Rumiante y con pezuña hendida
LEVÍTICO 11:1-8
“Habló
Jehová a Moisés y a Aarón, diciéndoles: Hablad a los hijos de Israel y
decidles: Estos son los animales que comeréis de entre todos los animales que
hay sobre la tierra. De entre los animales, todo el que tiene pezuña hendida y
que rumia, éste comeréis. Pero de los que rumian o que tienen pezuña, no
comeréis éstos: el camello, porque rumia, pero no tiene pezuña hendida, lo
tendréis por inmundo. También el conejo, porque rumia, pero no tiene pezuña, lo
tendréis por inmundo. Asimismo, la liebre, porque rumia, pero no tiene pezuña,
la tendréis por inmunda. También el cerdo, porque tiene pezuñas, y es de pezuñas hendidas, pero no
rumia, lo tendréis por inmundo. De la carne de ellos no comeréis, ni tocaréis
su cuerpo muerto; los tendréis por inmundos”.
Nota primeramente quién establece la clasificación
de lo que es limpio o inmundo. Es Dios. No es el juicio de los hombres, sus
opiniones. Es Dios. No hay otra razón que su voluntad. Los hombres aprendemos
lo que es limpio y lo que es inmundo por su palabra. Los hombres pueden llamar
limpio a algo y a los ojos de Dios es inmundo, bueno algo y a los ojos del
Señor, malo, muy malo. Pueden llamar “a lo bueno malo y a lo malo bueno”
(Isa.5:20). A una cosa sublime y Dios la tiene como abominación (Luc.16:15).
Según el
Señor, para que un animal fuera limpio necesitaba una combinación de dos
características. Tenía que tener la pezuña hendida y ser rumiante. Si una de
las dos faltaba, la otra no lo hacía comestible. Aunque no hubiera duda que su
pezuña estaba hendida si no rumiaba, no servía para comer; y si se sabía que
rumiaba, pero su pezuña no estaba hendida, tampoco clasificaba como animal
limpio. La limpieza dependía de la combinación de las dos. Con la mitad de los
requisitos no era limpio. Una característica, por prominente que fuera, cumplía
la ley sólo por la mitad y no servía para su ingestión. Todo o nada. Esto no se dice por los animales, se dice por
nosotros (1Co.9:10), para que aprendamos a investigar la autenticidad de
nuestra religión, cuán completo somos en ella y si somos santos o no, limpios a
los ojos de Dios o inmundos.
A mi juicio
la característica como rumiante tiene que ver con la palabra de Dios, sin la
cual ningún ser humano podrá ser limpio. Jesús dijo: “Vosotros estáis limpios
por la palabra que os he hablado” (Jn.15:3; Efe.5:26). El que es santo a los
ojos de Dios, se relaciona con su palabra. No solo la ingiere, sino que la
degluta. La medita y la guarda en su corazón. La elabora para su propio
beneficio. Reflexiona sobre lo que ha oído para estar seguro que ella proviene
del Espíritu Santo y para posibilitar que pase a formar partes de su entero
organismo y se transforme en vitalidad, fuerza. Muchos acaparan un gran bulto
de alimentos y lo ingieren sin digerirlo y no sacan ningún provecho de lo que
han oído. Todos los animales comen, pero no todos rumian. Muchos oyen la
palabra, pero no todos la rumian. Los santos son los que rumian. La convierten
en tejido suyo, piel suya, hueso suyo, sangre suya, sudor suyo. Si tú los
pudieras investigar por dentro hallarías que sus tuétanos están llenos de ella.
Ese es el secreto de su santidad, la influencia que el Espíritu ejerce sobre
ellos por medio de la Palabra.
La segunda
característica para que fuera limpio tenía que tener la pezuña hendida, y esto
lo relaciono con su modo de vida. No dijo el Señor que tuviera la pata bonita.
Podía ser fea, pero con la pezuña hendida. Aprobaba. La primera característica
se halla en la mandíbula y en el estómago, y esta otra en su pie. No en la
lengua. En el pie. No en el oído, en el pie. No en el lomo, en el pie. No en el
cerebro, en el pie. No en su inteligencia, no en su fuerza, no en su tamaño.
Siempre en su pie. Y eso se dice también por nosotros: Cómo andamos en este
camino y cómo son nuestros pasos en esta vida.
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