El pecado es lavable, no loable
Zacarías 13: 1
“Aquel día habrá una fuente
abierta para la casa de David y para los habitantes de Jerusalén, para lavar el
pecado y la impureza”.
El pecado es algo sucio;
aquí se le llama impureza o inmundicia. Y aunque la palabra “lavar” no se halla
en el original se introduce para aclaración y está bien puesta porque si hay
una fuente “abierta” según el texto es con ese propósito específico no para
beber, porque el pecado ensucia lo que toca, sean las cosas, las organizaciones
humanas, los cuerpos y almas de los hombres.
Entonces el pecado es lavable,aunque no loable porque no merece ni una sonriza, ni un solo aplauso o aprobación; pero por supuesto que es Dios el
único que lo puede lavar no el mismo que lo comete; y si la fuente está abierta
quiere decir que está disponible. Y cuando el pecado es abundante
y por eso se habla que hay una “fuente”, no un simple grifo, por cuanto si el
pecado abunda “la gracia sobreabunda”. El pecado es mucho. Una fuente disponible por cuanto se halla abierta,
o sea una fuente pública y específicamente para la familia de David o sea todo
el pueblo de Israel, o toda la dinastía de David, de la cual nosotros por medio
de Jesús, estamos en su genealogía.
Con todo y lo que somos, porque en la corta
lista de nombres que leemos al comienzo del evangelio de Mateo, y lo leímos en la pasada Navidad (Capítulo 1),
hay nombres sucios, al menos lo fueron por un tiempo, no para desacreditar la
familia sino para dar ánimo a los que estamos lavándonos en la iglesia. Y esa
fuente abierta por supuesto que es el costado de Jesús traspasado (12: 10), o
sea, su sangre en la cruz; así pues la purificación del pecado equivale al perdón de los pecados y a la santificación, y con ella “nos lavó” en
la sangre de Jesucristo (Apc. 1:5)
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