Ninguna como ella; dámela
(Notas de mi diario)
P.P., octubre 20008.
“Hoy fuimos, Walky yo, (Ifdy está en Pensilvania en asuntos del trabajo), fuimos a visitar la iglesia que pastorea G.S. Cuando llegamos nos recibió su esposa R. Walky y yo no estábamos muy decididos a visitarlos. Necesitábamos oír un buen mensaje del evangelio.
El culto comenzó a las 12:20 pm y terminó a las 2:30. En la apertura entraron danzando un grupo de niñas y jovencitas, vestidas con ropas judías y zapatillas de allá. Así estuvieron moviéndose los 45 minutos que a nosotros nos obligaron a estar de pie, ellas danzando y los que podían y se sabían los coros, repetidos y repetidos, cantando.
“Un hermano con sendas astas y banderas las movía en el aire, no sé para qué. La batería, las dos guitarras eléctricas, los tambores y la voz alta del cantante principal, se combinaron haciendo un ruido espantoso. A Walky le dolió la cabeza y a los 40 minutos de pie la invité a que tomara asiento, y yo la acompañé y me puse a leer mientras ellos continuaban sus inspiradas repeticiones.
“Las sillas estaban cómodas. Supongo que arrancadas de algún cine o algo similar, o fabricadas a propósito de los cambios en el culto, porque tenían los hoyos donde se suele poner un vaso de café, soda o de “palomitas” de maíz. Eso y la amplia plataforma moderna con equipos de sonidos y luces, se parecía a cualquiera otra cosa menos a un templo.
“Me sentí ajeno en la adoración y me quedé mudo, no pude rendir ni un poco de honor a Dios en el trayecto de aquella música. Enfrente me entretuve leyendo carteles escritos en hebreo y español y un póster con el arca judía del pacto. También leí una propaganda a “Una Iglesia con Propósito”. Varias personas, hombres y mujeres tomaron parte en el desarrollo del servicio. A una especialmente se le pidió que hiciera una oración contra la guerra espiritual y a otros que oraran porque pasara algo sobrenatural en ese momento. Todos querían que pasara un milagro y lo esperaban. No había muchos. Unos 40 o quizás 50.
“En eso llegó el pastor que había ido a predicar a una iglesia vecina. El título del mensaje fue El Llamado al Ministerio y el Deber de la Iglesia hacia su Pastor (1Ti 3:1-7; 5:17,18; Mt 10:10). Comenzó a exponer los textos e ilustrarlos con su experiencia pastoral y su madurez cristiana, con su estilo, gritón, humilde, jocoso y severo. Todo junto. Bajaba de la plataforma, se dirigía a todos, me enfocaba a mí y llegaba hasta mi silla, me hacía preguntas y volvía a encaramarse en el púlpito. Una vez, ilustrando algo se arrodilló, otra se sentó y contó algo muy patético. Me llamó al frente, me abrazó y al final me pidió que orara por el grupo de viejos, viejas viejísimas, jóvenes y juveniles que venían queriendo enrolarse en el santo ministerio o pidiendo bautismo y salvación. El mismo estaba asombrado de la respuesta a su prédica. Y yo no menos.
“Dijo cosas como éstas: “El oficio más grande del mundo es el de pastor” “A Billy Graham cuando era joven le pidieron que se postulara como presidente de USA por el partido republicano, y declinó diciendo que no podía abandonar lo que era superior por lo que era inferior” “El llamamiento al ministerio es tan grande que Jesús pasó toda una noche orando para escoger a sus doce” “La iglesia llama a sus diáconos y líderes pero no al pastor, quien llama al pastor es Dios” “Abraham salió sin saber a dónde iba pero Dios sí sabía donde lo llevaba” “Dios no deja “embarcado” (abandonado) a ningún pastor”. Y dijo otras muchas cosas hermosas que caían en mi corazón como agua bendita.
“Disfruté enormemente sus exposiciones que fueron muchas. Aun el paralelo que hizo con el texto del llamamiento de Ezequiel, violando la exégesis, donde dijo que el carro era una carreta y que ella representaba a la iglesia que era tirada por el pastor que tenía que ser como un león, un buey, un águila, siendo un mero hombre.
“Con esa clase de predicación sobran las iniciativas culturales del Sr. Waren y la bobería de las danzarinas con panderos. Con esa Palabra y con el Espíritu, no necesita más para duplicar el número de sus oyentes. No hubiera esperado eso. Fui a ver un culto judaico, y en parte lo era. Ruidoso, simple, muy limitado, pero con todo, con la voz de Dios. A pesar mío, a pesar de todo, Dios estaba allí y lo que busqué en congregaciones mayores y de pastores con más nombre que él, no lo encontré.
“La música no determina que Dios entre o se vaya. Sea que a mí me guste o no. Clásica, popular o gregoriana. La adoración es una expresión espiritual, cultural y psicológica, depende de la formación del alma. El que se va de una reunión por el ruido de los platillos, el estrépito de los tambores, los desafinados gritos del director y las despiadadas guitarras eléctricas soy yo. No Dios. Si pudiera, de un plumazo barrería con esas banderillas y ordenaría a las niñas que se sentaran. De hallarme en la puerta y oír ese escándalo no entraría. Pero si se predica bien, expositivamente, con gracia, el evangelio, entra Dios. Parece que sus oídos son más fuertes que los míos y por el interés del púlpito se mete entre ellos. Supongo que le diría al de las banderas “sal y empina eso allá afuera”; y le diría a las danzarinas, “niñas siéntense que ustedes son del nuevo pacto y esas son cosas del que yo quité”.
“Si aquella adoración ni siquiera me rozó el espíritu, la predicación fue otra cosa. Lo que no se puede alterar es el evangelio y el que lo predica tiene que ser un siervo con unción, con la unción del Santo, no porque vocifere y chille, no por el sudor que de un trapazo se quite de la frente el orador. Sino porque tiene entendimiento de la palabra del Señor, la ama, la enseña, vive por ella y la predica con el corazón.
Por supuesto que mejor estaría el culto si se limpia de toda esa levadura que desvía la atención de lo espiritual hacia las ceremonias de la carne. Los cambios musicales, de sillas, de luces, de técnicas, no convierten ningún alma ni atraen a los pecadores a los pies del Señor. Esas son ilusiones vanas y ridículas tonterías. Lo que es poderoso para salvar y cautivante es la predicación del evangelio. Uno la oye y la Palabra te envuelve, te mete dentro de ella, te toca el corazón y te habla poderosamente. Es grande para salvar. Y no vuelve vacía. Como dijo David de la espada de Goliat, “ninguna como ella; dámela” (1Sa 21:9).
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