Aunque lo cremen, el pecado no se quema
“Mas sus pecados estarán sobre sus huesos” (Ezequiel
32:27).
Todos los que muren sin Cristo, mueren en sus
pecados, como el Señor dijo (Jn. 8:24); los acompañan en su ataúd, van al
cementerio y son bajados con el cuerpo al sepulcro. Eso es lo único que se
llevan los que pecan y no se arrepienten, (el arrepentimiento quita el pecado
de encima, la sangre de Cristo lo limpia) ningunas otras cosas podrán sacar de
este mundo: sólo las transgresiones cometidas durante la vida. Los faraones
edificaron las pirámides para que les sirvieran de tumbas pero lo único que se
llevaron al otro mundo fueron sus pecados.
No podrán descansar en paz los que transportan al
cementerio sus pecados. No dice que el pecado de ellos se les queda en el alma
porque el alma no está en la tumba, sino en sus huesos, el alma de ellos irá al
infierno (Luc. 16: 22-24). El pecado de cada cual se quedará en sus huesos, en
sus cenizas, lo acompañará siempre hasta que llegue la mañana de la
resurrección (Jn. 5:28, 29). Hoy se ha puesto de moda, por barata, la cremación.
Aunque lo cremen y tiren sus cenizas a un río desde un puente, o la siembren
con un árbol. Dios sabe dónde está el polvo de cada cual. El pecado no se crema
jamás, ni en el infierno. Lo que hay que hacer con él es en esta vida, no en la
otra. Aquí se borra. En la cruz de Cristo se borra.
Oh alma, ¿qué estás haciendo con tus pecados, no los
sacarás de tus huesos nunca? Cree la palabra de Dios que “penetra hasta los
tuétanos, las coyunturas, los pensamientos, las intenciones del corazón, el
alma, el espíritu” (He. 4:12). Llega hasta ahí porque nuestros pecados se meten
en todos lados: en las coyunturas y en los tuétanos. Si tuvieran que
transportar tus huesos de un cementerio para otro, ¿transportarían con ellos
tus pecados? (He. 11:22). Si algún otro muerto tocara tus huesos, como los de
Eliseo, ¿resucitaría? (2 Re. 13:20, 21). La fe y la santidad de este profeta
llegaban hasta sus huesos. De todas las enfermedades óseas, el pecado es la
peor y se cura no con sangre propia sino con la de Jesús.
Cuando uno peca puede
decir, aunque con otro sentido, lo que experimentó Habacub, “pudrición entró en
mis huesos” (Hab. 3:16), porque el pecado es eso, pudrición. La mentira es pudrición,
el robo, el engaño, la fornicación, el adulterio, etc., todo eso pudre el carácter,
la personalidad, la familia, la sociedad y la iglesia. Si usted no se
arrepiente de sus pecados, y los confiesa, ya va pudriéndose antes de irse al
cementerio. El concepto de hades o infierno es tomado del valle de Hinnón, a
las afuera de Jerusalén, donde se echaba la basura, y allí se le daba fuego a
toda esa descomposición. Cristo es la vida de nuestros huesos.
Oremos: “Señor, perdona mis pecados por la sangre de
Jesús y que al morir no tenga yo algún perdón pendiente, no quiero que bajen al
hoyo también mis pecados, la historia de mis faltas, que reposen mis huesos en
paz, en fe, que muera esperando que resuciten, que vuelvan nervios a mi cuerpo,
que entre mi espíritu en ellos, ya transformados y hechos semejantes al cuerpo
glorioso de Cristo. Amén”.
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