Morir en la iglesia que más se ha amado
Éxodo 32:34
“Pero ahora
ve, conduce al pueblo adonde te he dicho. He aquí, mi ángel irá delante de ti;
mas el día que yo los visite, los castigaré por su pecado”.
Quiso
decirle, “no me pidas que no los castigue cuando tengo que hacerlo. Lo que más
puedo hacer por tu oración es un
aplazamiento o sea diferir el castigo, y porque me lo has pedido, posponerlo
para otras fechas”. En otras palabras, como si le hubiera dicho, continúa con
tu ministerio, sigue adelante con tu vocación y cumple tu comisión, porque
irrevocable son mis dones y mi llamamiento. Eso es lo que quería aquel varón manso,
más manso que ninguno, que Dios fuera posponiendo el castigo que su pueblo se había
buscado, que lo alejara de su ministerio, que lo hiciera al menos, cuando ya él
no estuviera vivo. Y así Dios lo hizo y el mal vino sobre ellos pero de modo
distinto y paulatinamente, cuando ya su fiel líder estaba lejos. Si hubiera
vivido más o se hubiera marchado, se habría enterado de lo que le pasaba a su
muy amada congregación. Pero no vivió para verlo ni oírlo.
Lo que no permitió
aquel ministro fue que la iglesia lo detuviera. Siguió con ellos, mirando hacia
delante donde iba el ángel, que era lo mismo que mirando a Dios, avanzando detrás
de una columna de fuego en sus muy oscuras noches, y en los días nublados y difíciles
continuaba caminando como director de todos, sin parar, cubierto por una
milagrosa nube. Todo eso le quiso decir con que prosiguiera con el llamamiento,
hasta que él le dijera “basta ya”, y eso nunca se lo dijo sino “sube acá”, y cuando
Moisés ya había dicho, escrito y hecho todo lo que Dios quería, subió al monte
Nebo y allí murió, y antes vio de lejos todo lo que hubiera querido ver de cerca, el éxito de Jehová
y el de su servicio por cuarenta larguísimos años.
Entonces Dios tomó el
anciano cadáver en brazos, llamó como custodio al arcángel Miguel a quien encargó que el diablo no lo fuera a usar con fines idolátricos
(Deu.34:1-6; Judas v.9). Moisés tuvo esa dicha, morir en la congregación que más
había amado, descansando sin pleitesías póstumas. Lo último que sabemos de él es que estando en
la gloria bajó en una visión, al monte de la transfiguración, no para ver su
amada iglesia sino para conocer cómo irían los acontecimientos de la crucifixión
(Luc.9:29-31) No hay monumento ni placa que diga “en paz descanse”. Su obra sin él siguió.
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