Los hechos del Magnificat repetidos
1:46-55
"46 Entonces María dijo: engrandece mi alma al Señor; 47 Y
mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador.48 Porque ha mirado la
bajeza de su sierva; pues he aquí, desde ahora me dirán bienaventurada todas
las generaciones.49 Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso;
Santo es su nombre, 50 Y su misericordia es de generación en
generación a los que le temen.51 Hizo proezas con su brazo; esparció
a los soberbios en el pensamiento de sus corazones.52 quitó de los
tronos a los poderosos, y exaltó a los humildes. 53 A los
hambrientos colmó de bienes, y a los ricos envió vacíos.54 socorrió
a Israel su siervo, acordándose de la misericordia. 55 De la cual
habló a nuestros padres, para con Abraham y su descendencia para siempre".
María no sólo
estaba contenta sino agradecida a Dios, y en este momento cantó siendo
inspirada por el Espíritu Santo, y magnificó desde su alma a su Dios y Salvador
(v. 46) por lo que había hecho con ella, por la Criatura que ya sentía en su
vientre, y la promesa era una realidad en su cuerpo. Su alma llena de la
historia de los hechos de Dios con su pueblo, se vuelca en versos y sus labios
dejan expresión de lo que siente en su corazón; no arrogancia sino humildad al
darse cuenta que su Señor aun mirando la bajeza de su sierva decidió utilizarla
para hacer esas "grandes cosas" con su poder; y esas grandes cosas a
que se refiere es la fecundación del Mesías y Salvador de Israel.
Conoce bien
que la fama de su Hijo correrá por el mundo y asociado a su nombre estaría el
de ella para llamarla bienaventurada, una generación tras otra (v. 48). Compara
lo que ocurre dentro de sí misma con las misericordias usadas por Dios con los
pobres y débiles de su pueblo, confundiendo los pensamientos de los soberbios y
llamando a los ignorantes, a los entronados dejándolos sin autoridad, a los
pobres colmando los de bienes y a los ricos enviándolos con los bolsillos vacíos.
Se gloría en el Dios de su pueblo Israel que es el Dios de ella misma, que ha
cumplido las antiguas promesas hechas a
Abraham (v. 55).
Serían unos
breves minutos que su parienta Elisabet escuchó cantar a la joven un himno de
fe con raíces en el pasado histórico de su pueblo, y con la segura convicción
de lo que ocurriría en el futuro con respecto a su Hijo, a su nación, y a ella
misma. No hubo ningún aplauso cuando terminó ni alguna ovación de un emocionado
auditorio en algún teatro, sino que ambas se sentaron y escribieron juntas lo
que había acabado de cantar y no se olvidara sino que quedase como un
testimonio de su inmensa gratitud, y para repetirlo cuantas veces recordara al
Hijo que llevaba en sus entrañas, o cuando lo fuera criando como Hijo de Dios y
de ella. Y todos los que se enteraron de lo que pasó, iban leyendo las estrofas
de este cántico y pensaban en sí mismos que también Dios les había repetido esas grandes y poderosas cosas, y que había
pasado por alto al mirarlos en su bajeza, y les había formado al mismo Hijo de
María y de Dios, en sus corazones (Ga. 4:19).
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