Jesús Impulsado
Y luego el Espíritu le impulsó al desierto (Mr.1: 12).
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La palabra que usa Marcos, “impulsó” es la misma que usa cuando dice que Jesús “echaba” demonios, 1. 34, 39. Jesús puso a un lado todo lo que estaba haciendo y cedió al irresistible impulso de orar. El Señor nos impulsa a hacer una variedad de obras buenas (Ex.35: 26). El mismo poder que sentía que salía de él cuando sanaba un enfermo, cuando iba haciendo bienes o cuando por el Dedo de Dios echaba fuera demonios.
Los otros evangelistas dicen que fue llevado por el Espíritu, pero Marcos enfatiza el aspecto compulsivo interno cuando sintió la imperiosa necesidad de ir a orar al desierto sin mencionar, como hace Mateo, que el propósito era ser tentado por el diablo. Sería estéril especulación discutir si Jesús sabía que el enemigo le esperaba allí o lo ignoraba.
A mí me gusta pensar que sintió una profunda necesidad espiritual de retirarse a la soledad para dedicarse completamente a la oración como preparación anticipada para el desarrollo de su ministerio y que en ese feliz comienzo vino el diablo para interrumpirlo y abortar su misión. Jesús enseñó a orar para no entrar en tentación porque la carne es débil, pero aquí es tentado mientras se dedica a eso.
Si hubiera consultado a alguien sobre lo que deseaba hacer le hubiera señalado que las cosas que tenía que decir y hacer no caben en el mundo y que por lo tanto mientras más de ellas hiciera sería mejor, y que cuarenta días lo atrasaría en su trabajo (Jn.21:25). Pero Jesús sabía que esa innumerable cantidad de cosas por hacer, con esa agenda pesada como el mundo entero, no podría hacer ni la mitad si no oraba mucho y primero. Ese fue su método.
Orar mucho para tener poder para hacer mucho. Escogemos cualquiera otra actividad sagrada, loable por cierto, como visitar a los enfermos, escudriñar la Escritura, con tal de no dedicar horas a la oración. Somos mucho menos eficaces de lo que pudiéramos si oráramos más aunque el trabajo se reduzca. La oración es el mejor trabajo. Cambiemos lo que estamos haciendo por la oración. Resistamos los impulsos de la carne y no frenemos los impulsos que provienen del Espíritu. Necesitamos poder para orar. Es tanta nuestra inercia y lentitud que sin ese poder supremo no lograríamos ponernos de rodillas y velar con Jesús una hora.
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