardián de tu dignidad: Los ángeles y Judas; lo que pasó a aquellos
también le ocurrió a éste (Hch. 1:25). Si estrictamente dicho, perdieras tu
dignidad, perderías tu misma salvación. Como la salvación no se pierde, el que
pierde su dignidad tiene que resignarse a vivir sin la gloria de Dios que lo
envolvía, y no tiene otro remedio que esconderse todo lo que pueda detrás de
sus delantales de hojas de higuera. En fin, borrar su nombre todo y existir en
el anonimato.
Si los
ángeles no fueron perdonados al dejar su dignidad, no lo serías tú tampoco (2
Pe.2:4). Jesucristo ha comenzado una buena obra en ti; guarda eso. Con tu
salvación has empezado a vivir un estilo de vida cristiana correspondiente
con esa dignidad; se trata de tu “primer amor” (Apc. 2:4). Guarda todas esas cosas con
temor y temblor. En cuanto a las prisiones de oscuridad, la palabra no
indica necesariamente estar detrás de rejas sino engrillado, encadenado; y eso
se corresponde espiritualmente bien con el estado de los demonios e impíos,
están presos en sus vicios, codicias y dentro de sus concupiscencias.
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