El Niño y el censo
Lucas 2:1-7
(Mt. 1:18-25)
"1Aconteció en aquellos días, que
se promulgó un edicto de parte de Augusto César, que todo el mundo fuese
empadronado. 2 Este primer censo se hizo siendo Cirenio gobernador
de Siria. 3 E iban todos para ser empadronados, cada uno a su
ciudad. 4 Y José subió de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea,
a la ciudad de David, que se llama Belén, por cuanto era de la casa y familia
de David; 5 para ser empadronado con María su mujer, desposada con
él, la cual estaba encinta. 6 Y aconteció que estando ellos allí, se
cumplieron los días de su alumbramiento. 7 Y dio a luz a su hijo
primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no
había lugar para ellos en el mesón".
El ambicioso César ordenó aquel censo para
asegurarse que nadie se quedara sin pagar los impuestos. La distancia entre
Nazaret y Belén es de 140 km, y no es cosa de juego para una mujer encinta a
punto de dar a luz y por caminos transitados pero no en las mejores
condiciones; una travesía que no se hace en un solo día y necesita hacer
escalas y pagar algún lugar de hospedaje para pasar la noche y después
continuar, o para comprar víveres y agua. Posiblemente la pareja no viajaba
sola y otros como ellos por diferentes razones habían retardado el cumplimiento
de la ley del censo hasta última hora, y no pudiendo hacerlo más se decidieron
a emprender el viaje.
Hubiera sido mejor para María y José que ella diera
a luz antes de irse, el Niño podría haberse quedado en Nazaret y ambos hacer la
travesía sin él, o quizás llevándolo con ellos, cosa que de todas maneras era
mucho mejor que sin darlo a luz. Pero eso no podría ocurrir porque estaba
profetizado su nacimiento en Belén y no en Nazaret, sería llamado Nazareno como
despectivo por vivir en Galilea, cuando nació en Judea, en Belén (Miq. 5:2).
Al llegar tan tarde el mesón estaba lleno quedándole
el último recurso, también pagado, del establo; y en un lugar cualquiera entre
los animales fue atendida la madre del Señor, y en esas condiciones pésimas
sufrió sus dolores y tuvo el alumbramiento del Salvador que sin cama ni cuna
tuvo que ser recostado en uno de los pesebres usados para depositar comidas de
los animales.
Quien atendió a María con sus dolores no se dice, puede
suponerse que José ayudó animándola y trayendo agua, y alguna otra madre de las
que estaban en el mesón conocedora sobre el asunto, ayudaría a pasar este
momento a esta mujer más joven. Fueron esas anónimas y femeninas manos las que
ayudaron a entrar al mundo aquel pequeño cuerpo que un día habría de cargar con
el pecado de todos nosotros. Dios sabe quiénes fueron y les ha de haber
recompensado el deber de su humanidad, cumplido.
Los pensamientos que pudieron tener los padres en
este momento en relación con todas las promesas que el ángel les había hecho de
quién sería este Niño, no se nos dice, pero leyendo la historia de ellos uno se
queda asombrado sobre las cosas de Dios, habiéndole prometido un futuro tan
glorioso, que llegaría a ser el sempiterno rey del Israel de Dios, naciera en
aquellas pobrísimas condiciones, como ya es sabido, no porque José no tuviera
dinero para pagarse un alojamiento mejor sino porque no lo encontraron, lo cual
quiere decir que fue providencialmente determinado la forma en que habría de
nacer. María y José no se desanimaron, aquello era normal
que ocurriera, una situación transitoria, que no negaba para nada las gloriosas
promesas que se habían hecho sobre el destino y propósito de su hijo Jesús. El
Niño Santo de Dios fue destinado por Dios a ser contado en
Belén, de aquel modo único y salvador.
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