El gallo repitió la estrofa


Y otra vez él lo negó con juramento: ¡Yo no conozco a ese hombre! (Mateo 26:69-75).

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Mira el número de veces que Pedro pecó: tres veces. Sin embargo el número de pecados, aunque sea excesivo no es un impedimento para que el Señor deje alguno sin perdón. Y el apóstol no sólo repite su pecado sino que lo hace del mismo modo, sacudiendo su cabeza y repitiendo con sus labios la misma falta, lo cual la hace más grave. Solemos repetir pecados perdonados. No obstante como el primero de los tres no fue inmediatamente perdonado, vino el segundo y luego el tercero y hubiera aumentado la lista si Jesús no interviene y detiene el proceso de su caída. Eso es lo que pasa a los pecados cuando les pasa el tiempo sobre ellos y no se confiesan, crecen y maduran y se reproducen, engendrando hijos idénticos o parecidos, o sea, otras maldades anexas añadidas. Y un malsano fenómeno se desarrolla: El proceso de repetición del pecado produce endurecimiento del corazón puesto que el gallo tuvo que cantar dos veces; con su primer canto no tuvo convicción alguna de que estaba obrando mal (Mr 14.30), y entonces por instinto providencial entonó otra estrofa para que despertara. A veces no es un gallo lo que Dios usa para traernos a la cordura sino un martillo porque nos hemos vuelto caprichosos y testarudos. La culpa fue menor y la vergüenza más chica porque si se repiten los pecados la conciencia va perdiendo poco a poco su sensibilidad (Efe. 4:9), y las molestias dejan de sentirse.

Y en la historia hay una nota de esperanza para los pecadores empedernidos, que están al alcance de la misericordia del Señor y pueden arrepentirse como pasó en este caso. Jesús ofrece hasta con miradas, vuelta atrás, y ninguno de sus escogidos perece por su tontería. Aunque Pedro había pecado repetidamente, del mismo modo y estaba endurecido, todavía podría llegar a arrepentirse porque misericordia y gracia estaban listas para su oportuno socorro y el bendito resultado fue que con sinceridad lloró.

Cuando una persona llora por su pecado es que está arrepentida de lo que hizo y mejor aún dónde llora: en la soledad, porque dice que "saliendo afuera". Si lo hubiera hecho en público hubiera podido ser tenido como falso, pero si salió donde no lo vieran, es que lloraba de corazón. Y quien aprendió a lavarse la cara para que no vean otros que él ayuna, y quien ayuda con dinero a los hermanos en problemas, y no sabe su izquierda lo que hace su derecha, también sabe orar en un rincón y enjugar los ojos cuando alguien viene para que no se entere de nada.

Y el Principal Agente de esa recuperación no fueron Jacobo ni Juan sino el mismo Señor en persona. Nadie hubiera convencido a Pedro que estaba obrando mal si no es que el Señor se volvió a él y lo miró (Lc. 22:61). Si Pedro se retira de allí con aquellos tres pecados encima hubiera continuado endurecido, quizás diciendo: "Lo hice, pero no podía decir que yo era cristiano", "yo le negué pero el Señor sabe que creo en él", y excusas por el estilo. El Señor con sus ojos le hizo sentir su culpa. Oh Señor, míranos cada vez que pequemos y que el llanto nos inunde los ojos.


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