Jesús no era exactamente una figura apolítica
LUCAS
13:1-5
“1 En este mismo tiempo estaban
allí algunos que le contaban acerca de los galileos cuya sangre Pilato había
mezclado con los sacrificios de ellos. 2
Respondiendo Jesús, les dijo: ¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron
tales cosas, eran más pecadores que todos los galileos? 3 Os digo: No; antes si no os
arrepentís, todos pereceréis igualmente.
4 O aquellos dieciocho sobre los cuales cayó la torre en
Siloé, y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres que
habitan en Jerusalén? 5 Os digo: No; antes si no os arrepentís,
todos pereceréis igualmente”.
En esta reflexión podremos ver que pensaba Jesús
sobre la muerte de inocentes y masacres políticas, en las guerras y por
accidentes, y cuál era su opinión en relación con la cantidad de pecados
cometidos. La conversación es introducida por estos bíblicamente anónimos, que
son quizás seguidores de Judas el Galileo, que vinieron a Jesús para
platicarles cómo Pilato había dado muerte a aquel grupo, después de una
revuelta quizás, que los persiguió hasta allí y sin misericordia mientras
ofrecían su sacrificio en el templo los mató. Pues esos traían un espinoso tema
político que incriminaba al Procurador, sospechosamente con la intención de que
hiciera alguna declaración en ese campo y condenara la matanza, e ir con el
cuento y solicitar su arresto. Pudiera ser, una suposición, que fueran amigos
de los herodianos (Luc. 20:22; 23:2).
Aunque evidentemente la pregunta está pensada
políticamente, y todo el pasaje transpira ideologías, por la respuesta que da
Jesús de que aquellos asesinatos estarían justificados porque eran "más
pecadores" que los demás, o sea, que la intención más que buscarle
problema con Pilato era buscárselo con los judíos para que justificaran los
crímenes. Es como si la opinión de ellos fuera "bien merecido se lo tenían
por pecadores", y que Jesús dijera "¡oh sí, yo tampoco condeno la
matanza pues pagaron por sus pecados!", haciendo de Pilato la mano
justiciera de Dios.
Josefo no registró estos acontecimientos: las
muertes por homicidio de estos adoradores de Dios, ni tampoco sobre la
existencia de esa torre en Siloé, del cual sólo conocemos un estanque (Jn.
9:7,11). Entre los evangelistas sólo Lucas refiere estas cosas. Jesús dio a
entender que no se debía sacar la conclusión de que aquellos inocentes que son
asesinados, y los que mueren por accidentes, son más malos que los que no les
pasan nada. Mucha gente piensa que la forma de morir la escoge Dios de acuerdo
a la forma de vivir de cada cual, lo cual no es cierto porque hay seres
inocentes que son aplastados por un vehículo motorizado, o se caen de un piso
muy alto o el edificio les cae encima.
Los pecados de los hombres se deducen por sus vidas y no por sus muertes. Posiblemente aquellos 18 que aplastó el derrumbe de la torre
fueron tan inocentes como los dos mil doscientas veintitrés que se ahogaron el
10 abril 1912 cuando se hundió el Titanic, o los dos mil que murieron en el
atentado sobre las Torres Gemelas en
Nueva York. En tiempos de guerra muchos refugiados en templos cristianos han
sucumbido durante el bombardeo, y madres con sus niños se han ahogado cuando
regresaban de un servicio religioso dominical. La clase de muerte no indica
necesariamente con cuanto pecado esa persona murió. Como dice el Eclesiastés le
ocurre tanto a uno como otro, como al bueno y al malo.
Comúnmente se ha tenido a Jesús como la figura
apolítica, sin embargo, un escrutinio detenido de sus palabras o mejor dicho
detrás de ellas, descubre que él dedicaba tiempo para pensar en esa
especialidad social, y que sacaba sus conclusiones, aunque evitó él y los
apóstoles, envolverse en esas cuestiones. La respuesta del Señor fue "si
no os arrepentís pereceréis todos igualmente"; indica que estaba siguiendo
con su vista el rumbo político de la nación judía y donde eso desembocaría, en
que no quedaría piedra sobre piedra de la amada ciudad. No es que Jesús leyera
el periódico, sino que lo sabía porque era profeta y sabía "discernir los
tiempos", escuchaba a la gente hablar en las plazas, en las calles, y en su
carpintería, y todo eso en conjunto eran potentes evidencias de que el mal
sobre la nación se avecinaba.
Jesús vivía envuelto en su contexto social y conocía
de primera mano lo que había pasado, y sobre eso podía platicar con sus amigos
y discípulos. Sin embargo, sus palabras, en este momento, no fueron una
predicción política sino un análisis profundo y espiritual por medio de una
teología viva con la cual alumbraba el presente y el futuro de Nazaret,
Jerusalén, y desde Dan hasta Beerseba. Sus sentimientos con respecto a esa
mortandad no fueron de indignación política sino de compasión teológica, no de
resentimiento contra Pilato, sino que le dieron ganas de llorar y no que se le
subiera la cólera (13:34,35). Si no se arrepentían de sus pecados, la incredulidad y las ideas políticas
que tenían conducirían a la catástrofe histórica que les predijo, la muerte no
de dieciocho y no de aquel puñado en el templo, sino de un millón de judíos.
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