Perder un amigo es como sufrir un divorcio
Salmo 88:8,18
“…has alejado de mí al amigo”.
Recuerda esa
experiencia que como el salmista tú también has vivido. Un día tus amigos y
conocidos se alejaron de ti y eso fue duro, ser traicionado por aquellos a
quienes amabas. Tardaste mucho tiempo en adaptarte a esa realidad que ya no
tendrías contigo con quien te gozabas en la casa de Dios y se comunicaban
dulcemente los secretos; sufriste como un esposo de quien la mujer se divorcia.
Perder un amigo es como sufrir un divorcio.
¿Nunca se te ha ocurrido pensar en la providencia
de Dios y que fue él quien los separó de ti? Si realmente ellos te hubieran
hecho falta, ¿cómo un Dios de amor te hubiera privado de tenerlos? Las luchas
que has tenido las has pasado sola y con ellos te hubiera sido más fácil
compartiéndolas, con sus auxilios. Como Jonatán sólo con tu espada has tenido
que atacar la guarnición de los filisteos (1 Sa. 14:6,14,15).
¡Oh cuánto has hecho para retenerlos, pero todo ha
sido inútil! Dios había decretado tu separación de ellos porque necesitabas tu
amarga soledad. Hubieras querido en aquel entonces huir a otra parte, asociarte
con gente mejor, sustituir a los que te dejaron, llenar el espacio vacío que
dejaron en tu alma, conseguir nuevos amores que cicatrizaran las heridas que
ellos te hicieron; pero eso tampoco Dios te ha permitido y han tenido que
cerrarse solas sin el bálsamo humano. Dios te ha encerrado y lo dijiste:
“Encerrado estoy, no puedo salir”. ¡Qué preciosos eran aquellos amigos, los de
la juventud! Hasta el momento no sabes completamente por qué todo eso ha
ocurrido ni todo el bien que te ha hecho haberlos perdido, pero sí estás seguro
que has tenido contigo a Dios y su palabra.
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