El templo y la cruz, un bello jardín



Y por dentro la casa estaba revestida de cedro tallado en forma de calabazas y flores abiertas; todo era cedro, no se veía la piedra. Luego talló todas las paredes de la casa en derredor con grabados de figuras de querubines, palmeras y flores abiertas, el santuario interior y el exterior. Las dos puertas eran de madera de olivo, y talló en ellas figuras de querubines, palmeras y flores abiertas, y las revistió de oro; cubrió también de oro los querubines y las palmeras (1 Reyes 6:18,29,32).

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“Tenía entalladuras de calabazas silvestres y de botones de flores”. Esto tiene que ver con los frutos de la salvación, ¿no?; y con su belleza probablemente. El templo era un lugar majestuoso y reverente pero alegre y bonito. Uno podía entrar a él y le parecía que visitaba a Dios en un jardín; hallaba en él frutos, flores y querubines. Todo no era fuego, olor a quemado, calor, cenizas e incienso, sino además belleza. La tristeza y la dicha balanceadas. Existían esas cosas porque se expiaba el pecado, pero se podía mirar más allá. No era un lugar desagradable para el que mirara espiritualmente.
Oh ¿no hay nada más allá de la expiación en la cruz, del arrepentimiento y de la confesión de la culpa? ¿Es nuestra religión toda contrición? ¿Solo se nos llama a lamentarnos continuamente por los pecados cometidos, por las debilidades que tenemos? ¿Hemos de estar siempre mirando y declarando nuestra bajeza ante Dios? Reconocerla y confesarla sí pero no continuamente porque “come tu pan con gozo porque ya tus obras son agradables a Dios” (Eclesiastés 9:7). La humillación no es todo, también tiene lugar la exaltación porque dice “el que se humilla será exaltado”. ¿Siempre diciendo “mea la culpa, mea la culpa”?
No vivimos bajo la ley sino bajo la gracia. ¿Y qué lugar tiene entonces “el gozo del Señor”, y cómo cumpliremos con “regocijaos en el Señor siempre” lo cual se ordena dos veces? El Espíritu del Señor es de libertad y no somos esclavos de los preceptos de la ley. Hay belleza en el mundo del Espíritu. Jesús es “el más hermoso de los hijos de los hombres porque la gracia se derramó en sus labios”. Hay un rictus de amargura perenne en los labios de los que cumplen la ley en Moisés y una celestial sonrisa en los labios de Jesús y sus hermanos.
La cruz fue una experiencia sumamente triste para Jesús, no para nosotros; ella es nuestro gozo, la plenitud de nuestra salvación, la reconciliación con Dios, la victoria sobre la Ley, el despojamiento de los ángeles y principados y la reunión con sus querubines, frutos silvestres y botones de flor. Cuando uno llega con los pecados a la cruz, llora pero después entra saltando por la puerta Hermosa, al templo. El templo judío y la cruz cristiana son como un bello jardín, una “montaña de aromas” donde se huele la fragancia del conocimiento de Cristo para la salvación, y donde como “un manojito de mirra” el Amado Jesús reposa en nuestros pechos (Cantares 1:13).

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