Ni siquiera bautizado, pero lo amaba
Juan 19:38-47
(Mt. 27:57-61; Mr. 15:42-47; Luc. 23:50-56)
“38 Después de todo
esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, pero secretamente por miedo
de los judíos, rogó a Pilato que le permitiese llevarse el cuerpo de Jesús; y
Pilato se lo concedió. Entonces vino, y se llevó el cuerpo de Jesús. 39 También
Nicodemo, el que antes había visitado a Jesús de noche, vino trayendo un
compuesto de mirra y de áloes, como cien libras.40 Tomaron, pues, el cuerpo de Jesús, y lo
envolvieron en lienzos con especias aromáticas, según es costumbre sepultar
entre los judíos. 41 Y en el lugar donde había sido
crucificado, había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el cual aún
no había sido puesto ninguno. 42 Allí, pues, por causa de la
preparación de la pascua de los judíos, y porque aquel sepulcro estaba cerca,
pusieron a Jesús”.
Quiero tener cuidado aquí en criticar a
José por haber sido hasta ese momento un discípulo secreto de Jesús por miedo
los judíos, y lo comentaré con el mismo comedimiento que usé con Nicodemo que
vino a Jesús ocultándose en la noche. Es incómodo escuchar críticas por
pequeños defectos en los grandes testimonios. Lo que hizo José de Arimatea fue
un acto noble y que la iglesia cristiana tuvo que agradecerle siempre: entrar
"osadamente" a Pilato y pedirle autorización para bajar y sepultar a
Jesús Nazareno (Mr. 15:43).
Por supuesto que no era un discípulo
con una fe grande, si quiere llámele mediocre pero yo no, y aunque pequeña esa
fe la usó en este momento, y en cuanto a los otros que pensaran de él como
quisieran pensar. Movido por mucho afecto hacia Jesús, se encargó sin que nadie
se lo pidiera, ni los discípulos ni la familia de Jesús, bajar el cuerpo y sepultarlo
con honor en una tumba nueva, la que tenía destinada como un panteón familiar,
para él y los suyos. Jesús no había dejado dinero para su entierro, ni había
comprado algún terreno en algún cementerio. Dejó ese póstumo servicio a la
providencia de Dios, y en las manos de un discípulo que vivía su cristianismo
al margen de los reconocidos, y que sin darse cuenta le llegaría el momento más
importante de su carrera cristiana, regalarle a Jesús una tumba de ricos.
En esa clase de tumba se encerrarían
los detalles de verdades preverían que tuvieran fundamento los comentarios de
mala fe que después habrían de hablarse y escribirse, por muchas generaciones.
José de Arimatea ni imaginaba que las características de su tumba eran las
perfectas para desmantelar las sospechas ridículas que se han arrojado sobre la
resurrección del cadáver de Jesús.
Fue Dios quien hizo que Jesús estrenara
aquella tumba para que ningún historiador, consultando testimonios sin méritos,
escribiera que fue otro el que resucitó, o médicos escépticos que aseguren que
a pesar de no poder arrastrar la cruz, la paliza que le dieron, y que le
rompieron el corazón con una lanza, seguía vivo y después de un pequeño
infarto, se levantó de su desmayo y se le apareció a los discípulos resucitado de
entre los muertos. O políticos y religiosos que por nada del mundo quieren ser
discípulos de Jesús, usen su dinero e influencia para decir y escribir que los
timoratos apóstoles se llenaron de valor, maniataron y amordazaron a los
guardias romanos y se llevaron el cadáver, o lo robaron a hurtadillas sin que
ninguno de los dormilones se despertara.
El hermano José de Arimatea mostró su
cariño hacia Jesús, y agradecimiento, haciéndose responsable de bajarlo de la
cruz, perfumarlo, envolverlo en una sábana limpia y depositarlo con todo
respeto en su tumba. Ya podría irse a casa y a los suyos contando lo que hizo,
triste por lo que había pasado, melancólico porque no pensaba verlo más, pero
dándole gracias a Dios que en ese último momento se le dio la oportunidad para
decirle al cadáver, con hechos, que no era un discípulo perfecto, ni siquiera bautizado, pero que lo amaba
y esperaba el reino de Dios del cual le había hablado.
¡Precioso post! Querido hermano, me hizo reflexionar, especialmente cuando leo las siguientes palabras: "y que sin darse cuenta le llegaría el momento más importante de su carrera cristiana, regalarle a Jesús una tumba de ricos." Pensaba que a todos se nos concede el momento más importante de nuestra carrera cristiana, y que no va a consistir en tener "pompas y glorias" al realizarlo, pero ese momento llegará; ¿el resultado? ¡El nombre de Dios glorificado y su Iglesia edificada! Esperemos que cada momento sea nuestro momento en Cristo.
ResponderEliminarUn saludo grandísimo y afectuoso después de tanto tiempo de no pasar por aquí pero sin olvidarlo.
Gracias, y recibo ese saludo enorme. Con gusto leo tu comentario hermana Isa. Sí, Dios nos conceda siempre esos momentos y la gracia y el amor para, como dices, glorificarlo, y a tiempo. "Sin pompas ni gloria".
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