Sal del gabinete del psiquiatra
"Entonces,
cuando habían acabado de desayunar, Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de
Juan, ¿me amas más que éstos? Pedro le dijo: Sí, Señor, tú sabes que te quiero.
Jesús le dijo: Apacienta mis corderos".
Todo esto para sanarlo
espiritualmente y para confirmar su llamamiento; Pedro, herido y
maltrecho por su negación del Señor, había decidido ponerse a un lado y no
mencionar ni acordarse (como Jeremías) más de su Nombre. Nota que Jesús no
inició un proceso de recuperación psicológica, aunque su mente tenía que estar
terriblemente afectada por su pecado; no inició con él un programa de
asimilación de la experiencia vivida, algún modo para ir sacándolo poco a poco
del cisma emocional donde había caído, para retornarle su
"autoestima", el sentido de su valor y su confianza en sí mismo. Así
en parte es como obra la consejería humana. Pedro no ingresó a ningún programa
de esa clase, no pasó por ninguna de esas etapas de sanidad de su personalidad
ni progresiva evolución de sus conflictos, sino que como un todo se puso en
pie, instantáneamente dejó atrás su pasado y todo lo que hubiera podido
conseguirse con un prolongado tratamiento de hombres él lo recibió en sólo unos
instantes de conversación personal con Jesús.
Si miras
atentamente la conversación verás que ni siquiera se hace mención del pecado,
el Señor Jesús no necesitaba una información "catárquica" de lo que a
Pedro le pasó y por su parte, Pedro conocía que el Señor lo sabía todo y
que no hacía falta un recuento de los sucesos. Jesús no sometió la mente de su
amado apóstol a ningún interrogatorio para que él "descubriera su
problema" porque lo conocía bien, sólo le preguntó por tres veces que si
lo amaba; y él por su parte lo afirmó las tres veces. No hay que hablar más de
lo que pasó hace unos días o unos años; no le pide que traiga a la memoria su
falta porque viéndolo llorar ya lo había perdonado, por ello no le pide
una serie e infinita sucesión de confesiones. No es la autoestima lo que trata
el Señor que Pedro recupere, sino su sentimiento de utilidad, su
vocación, la convicción de que todavía podía ser útil y por medio de eso, la
autoestima, si fuere necesaria, se adquiere. La inutilidad es uno de los
mayores sufrimientos del que ha pecado contra el Señor. No obstante, no fue por
medio de su utilización, o su vocación reanudada, que Pedro se recupera, sino
por medio del amor al Señor. No es una recuperación eclesiástica sino
espiritual, no por medio del regreso a un cargo.
Amar al Señor,
sentirse amado y que aún se es de provecho, es la solución para el que ha
pecado. El que ama se siente amado, perdonado y feliz. Esa es la enorme
garantía de no volverlo hacer, amarle más que al mundo, más que a todo, siempre
en primer lugar. El amor a Cristo no es
el medio de la salvación, pero es el centro mismo de la vida cristiana, la
sustancia y el perfume que la llena toda, la fuerza motriz de todas nuestras
acciones, su meta diaria, su combustible eterno. Jesús le dijo a Pedro: ve y
mira a los hermanos de frente, en sus caras, sin avergonzarte, pastoréalos.
Esto para vencer en Pedro su sentimiento de vergüenza y culpa. "No tienes
que sufrir constante vergüenza ni que te taladre la culpa por un pecado que ya
te he perdonado". Si conocer el perdón de Dios no termina con la crisis
mental, las psicologías humanas lograrían solamente crear muchas disculpas que
alivien y adormezcan la conciencia, y en ese caso se irá muriendo la fe y
desapareciendo el testimonio, a no ser que se salga del gabinete del psiquiatra
y se entre pronto en la recámara personal y se le cuente a Dios a menudo las
cosas que no le dejan vivir ni dormir tranquilo.
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