No hables más de eso
Deuteronomio 3:25,26
“Basta,
no me hables más de esto”.
Fue un no rotundo pero no arbitrario, mostrando la
concordancia que existía entre su pecado y el propósito de Dios. Por este
tiempo Moisés viviría 120 años, muy viejo para emprender la conquista de la
tierra. Era de suponer que había vivido bastante, era un longevo y ya le
tocaría morir. Si Moisés pasaba a la
tierra podría ser más de estorbo que de
ayuda y limitaría el liderazgo de Josué ante los ojos del pueblo (es una
atrevida suposición). Posiblemente,
pienso, esa era la extensión de su vida, pero el Señor le dio un obstáculo
espiritual para que continuara viviendo, recordándole que el pecado, por
pequeño que sea, es el origen de la muerte.
Moisés insistió en que el Señor
cambiara su propósito con él, seguramente
porque no creía que era para tanto, sin embargo no se lo concedió. Y él
no se lamentó, no leo que haya vivido con una terrible conciencia de culpa por
causa de su pecado. Aceptó la decisión divina y se propuso partir.
Aceptemos nuestros pecados y equivocaciones como parte del propósito
divino, que si no hubiéramos pecado o no nos hubiéramos equivocado, el plan
divino hubiera continuado igual. No
cambiamos nuestro rumbo, el Señor lo cambió, si no hubiéramos hecho tal y tal
cosa, él hubiera proseguido con su propósito y hubiera hecho lo mismo con
nuestra vida; pero lo permitió para bien, para que obtuviéramos una buena
lección, amarguísima, de lo malo que hicimos.
No debiéramos pasar toda la vida
lamentándonos por algo que no salió bien y que debiéramos haberlo hecho mejor.
Nuestros errores, sin disculparlos, también tienen su origen en la permisiva
voluntad divina. No penetro demasiado en el estudio del misterio de la voluntad
divina; y llego hasta ahí. Carguemos, con la ayuda del Señor, con los frutos
que cosechan nuestras acciones y no hablemos más de eso. Si Dios no quiere que
se le platique sobre el asunto, que ya es incambiable, tampoco es un punto de
charla con los demás. Dios no se deja manejar por nosotros y no va a ser
injusto porque se lo propongamos. “Todas las promesas en Cristo son en él sí” (2Co.1:20),
pero no todas las oraciones son en él sí.
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