Definición de un hombre


(Exposicion sobre El Peregrino, de John Bunyan)

Andando el Cristiano peregrino por los caminos de la vida se encontró con un señor llamado Vergüenza, nombrado de ese modo no porque sintiera pudor o recato, porque él no tiene nada de eso ni ostenta semejantes virtudes, sino porque considera “una vergüenza” que un cristiano llegue a serlo a pesar de tantas cosas. Este hombre piensa que es una vergüenza profesar una religión, y la mira como algo indigno, bajo, miserable, contrapuesta a todas las personas verdaderamente dignas y notables en este mundo.
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“Una cosa vergonzosa, baja y mezquina en un hombre es ocuparse de religión”, y argumentó que por dos razones. Una, porque “sólo un corto número de los poderosos, ricos o sabios, habían sido jamás de mi opinión, y que ninguno de ellos lo fue hasta que se decidió a ser necio, y arriesgar voluntariamente la pérdida de todo, por un algo que nadie sabe lo que es”. “Una conciencia sensible no es algo viril, y que rebajarse el hombre hasta el punto de velar sobre sus palabras, y desprenderse de esta libertad altiva que se permiten los espíritus fuertes de estos tiempos le haría la irrisión de todos”. Objetó también: "Mirad, si no‑añadió‑‑, el estado y condición bajos y serviles de los peregrinos de cada época, y veréis su ignorancia y falta de civilización y conocimiento de las ciencias". Sobre esto peroró largo rato y sobre otros muchos puntos por el estilo que podría contar, como, por ejemplo, que era vergonzoso estar gimiendo y llorando al oír un sermón, volver a su casa con la cara compungida, pedir al prójimo perdón por faltas leves y restituir lo hurtado”.

El señor Vergüenza le da a la palabra “hombre” una definición social; o mejor aun, una definición de “alta” sociedad. Hombre verdadero, según él, es un rico, un poderoso o un hombre culto. También, de acuerdo a su opinión, hombres dignos son los que tienen dinero, los que han estudiado y los que llegan al poder. Esas son las virtudes que él ensalza.
¿Es cierto que el dinero, la fama de celuloide, o el poder político y financiero hagan al hombre una persona virtuosa? El dinero no es una virtud ni el poder tampoco. Ni la incultura indigna. Lo que hace a un hombre digno o indigno son aquellas cosas que se asocian a su carácter y por medio de las cuales se relaciona con Dios o con el prójimo. Se equivoca el Señor Vergüenza porque la palabra hombre es una voz humana y lo que hace a un hombre más o menos hombre es su humanidad y no su poder o su dinero. Quizás esas cosas que él elogia puedan hacerlo un ciudadano pero no un hombre. El concepto de hombre se define mejor teológicamente que socialmente. El hombre como una criatura hecha a la imagen y semejanza con Dios.

Yerra al afirmar que la religión afemina a un hombre; al contrario, lo hace una persona enteramente viril porque le quita aquellas cosas que lo disminuyen en relación con su semejanza con Dios, y recibe gracia para hacer aquellas que son genuinamente virtudes humanas, tales como: Amar al prójimo, perdonar y buscar el perdón del hombre y de Dios. Una conciencia sensible sí es algo viril. El pecado no hace al hombre más hombre sino menos. Los que son verdaderamente hombres son aquellos que son como “el Hijo del Hombre”.

En cuanto a que si un hombre se convierte a Cristo se torna  necio, es cuestionable. Lo opuesto. Cuando un hombre es afectado por la Palabra de Dios y siente la culpa en su conciencia, y su corazón de piedra es cambiado por uno de carne, su juicio se vuelve más competente porque empieza a juzgar espiritualmente la vida (1 Co. 2:12-15), que es el mejor o único modo de hallar su sentido y tomar las cosas en su esencia, hallándole su peculiar valor. Eso quiere decir que las va a mirar a través de Dios, desde el punto de vista de la eternidad y las colocará en uno de los platos de la balanza de la salvación.  El culto al cual entra es  razonable (Ro. 12:1,2), y ya no mirará las cosas según la apariencia sino como son e instruido por la palabra aprobará lo mejor (Ro. 2:18). Necio no es el que se aparta del mal sino aquel que viéndolo prosigue y es alcanzado (Pro. 14:16), no es el que cambia lo que no puede retener por lo que no puede perder; en una palabra, como dice el autor de Hebreos, las cosas mejores pertenecen a la salvación, las peores a la condenación (He. 6:9).

Y por otra parte, si fuera totalmente cierto que se vuelven cristianos sólo los ignorantes, los hombres sin letras y del vulgo, nos cabe la satisfacción que Jesucristo oró dando gracias al Padre por esconder estas cosas a los sabios y los entendidos y revelarlas a los niños (Mt. 11:25,26). Así que, los sabios las ignoran o las rechazan no porque sean cosas de ignorantes sino porque Dios se las ocultó de sus ojos y no las pueden juzgar como buenas porque se han de discernir espiritualmente y ellos no son espirituales sino carnales, hombres síquicos. Y hay más, no se puede conocer la religión cristiana hasta que no se renuncia a juzgarla por medio de la sabiduría de este mundo, para que todo aquel que quiera ser sabio se haga un ignorante primero (1 Co. 3:18). Se nos señala bien por medio del Espíritu que mediante la sabiduría el mundo no conoció a Dios y agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura (necedad) de la predicación (1 Co. 1:21). Por lo tanto, el Señor Vergüenza está equivocado. La genuina sabiduría la tienen los que comprenden y reciben a Cristo porque él ha sido hecho por Dios sabiduría y total salvación, todo lo que un hombre necesita tener y conocer para disfrutar a Dios (1 Co. 1:30).

En cuando a que un hombre llore cuando oye el mensaje de Cristo, no es una señal de debilidad sino de genuina humanidad, de sensibilidad espiritual, de comprensión y entendimiento, de descubrimiento espiritual. Si Dios no quisiera que los hombres lloraran no les hubiera dado lágrimas. Llora por sí como por hijo primogénito (Zac. 12:10), llora por lo necio que era, por la vana vida que vivió, llora por el daño que hizo a Dios, a otros y a sí mismo. Llorar por los demás, llorar por su mala vida pasada y llorar por simpatías con alguien, es muy caballeroso y viril, porque Jesús lloró (Jn. 11:35). De éste Sin-Vergüenza se cansaron nuestros dos hermanos y siguieron adelante hacia otro terreno para hallar a  un individuo lleno de habladurías, que no paraba de hablar y hablar hasta por los codos. Vergüenza nos debiera dar al no dar gracias a Dios y reconocerle en todas las cosas.



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