Historia de Cuervos, Carnes y Agua
1Reyes 17.4-6
“Yo he dado orden a los cuervos para que te sustenten”.
¿Qué, a los pájaros? Sí, no podía usar a ningún hombre. Si la ayuda humana falta, si es imposible o no es conveniente, Dios puede usar a los pájaros. Ellos son suyos. Dios los maneja. Les dice pósense allí y allá sobre aquella rama van. En los deseos de Dios hay libertad. Los instintos de ellos manifiestan los deseos de Dios. ¿Por qué he de preocuparme por lo que he de comer y beber si Dios sabe cómo sustentarme? Dios sabe dónde estoy y cómo estoy. El hará llegar su socorro en su momento. Del aire. Volando vendrá su auxilio. Se puede esperar mirando el cielo. Las nubes. Debieran avergonzarnos las preocupaciones por tener un dios limitado. Dios no tiene límites. Nunca se le acaban los recursos a Dios.
La Impaciencia tiene una hermana menor que se llama Poca-fe y una abuela canosa y bizca, de cara amarilla y con un centenar de arrugas como un antiguo pergamino, que el pueblo ha apodado Desconfianza pero cuyo nombre real es Incredulidad. Ese vejestorio por sus muchos años parece inmortal y se cuenta en el Libro de las Crónicas de la Caída, que nació de una bella dama llamada Eva que creyó bajo un árbol a un señor llamado Padre-de-mentiras.
El escurridizo ángel desalado la engañó y le hizo creer que el Padre de las luces no tenía mejor fruto en el árbol de la vida que el que le trajo para celebrar con mordiscos y tragos de ajenjo su adulterina unión.
Y la primera ave que se montó en la misma rama donde enroscada se hallaba la multiforme viperina fue un cuervo, de alas negras como la muerte misma; y desde entonces el pájaro voló a las cañadas sacando ojos a los muertos y viviendo bajo la inmundicia que le echó el Levítico. Semejante compinche de pico sucio recibió una temporal lavada de lengua y dientes, y por unos días ya no fue inmundo mientras hacía el trayecto desde alguna surtida cocina hurtando un pedazo de carne para el hambriento fugitivo que cuando llegó con el alimento humeante bebía un poco de agua en el arroyo de Querit. Al ver retirase por los aires al pequeño carnicero, el vidente solitario del manto ejecutivo, alzó los ojos a las nubes de donde había llegado su socorro, y bendijo la providencia. Y nunca se estremeció con una duda que Dios proveería.
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