Sáquese eso de la cabeza, la Biblia no es un libro de mitos (I)
2Pedro 1:16-21
“Porque
no os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo
siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios
ojos su majestad. Pues cuando él recibió de Dios Padre honra y gloria, le fue
enviada desde la magnífica gloria una voz que decía: Este es mi Hijo amado, en
el cual tengo complacencia. Y nosotros oímos esta voz enviada del cielo, cuando
estábamos con él en el monte santo. Tenemos también la palabra profética más
segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra
en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en
vuestros corazones; entendiendo primero esto, que ninguna
profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía
fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron
siendo inspirados por el Espíritu Santo”.
A primera vista nos parece como si el apóstol
tratara de justificar su apostolado o sus enseñanzas afirmando su autenticidad
apostólica; y puede que haya algo de eso en su intención, aunque el caso de él,
es diferente al de Pablo, que se le ponía en tela de juicio su apostolado. Es
indudable que si sus ovejas recuerdan su apostolado, su comisión por Cristo, su
relación íntima con el Señor, estarán mucho más dispuestos a recibir sus
doctrinas como venidas del cielo y más dóciles también a dejarse educar
doctrinalmente y exhortar pastoralmente. Es esa la ventaja cuando un buen
pastor es tenido por su iglesia como un varón enviado por Dios.
¿Por dónde empieza el apóstol? Asegurándonos que el
legado que nos han trasmitido los profetas y apóstoles es la auténtica Palabra
de Dios, “porque no os hemos dado a
conocer el poder... porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana
sino que los santos hombres de Dios hablaron…”. Esa es la primera cosa
que un hombre sincero que está buscando la verdad quisiera conocer, si lo que
está leyendo, si aquello a lo cual va a dar su asentimiento y confiar su vida
entera en este mundo y más allá de él, es la pura verdad de Dios o son las
ilusiones, tradiciones y experiencias religiosas de hombres de la antigüedad.
¿Es la Biblia la auténtica palabra de Dios? ¿Son los profetas los reales
mensajeros de Dios? ¿Son los evangelios las palabras exactas que Aquél Jesús
pronunció o la interpretación de la iglesia a su mensaje ya perdido? Quiera
Dios que mis palabras hoy ayuden a confirmar la fe de aquellos que ya han
creído en la Biblia y contribuya a aceptarla a los que todavía no lo han hecho.
Pedro afirma que la historia de la vida de Cristo no
es una fábula artificiosa “porque no os
hemos dado a conocer el poder y la venida de…” (v.16). La palabra
original griega que se traduce “artificiosa” es la que conocemos como “mito”.
¿Es la vida de Cristo un mito hábilmente tejido? ¿Son los cuatro evangelios una
colección inocente de mitos populares? ¿Existen solamente unos gramos de verdad
en ellos y el resto falacias de incultos y asombrados? ¿Estaremos nosotros, dos
mil años después, confiando nuestras vidas y las almas de nuestros familiares a
leyendas?
Las evidencias internas de esos cuatro evangelios
nos permiten comprobar que la vida de Cristo y sus hechos que leemos en ellos
son absolutamente verdaderos, porque los cuatro tienen las características de
narraciones históricas y no de fábulas sin fundamento. Se dan fechas, se
nombran personajes históricos, se mencionan los nombre de los lugares donde han
tenido lugar los sucesos que cuentan, sus autores, y sus escritores se declaran
haber sido fieles investigadores de todo lo que cuentan o testigos oculares que
se limitan a narrar lo que han visto con sus ojos natural y sencillamente sin
exagerar en tributo a la fascinación religiosa ni para hacer coincidir la
narración con los parámetros admisibles de la razón humana (Luc. 1:1-4; 2: 2-4).
Cuando Pedro nos dice que el evangelio que predicaba
ya entre las iglesias no eran fábulas artificiosas se puede deducir que sí
existían fábulas artificiosas en relación con la vida de Jesús, pero que ya
la iglesia estaba informada de cuales lo eran y cuales no lo eran y los
apóstoles mismos ya certificaban lo que era cierto y lo que era espurio, de
modo que desde el principio mismo del origen de la iglesia ésta supo cuál era
la verdad revelada por Dios y cuales los ingenuos cuentos y mitos que empezaban
a tejerse en la fantasía popular. Estos documentos que cuentan las verdades
auténticas son los que nosotros hemos recibido y el resto, verídicos o falsos,
la iglesia temprana, en la mañana de su historia los puso a un lado como
innecesarios para creer en Cristo como el Hijo de Dios. ¿Quisieras creer estas
cosa que como dijo Lucas, entre nosotros han sido certísimas?
Tanto el evangelio como la Ley y los Profetas han
sido inspirados por el Espíritu Santo, “porque
los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo”
(v. 21). Aquí se mencionan tanto la Ley como los evangelios y lo que se dice de
uno también se aplica al otro. Lo que afirmamos es que el asiento literario de
nuestra fe no sólo no es un mito sino que además son palabras inspiradas por
Dios; quiere decir que lo que se dice es estrictamente cierto, lo que se
dijo es rigurosamente verdadero aunque se cuente con otras palabras, con más
palabras o con menos palabras, aunque haya habido cambio en algunas palabras,
adiciones de algunas frases e incluso equivocaciones de alguna palabra al
copiarla algún escribano, la Biblia sigue siendo la Palabra de Dios e inspirada
por él, su mensaje sigue intacto, la verdad no está corrompida, los hechos no
se hallan falsificados, el camino sigue siendo el mismo para la gloria y para
reconciliar al hombre con Dios.
Para Pedro inspiración
divina es primeramente lo contrario a fábulas artificiosas. La iglesia
desde hace mucho reconoce como inspirados solamente sesenta y seis libros. Y es
interesante no sólo de que hable como inspiración de Dios esos escritos, porque
ya todos los profetas habían muerto, el récord, sino que también menciona sus
predicaciones o profecías. No cabe duda que desea que el mensaje del evangelio
de nuestro Señor Jesucristo sea recibido como tan inspirado por Dios como el de
los Antiguos profetas. Aceptar el Antiguo Testamento y rechazar el Nuevo no es
justo, ambos son inspirados por Dios.
El apóstol opone inspiración de Dios al origen humano de la profecía, “entendiendo que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación
privada porque nunca fue traída por voluntad humana” (vv.20-21). El
apóstol piensa que la profecía es de origen divino y que nació no en el corazón
del hombre, ninguno de los profetas o de los evangelistas predicaron otra cosa
que no fuese la verdad inspirada por Dios. El origen de la Biblia está en la
mente de Dios. Ninguna profecía fue traída por la voluntad de algún hombre. Le
llama “interpretación” porque ningún sueño, visión, o mensaje les salió a ellos
de sus propias mentes sino que Dios les revelaba y les interpretaba su
mensaje. Es una gran concesión entonces a nuestra fe saber que el mensaje
de la Biblia y ella misma es de Dios. Los hombres han sido instrumentos en
confeccionar la Biblia, pero lo que ellos han hecho sólo es reunir esos
documentos, comprobar su autenticidad y tratar de que se preserven para la
posteridad. La iglesia tuvo necesidad de la Biblia y Dios se la dio. Y nosotros
podemos confiar enteramente en lo que ella dice, sin dudas, ni atender a sus
calumniadores, porque su mensaje inspirado ha bajado del mismo cielo.
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