El pastor que tuve, que tengo y debiera tener
1 Corintios 4:6-8
“Pero
esto, hermanos, lo he presentado como ejemplo en mí y en Apolos por amor de
vosotros, para que en nosotros aprendáis a no pensar más de lo que está
escrito, no sea que por causa de uno, os envanezcáis unos contra otros. Porque
¿quién te distingue? ¿O qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste,
¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido? Ya estáis saciados, ya estáis
ricos, sin nosotros reináis. ¡Y ojalá reinaseis para que nosotros reinásemos
también juntamente con vosotros!”.
Supongamos que sí, que los corintios hubieran sido
bendecidos con el ministerio de excelentes siervos de Dios, ¿era justificable
que comentaran e hicieran llegar a oído de Apolos y Pablo los comentarios de
que habían hallado siervos de Dios mejor preparados que ellos, más alumbrados?
No hagas eso. No compares al pastor que tienes ahora con el que se marchó,
sobre todo para lisonjear los oídos del actual a costa de la desvalorización de
quien antes te sirvió. A Dios no le gusta oir eso, el ama a todos sus ministros
y a unos capacita de un modo y a otros de otro.
Medios para formar una
idea
Si quieres conocer quien es un pastor tendrías que
conocer su vida íntima, por ejemplo sus oraciones cuando se halla solo
intercediendo por su iglesia o pidiendo luz para su mensaje o alabando al Señor
con gratitud. Pero tú no tienes acceso a eso, él no te lo permitiría, esas
voces de su lugar santísimo pueden ser oídas solamente por Jehová. Mi esposa en
broma una vez dijo a sus dos periquitos mientras marchaba al trabajo: “Recojan
todo lo que oigan y luego me lo dicen”. Algunas veces sonrío pensando en eso.
Si ellos pudieran hacerlo no me importaría que contaran mis conversaciones
telefónicas ni delataran las entrevistas personales que he sostenido en mi
oficina, pero me llenaría de estupor si dijeran lo que me han oído orar.
Pero como no puedes ir al santuario del alma de un
ministro, quizás puedas leer lo que escribió, si es que ha escrito algo.
Entonces, como dijo el apóstol aprenderás a “no pensar más de lo que está escrito” (v.6). El apóstol quería que
lo juzgaran no por lo que la gente decía sino por lo que él mismo había escrito
con sinceridad diciendo la verdad o quizás también se refería al Antiguo
Testamento, para que se formaran una opinión escritural, bíblica suya y de
cualquier otro siervo. Los libros de un ministro autor son en realidad un
retrato de su alma. Es como si hicieras el recorrido en su torrente sanguíneo y
visitaras su cerebro y corazón, como si cabalgases sobre sus mismos
pensamientos y mirases el mundo con sus mismos ojos.
No obstante, como hay muchos que no han escrito ni
siquiera con el dedo en tierra, tienes que formarte tu opinión por lo que la
Biblia enseña que debe ser un ministro santo y esto especialmente cuando vayas
a valorarlo o compararlo. Al apóstol no le dolía tanto que lo tuvieran en
poco como que se excedieran en valorar a quienes en realidad no eran tanto, los
malos ministros que le sucedieron. Lo que les dice no es para que mejoren la
opinión suya sino para que rebajen a los que injustificadamente, juzgados por
sus escritos o por la Escritura, no merecían ser puestos en tan alta estima.
Sin embargo ambas cosas son solamente medios para que te formes una idea
aproximada de lo que un pastor debe ser.
El pastor de tu
preferencia
Casi que es ilimitado el tipo de pastor que cada
hermano quisiera tener, habría que hacerle uno particular, como aquel levita errabundo
del tiempo de los jueces, para cada Micaías que uno entreviste. Es asombroso mi
amado, como el juicio de una iglesia puede ser torcido tanto y sentirse
contenta y feliz con los peores predicadores y enseñadores, con aquellos que la
están edificando con heno y hojarasca y madera mala que pronto el fuego la
quemará. Sin embargo acuden en masa a oírlos, les nutren sus conferencias y
servicios y como moscas sobre un cadáver vuelan a sus templos y les piden
membresía. Sin embargo pedirían la renuncia o no votarían para llamar a un gran
siervo de Dios que los edifique y administre con sus misterios. Hablas con
hermanos de esas congregaciones y se sienten satisfechos, “saciados, ricos” (v.8). Te manifiestan
que ahora sí han hallado la iglesia conveniente. ¿Cuál es tu opinión sobre eso?
¿No es que ellos no aman la palabra de Dios? No buscan oro refinado en
fuego, ni perlas preciosas porque lo que quieren es el heno y con heno viven, o
mejor dicho, mueren.
Compare a Pablo, a quien ellos debían la
salvación, con los otros robadores de iglesias. Piensa en el ministerio
riquísimo del apóstol y la pobreza de enseñanza de aquellos otros y con todo se
sentían felices y como reinando sin él. Ya no extrañaban sus pláticas, sus
conversaciones, sus sermones, otros habían ocupado su púlpito, valían menos,
pero se acomodaban mejor a lo que ellos eran, como si el apóstol hubiera echado
sus perlas a los puercos. Habían cambiado de ministerio para perder. Pero ¡ojalá reinaseis! (v.8), porque
realmente ni estaban espiritualmente saciados, ni enriquecidos, ni reinaban
sobre el mal. Estaban muriendo de hambre sin notarlo, empobreciéndose en cada
sermón, siendo dominados más que dominando. Pasa tus ojos por las iglesias
vecinas, mira el horizonte actual de la obra de Cristo. ¿Qué podrás hacer?
Gratitud
¿Y tú hermano ministro? ¿Podemos tú y yo
presentarnos “como ejemplo”
(Aplicar esquemáticamente o figurativamente como indica la palabra) a las
iglesias como símbolo de unión ministerial, ¿o nos asaltamos recíprocamente?,
de humildad, ¿o apelamos a la iglesia para hacerle creer que ha hallado el
mejor pastor del área y del país?
Hermano ministro, ¿no serás culpado tú ante Dios de
promover la idolatría? ¿No serás tú el culpable de hacerle creer a los hermanos
tu superioridad, aparente, absurda, imaginaria? Ese pudiera ser el pecado por
el cual tu obra no prospera como debe. “¿Quién
te distingue? ¿O qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué
te glorias como si no lo hubieses recibido?” (v.7). ¿Crees que eres
algo? ¿A quién se lo debes? Si sabiduría tienes, no es innata, te fue dada, si
predicas bien, ¿quién te dio esa voz? Si tus sermones y estudios agradan,
edifican, salvan, ¿de quién es el crecimiento, del que planta, del que riega o
de Dios? Lo que eres lo eres por Dios, porque su gracia te ha ayudado a serlo,
te ha formado de esa manera. Más que orgullo debieras sentir agradecimiento. Si
te ves forzado a confesar que lo que tienes ha sido dado por Dios, ¿qué sentido
tiene que seas arrogante? Detén las alabanzas que has promovido y dirígelas al
cielo. De punta a cabo eres una obra de la gracia de Dios y a ella es a quien
debes ensalzar, sus méritos, no los tuyos.
A ti te digo que si Dios te ha dado un ministro
rico, que predica enjundiosamente, si es distinguido, muy conocido, famoso,
gloríate en Dios no en él, agradécelo al Señor. Si quisieras tener uno así,
pídelo al Espíritu Santo. Y lo que dice de él se aplica a todos por igual, la
falta de humildad tan abundante entre los ministros es un defecto de todos. Quien
te distingue es Dios y lo que tienes es solamente para tu uso y promover Su honra como fiel instrumento y
agradecido receptor, contento con exportar al mundo, al reino de Cristo, a los
ángeles, a los demonios, una imagen bíblica de lo que es un pastor, el tuyo.
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