Se dio cuenta de la belleza de la iglesia
Números 24:1-5
“Caído pero con los ojos abiertos”.
¿Caído? Quizás en trance espiritual, tal vez
en sueño profundo por su visión, pero con los ojos abiertos, quiere decir
mirando la visión. Ojalá lo hubiera dicho con el conocimiento teológico que
usted y yo tenemos, caído en pecado
pero con los ojos abiertos hacia Dios, abiertos para reconocerlo, o de forma
antigua, participante de la caída de Adán
pero levantado por la resurrección de Cristo, despertado por Jesús, resucitado
con él. Caído pero no definitivamente porque se nos da la gracia perseverante y
vuelto confirmamos, como Pedro, a nuestros hermanos. Caído en apostasía, en
descredito, pero no desechado. Caído y dispuesto a levantarse.
¡Qué extraño, ahora es cuando
este hombre afirma que Dios le ha abierto sus ojos! Entonces, ¿fue por mucho
tiempo un ministro ciego? Bendecía a
Israel, en nombre de Dios, con sus ojos tapados (por la ambivalencia, la motivación
del dinero). Oía la palabra divina con los ojos cerrados a la realidad de ella,
sin que descubriera el propósito del Señor al enviarla, siendo él mismo la
principal razón, su salvación. Era un vehículo de esa Palabra y ella salía por
sus labios y no le dejaba ni rastro de bendición, como si nunca la hubiera
dicho. Luchaba con Dios, no como Jacob, para recibir una bendición, sino para
torcer su voluntad, para cambiarlo, para que él estuviera de acuerdo con su
codicia y endorsara sus ambiciones. Quería su oficio, la palabra de Dios, pero
no la regeneración. Oh, ¿no quieres la regeneración?
Hay una enorme verdad,
que no se puede tener una visión
correcta de la realidad de Dios, de su voluntad, ni contemplar la iglesia sin
que Dios le haga una persona con los ojos abiertos. Lo que Pablo llama, “los
ojos del entendimiento” (Efe.1:18). Puedes hallarte ante enormes
realidades, acampar junto a las montañas de la revelación, sentir su sombra,
admirar su grandeza, y sin embargo no contemplar lo espiritual (Ejemplo,
el criado de Eliseo). Moisés se movía “como viendo al invisible” (He.11:27).
Con respecto a la iglesia
pasa lo mismo, este hombre no se dio cuenta de la belleza de la iglesia hasta que Dios le abrió los ojos (v.5). Los que tienen los
ojos tapados no la perciben o la miran fea. Oh, que Dios te abra los ojos. El
pecado te los puede abrir al mal, a la
tentación y a la muerte; cerrados por Dios para esas cosas y abiertos para lo
infinito y bello, para contemplar al Rey y su iglesia, a sus ojos, en su hermosura. Amén.
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