¡Sinergista Jamás!

“Escuchando, he oído a Efraín que se lamentaba: Me azotaste, y fui castigado como novillo indómito; conviérteme, y seré convertido, porque tú eres Jehová mi Dios” (Jeremías 31:18).

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¿Es incambiable el hombre? ¿Sucede en todos lo que dice el profeta: “Mudará el etíope su piel, y el leopardo sus manchas? Así también, ¿podréis vosotros hacer bien, estando habituados a hacer mal?” (Jer.13:23).

Hoy como siempre se necesita enseñar las preciosas doctrinas conocidas como de la gracia, lo que se llama monergismo, interpretación completamente bíblica, donde la gracia de Dios comienza y efectúa la conversión. Lo contrario es sinergismo, evangelio mezclado con un poco de Biblia y un poco de filosofía, donde el hombre hace su parte y el Señor la suya. Escudriña el texto que he puesto y verás que según la experiencia el hombre no se puede convertir a sí mismo por más que lo intente. Adopta algún método, sigue un programa y se reforma, mejora y deja alcohol y otras adicciones; puede cumplir con las formas de una religión pero no puede convertirse a Dios.


Por lo tanto, tiene razón Efraín para lamentarse que los castigos divinos y las consecuencias del pecado no lo hayan convertido. Si lo hubiera castigado diez veces su corazón empedernido seguiría duro y produciendo ídolos y desobediencias. Cuando todo fue destruido y en el exilio, tuvo que admitir que no podía auto convertirse, que era demasiado pedirle a su corazón engañoso que se volviera veraz, que estando muerto resucitara y que siendo incrédulo diera un salto y tuviera fe.


Muchas veces había querido convertirse, con sinceridad se había vuelto a Dios y tenido un tiempo de ilusión de conversión bajo algunos buenos reyes y jueces… y la iglesia a que asistía aplaudía y daba gracias a Dios por su conversión pero le sucedía como al pez volador, salía del agua por un tiempo y todos creían que era para siempre pero volvía a sumergirse.

Entonces se acabó la fiesta y Dios no fue al fin glorificado. La decepción cundió la familia y la congregación. Temporalmente se alivió de su pecado y disfrutó un transitorio poder sobre él, dominándose, se sintió libre y feliz, pero después de un tiempo vino la recaída, continuando igual o peor, padeciendo la misma fragilidad y con ataques similares; caía en pecado y se revolcaba echando espumarajos y deseos por todos lados. Los viejos demonios de la concupiscencia que eran sus antiguos amigos continuaban en su interior y se negaban a dejarlo. Probó con consejeros y doctores de religión y tuvo que desecharlos por ineficaces.


Efraín era el mismo, había incumplido centenares de promesas hechas a sus hijos, a su esposa y a sus amigos. Ya nadie creía en sus reformas y las cosas en casa y en el trabajo seguían de mal en peor. Su perverso corazón amaba el pecado, la gloria de Dios no le importaba, el arrepentimiento no pasaba de ser remordimiento, el miedo a Dios se le pasaba, la fe y el amor a Cristo eran fingidos, y nada de lo que oía le penetraba profundo.


Si he dibujado en parte su retrato no pierda toda la esperanza. Haga lo que hizo Efraín, ore como él, “conviérteme tú oh Dios, elígeme porque falló mi elección, decide tú por mí que no me sirvió mi decisión, soy novillo indómito, conviérteme y seré convertido”. Vaya al trono de la gracia. Efraín no conocía lo que era monergismo ni sinergismo, tal vez usted tampoco, pero si a él se lo hubieran explicado no hubiera sido sinergista, sabeliano o arminiano, jamás.

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