Sincronizados a la voluntad de Dios

Salmo 101: 2,6
“Entenderé el camino de la perfección cuando vengas a mí”. El texto más bien contiene una pregunta y se leería así, “me comportaré con sabiduría en el camino de la inocencia (perfección) ¿cuándo vendrás a mí?...”. 

La Versión Reina-Valera deja el texto confuso. El salmista habla de su perfección, su inocencia y cómo procura vivirla dentro de su casa y para los suyos, primeramente, y entonces le pregunta al Señor que cuándo vendrá, que ya él y su familia están preparados para recibirlo, por supuesto con las manos llenas. En el v. 6 afirma que esa clase de creyentes son los únicos visitados por Dios, en contraste con los que se desvían (v. 3); los vv. 3,4 parecen referirse a él, que no se juntará con esa clase de gente y desde los vv.5-8 se refiere a Dios, que es como él y con los mismos sentimientos. El dice “aborrezco la obra de los que se desvían”, y Dios responde “Yo también”; él dice “ninguno de ellos se acercará a mí, no tendré que ver con sus vidas ni compartiré su techo ni sus alimentos, no haré alianza con ellos ni meterá conmigo la mano en el plato” y Dios dice “conmigo tampoco”. 

Es hermoso que haya en nosotros “este sentir que hubo también en Cristo Jesús” y que el corazón nuestro sea como el de Dios, y al concluir una reunión podamos decir que ha parecido bien al Espíritu Santo y a nosotros (Hch. 15: 28), y hay un santo orgullo cuando se dice “Dios y yo somos semejantes, él siente lo mismo que yo y hemos hecho las mismas decisiones”. Ojalá fuésemos así, estemos así, sincronizados a la voluntad de Dios aunque nos saque sudores de sangre, como nos enseñó el Señor en el Padre nuestro, lo ejemplificó en el jardín de Getsemaní y lo demostró en la cruz.

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