No aprovechaban a sus ministros porque no sabían tenerlos
1Corintios 3:5-8.
“¿Qué, pues, es Pablo, y qué es Apolos?
Servidores por medio de los cuales habéis creído; y eso según lo que a cada uno
concedió el Señor. Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios.
Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el
crecimiento. Y el que planta y el que riega son una misma cosa; aunque cada uno
recibirá su recompensa conforme a su labor”.
Si usted toma el cuchillo de la verdad y le aplica un corte a las contiendas y divisiones entre hermanos hallará seguramente un poco más profundo en la carne, celos y envidias. El apóstol al principio del primer capítulo habló acerca de las contiendas, preludio de la división, pero abandonó el asunto para dedicar espacio a los profesores de sabiduría mundana, ahora retorna al tema, invocándolo con alguna longitud para su análisis con detalle. Aquellos hermanos juzgaban erróneamente a sus ministros y lo mismo al trabajo que ellos hacían. ¿Quién es mi ministro, qué es lo que está haciendo? ¿Lo hace lo mejor que él puede? ¿Cuál es tu regla de valores para tu ministro y su labor?
No mires así a un ministro. Comienza por
el meollo de la cuestión, sus propios líderes. Veamos como no se miran los
ministros de Dios. Empieza preguntándoles si ellos conocen, no quiénes son,
sino qué son. Ellos saben quiénes son, pero esa no es la pregunta, sino
la función que tienen en la iglesia y estrictamente lo que son ante Dios. No
entendían lo que era el ministerio pastoral y misionero. Conocían pastores,
evangelistas, misioneros, pero no sabían lo que ellos eran. No los entendían.
Por sus palabras notamos que los corintios miraban el liderazgo de sus
ministros de forma muy personal, como algo que correspondía totalmente a ellos
mismos, en forma de capacidad, talentos y “potenciales” (como hoy se dice)
provenientes del interior; de modo similar a como el mundo mira sus líderes.
Cuando analizaban a Cefas, a Pablo o a Apolos, lo hacían humanamente, como algo
que ellos eran o hacían por sí mismos, sin pensar en la gracia de Dios.
Situaban el éxito o el fracaso en virtudes o fallas humanas, no juzgaban por
supuesto, espiritualmente, a sus líderes. Ese juicio carnal sobre sus
líderes desembocó en celos, envidias y la formación de bandos. No podían
aprovechar sus ministros porque no sabían tenerlos.
Mira de este modo a un ministro.
Primeramente debes mirar a un ministro como un servidor, servidores por
medio de los cuales habéis creído (v.5). Los hermanos corintios no deseaban
tanto humillar a los otros ministros como exaltar a los suyos, a los que ellos
pensaban que eran superiores. Es casi lo contrario hoy cuando no pocos
tienen un concepto pequeño del ministro. Se han apropiado de esta definición
bíblica “servidor” y eso es lo que pretenden constantemente que su ministro
sea, como un esclavo al servicio de ellos, sin la consideración, estima y
reconocimiento que le debieran, porque lo miran como asalariado. Como aquellos
antiguos consideraban a sus ministros no estaba bien, eran algo así como
semidioses, al menos para sus admiradores.
¿Qué se preferiría hoy, que pensaran así
alto o tan bajo como un empleado que se contrata para que realice funciones
religiosas? Aquellas congregaciones no se juzgaban mejores que los siervos de
Dios. Es cierto que es un instrumento en las manos divinas y no las manos
mismas porque dice, “por medio de los cuales”; pero un instrumento precioso
por medio del cual se nos ha dado la salvación. Un instrumento que predica,
pero no para predicar, sino para creer por medio de su predicación, para
obtener la fe, para desarrollarla, para avanzar en gracia y progresar en
santificación. Es un embajador de Dios, no alguien a quien Dios ha delegado su
bendición sino por medio del cual la otorga. Alguien valioso que nos ayuda en
nuestro camino al cielo. No un productor de sermones sino un mensajero de las
palabras de vida a quien la salvación y condenación eterna de los hombres se
haya asociada. Que no se idolatra ni se adula, pero se ama y reconoce.
El apóstol les pide que sean
graciosamente objetivos y no carnalmente comparativos. Que cada uno mire a
su ministro “según lo que a cada uno concedió el Señor” (v.5). Lo que un
ministro es lo es por la gracia de Dios y lo que tiene lo ha recibido, y lo que
no tiene no lo ha recibido. Eso lo dice, para que ellos aprendan a alabar al
Señor por su ministro (“solamente oían decir: Aquel que en otro tiempo nos
perseguía, ahora predica la fe que en otro tiempo asolaba. Y glorificaban a
Dios en mí” Ga.1:23-24). Y ese es siempre el propósito de la gracia, honrar
a Dios.
Hay otros ministros igualmente siervos
de la gracia que pueden tener las mismas gracias que el nuestro, aun mejores, y
que las que cualquiera no tenga es porque no las ha recibido. ¿No es mejor
entonces ser de juicio condescendiente con el propio y con los ajenos? ¿Cuál es el período más importante? Ya
he dicho que el apóstol quiere que juzguen espiritualmente a los ministros, a
los dones que ellos poseen y ahora, al trabajo que hacen, “yo planté,
Apolos regó” (v.6). Por sus palabras veo que el trabajo de los
ministros es complementario. ¿Qué pasaría a la viña si no hubiera quién
regara? ¿Podría la semilla crecer? Quizás, pero es mejor que hayan regadores. Y
si sólo hubiera regadores y no sembradores ¿podría del suelo vacío brotar algo?
Actualmente como la mayoría de las iglesias tienen un solo pastor, éste tiene
que hacer las dos cosas, sembrar y regar, pero de todos modos, hay ministros
que son mejores sembradores que regadores y viceversa, los que como Apolos son
de gran provecho “para los que por la gracia habían creído”.
La intención del apóstol no es
acrecentar el trabajo de ninguno de los dos, ni afirmar que son mejores los
plantadores de iglesias, los evangelistas y misioneros que los pastores, sino
de nuevo, que miren lo que se está haciendo como parte de la obra de Dios y que
el mérito mayor es el suyo. Es importante plantar, regar con buenos sermones,
pero ¿a dónde iría todo si la semilla aunque nazca no crece ni llega jamás a
espiga? La parte más importante es el crecimiento y corresponde a Dios. El
crecimiento hay que asociarlo no al nombre de Pablo o de Apolos sino de Dios.
Comprendido eso por un pastor, le ayuda a no auto culparse. Si la iglesia crece
a Dios se lo debe. El crecimiento es una obra de gracia. Muchos sermones se
mueren en el corazón, jamás nacen ni espigan. Sea el crecimiento numérico o
espiritual, es de Dios. Después que hayamos hecho lo que debíamos viene la
paciente espera, la espera de fe, de oración, de súplica a Dios para que la
semilla regada, quiero decir, los sermones oídos, nazcan y crezcan.
¿Por qué
pensar algo sobre nosotros mismos, gloriarnos en preparar el terreno, abonarlo,
sembrarlo, regarlo si es Dios el que hace lo más importante? Bien el
apóstol lo dice para todos nosotros, “ni el que planta es algo, ni el que
riega” (v.7). Dios podría hacer crecer la semilla y obtener los frutos que
quisiera sin usar la agencia humana para siembra o para riego ¿no le basta el
viento, los pájaros, y las nubes? De muchos modos el Señor podría salvar un
alma sin que nadie le hablara y edificarla sin que algún ministro interviniera.
Habla el apóstol de ese modo no para menospreciar el trabajo del que siembra y
siega, sino para que los hermanos quiten sus ojos de ellos y honren la palabra
de Dios y a su Espíritu que la prospera. Ese es el
período más importante.
Al final de cuentas todos los ministros
están al mismo nivel ante Dios, cada uno ha recibido su propia gracia y no se
le exigirá que responda por el uso de un don que no tuvo. El juicio sobre su
trabajo, su “recompensa” estará ligada a su trabajo, “conforme a su
labor” (v.8). Un ministro puede ser más dotado que otro ¿pero trabaja más? Uno
podrá tener más “triunfo” que otro. ¿Recibirá más recompensa por ese “triunfo”?
No, porque su triunfo, si es considerado eso como “crecimiento” no es suyo,
sino de Dios. En el cielo no se conoce la palabra éxito sino bendición y
fidelidad. No son los triunfadores sino los fieles. El que ha triunfado
realmente, por la recompensa juzgado, no es el que más bendición ha tenido
sobre su trabajo, sino el que ha laborado más. Dios no recompensa a un
infiel e indolente.
Un misionero que trabaja arduamente por amor del nombre de
Cristo, pero no obtiene casi ningún crecimiento de su trabajo de años ¿no
recibirá recompensa pues? Sí la recibirá, no en base al crecimiento sino a la fidelidad
que desempeñó responsablemente en su trabajo. Si alguien duda que el trabajo
sea la regla de medida para el éxito y la recompensa, lea 15:10, donde el
trabajo es el auténtico motivo de comparación del apóstol y no los creyentes
que ha bautizado. Al que le dieron un talento y lo reprocharon, no fue porque
tenía uno solo sino por holgazán (Luc.19:20-24).
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