El Cantante y Predicador


Crea en mí oh Dios un corazón limpio y renueva un espíritu recto dentro de mí (Salmo 51.10).

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Este es el salmo que escribió David arrepentido de haber pecado con la mujer de un amigo llamado Urías. Un auténtico creyente puede endurecerse y pecar hasta que viene otro amigo le predica y quebranta su corazón y hace esta confesión “pequé contra Jehová” (2Sa.12:13), y después, no sale a restaurar su reputación dañada sino reconstruir su vida con una oración de cambio pidiendo al Señor le ponga otro corazón, “crea en mí un corazón limpio”. No pide que le limpie él corazón antiguo, duro y loco. Ni volver a ser el hombre sexualmente débil, mentiroso y homicida que fue.

Y por si eso fuera poco quiere un alma nueva que es equivalente a “renueva un espíritu recto dentro de mí”. La palabra recto significa también erecto, derecho, sin jorobas y firme. Esa es una razón por la cual quiere un alma nueva, para ser un hombre espiritualmente distinto con principios más firmes porque aunque pensó que los tenía no los tenía, una mujer bella y ajena le demostró que sus fundamentos no eran sólidos y que de sus ejercicios espirituales, sus estudios de teología y visitas a la casa de Jehová no había sacado la gracia que le hacía falta para no caer en tentación. Cantaba, oraba y predicaba sin mejorarse mucho. Peligro.

Su oración va seguida de otras que reflejan miedo “no quites de mí tu Santo Espíritu” y que ahí mismo muera su inspiración musical y deje de ser conocido como “el dulce cantor de Israel” (v.11) y Dios no abra más sus labios (v.15). Teme más dejar de ser un músico sagrado que perder la corona real. Siente miedo convertirse en un creyente triste y que Dios no le devuelva “el gozo de tu salvación” (v.12), perder su sonrisa y su santa alegría cristiana y no poder regocijarse en el Señor siempre. La alegría que da un goce carnal no es comparable con el gozo de la salvación.

Y para añadir un último temor, ser un predicador sin bendiciones o sea “enseñaré a los pecadores” y ¿se convertirán a ti? Si no bendices mis sermones y nadie se convierte con ellos, ¿para qué vivir? (v.13). He perdido mi buen testimonio, ahora mi vida no respalda mis predicaciones, muchos no me querrán oír, mis colegas creerán que he perdido la unción y arruiné mi carrera, ya no podré llenar el templo como antes, he hecho blasfemar a tus enemigos, sin embargo, buen Dios, siento deseos de seguir predicando". ¡Pobre ministro del Santuario, tu deshonra llegó hasta donde llegó tu fama, has pecado no sólo contra tu mujer e hijos, contra los que te conocen, sino contra tu vocación!




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