Tu pecado te daña a ti no a Dios
JOB 22:2,3
“¿Traerá el hombre provecho a Dios? Al contrario, para sí mismo es provechoso el hombre sabio. ¿Tiene contentamiento el Omnipotente en que tú seas justificado, o provecho de que tú hagas perfectos tus caminos?”.
Esta es una verdad muchas veces comentada entre nosotros, que la salvación o la perdición de un pecador no le quita ni le añade nada a Dios, al contrario, es el hombre quien gana; el pecado destruye la vida presente y malogra la esperanza de la vida eterna, es dañino para la mente, el espíritu, el cuerpo, la familia y la sociedad, no para Dios. La oposición de Dios al pecado, además por su gloria, es por causa nuestra, porque somos sus criaturas y nos destruimos a nosotros mismos; nos envenenamos con alcohol y drogas, nos matamos con tabaco, nos engañamos cuando somos desleales, nos hace daño la envidia, nos aniquilamos por odio y por codicias, sembramos vientos y recogemos tempestades.
Dios ni siquiera tiene que castigarnos porque nuestro pecado nos castiga, sufrimos con nuestros celos, nos consume la envidia, nos matan los odios y rencores, destruimos nuestro matrimonio y la vida de nuestros hijos engañando a nuestro cónyuge, la miseria le sigue los talones al jugador y al ebrio, las enfermedades al libertino y la vergüenza al inmoral. El infierno mismo es nuestra forma de ser, el gusano que nunca muere nuestra conciencia mordida sin cesar por los remordimientos, y el fuego que no se apaga nuestras pasiones insaciables que nos queman el alma y la mente. Quien gana con tener el Espíritu Santo eres tú, quien gana con tener la mente de Cristo eres tú.
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